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 domingo, 06 de noviembre de 2005  
Interiores: agobio

Jorge Besso

No hay dudas de que estamos frente a una palabra que pesa. Precisamente las dudas suelen formar parte de los agobios más frecuentes, en tanto dudar es una práctica que deja las cosas sin resolver con el consiguiente peso recargando la mochila de la existencia. En el origen de la palabra (greco latino para variar) está implícita la idea de una giba, es decir una joroba, lo que suele producir un encorvamiento. De esta forma el primer sentido de agobiar es inclinar o encorvar la parte superior del cuerpo hacia la tierra.

En muchos aspectos el humano es un ser agobiado al punto que se hace bastante difícil mantenerse vertical a lo largo del tiempo, y sobre todo de las complejas vicisitudes y los variados requerimientos tanto internos como externos. A menudo los humanos contemplan el cielo con la esperanza de ser testigos del paso fugaz de una estrella, momento en el que pueden invocar hastatres deseos, y en tales circunstancias podrían serles concedidos.

En una operación más sencilla y más terráquea se puede repetir el requerimiento frente a una fuente. Claro está que no en cualquier fuente ya que hay que dirigirse a las destinadas a tal efecto, en especial a las fuentes top en este rubro como la maravillosa Fontana di Trevi en Roma en la que por siempre flotará el alma de Anita Ekberg y Marcelo Mastroiani consagrada en la célebre escena de la "Dolce vita" de Fellini. Más allá de esta fontana que implicaría un euroviaje demasiado caro y ridículo para ir a tirar moneditas, lo cierto es que el pedido clásico frente a estrellas fugaces o fuentes famosas es salud, dinero y amor.

Estamos frente a las tres llaves de la felicidad humana, y es más bien difícil saber cuál pedir primero y cuál abrir en primer término, pero se puede resolver el problema de acuerdo a las circunstancias de cada uno. Así y todo, aún en el caso por cierto no muy frecuente de un humano que tenga las tres cosas, querrá de todas maneras tener a mano las tres llaves por razones de mantenimiento.

No está demás recordar que así como son las tres llaves para el paraíso, lo son también para dar con el infierno en la tierra que, con toda probabilidad, es el único infierno que existe. En este caso con el infierno del agobio que suele resultar un castigo que como todos se paga en plena tierra y en plena vida, a consecuencia de la extendida religiosidad humana que ha instalado la epidemia de la culpa hace algunos miles de años poniendo las cosas de los humanos, tanto las de los que ya no están como las de los que están, al igual que las de los que van a estar en un dilema terrible: los que tienen culpa son unos torturados y los que no la tienen son un peligro (para los otros).

Los primeros son neuróticos, los segundos perversos. En el medio está el famoso "término medio", es decir la amplia población de los casi normales, o los casi enfermos que vendrían a ser los seres con una proporción variable de neurosis y de perversión con la cual disfrutan y soportan la vida de todos los días y de todas las noches. En cierto sentido el agobio se siente más en el cuerpo que en el alma, en tanto que es con el cuerpo y con nuestro organismo que atajamos los golpes de la vida que nuestra psiquis no pudo resolver.

Se puede pensar que el agobio es una de las formas del estrés que vendría a ser una de las últimas defensas frente a las presiones. Lo inverso es posible que sea más cierto, esto es que el estrés sea una de las formas del agobio por presiones económicas, laborales, amorosas o familiares. Lo opuesto al agobio no debe ser la felicidad. La tan ansiada felicidad por definición es efímera. La cosa es sencilla de enunciar y no tan fácil de lograr, lo opuesto al agobio es estar bien (lo que se pregunta en los automatismos de los saludos).

En ocasiones, sin embargo, en el invisible intercambio de estados que puede producirse en el saludo se nota cuando alguien realmente está bien. Se respira la tranquilidad del otro. Por ejemplo, por la calle se pueden distinguir los que están bien: caminan con una tranquilidad nítida. Ni agobiados, ni agobiantes. Es el tan famoso y ansiado equilibrio entre lo interno y lo externo, y que tan a menudo se puede perder por amor, o por dinero cuando no por los dos, en cuyo caso seguramente repercutirá en la salud.

El remanido e imprescindible equilibrio se juega en la conjugación de dos verbos capitales ser y estar. Las enfermedades más habituales del ser son las variadas formas del protagonismo que no debieran confundirse con lo activo, ya que se puede ser activo tanto hablando como escuchando, que como se sabe es bastante más difícil. En este sentido habría que pensar que lo mejor del amigo no es tanto cómo es, sino saber que está.

En cambio, el ser puede ser lo más pesado de cada uno. Razón por la cual debiéramos cuidarnos de la proclama que anuncia hasta con cierto orgullo "yo soy así". Formulación apropiada para insistir más en lo errores que en los aciertos. En suma que lo contrario del agobio es el alivio, fundamentalmente el alivio de desprenderse de errores. La enfermedad del agobio es un padecimiento muy extendido en los humanos de todas las edades, con la debida aclaración de que suele hacerse más penoso con el avance de la vida sobre todo si se acumulan más años que experiencia.

En ese punto hay que cuidar que la mochila existencial con la que inevitablemente portamos lo que nos pesa no se transforme en una joroba, pues en tal caso estamos jorobados con la cabeza inclinada hacia la tierra.
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