Yo creo: "Literalmente resistentes desde siempre"

U.G. Mauro / La Capital

Hay quien lo dice. Por la deforestación, buena parte del Chaco ya casi es pampa. Por la velocidad con que avanzan los cultivos, parece que a Resistencia se llega más rápido viajando en soja que en ómnibus. Pero se llega. Resistencia te recibe bien. Gente cordial por ser gente, no por cazadora de visitantes o turistas ocasionales. Los habitantes de Resistencia son literalmente resistentes desde siempre; al desprecio de los que mandan, al monocultivo, a las sequías, a las depredaciones de los monopolios, a las marginaciones, a los prejuicios culturales, a los olvidos nacionales. Y resisten como pueden, a pura venta callejera, a puro chamamé, a puro y escaso parche oficial, a puro dolor convertido en pelea o en bella estatua. En el barrio Villa Centenario de Resistencia vive un conocido de los escenarios rosarinos de la música popular y folclórica: Coqui Ortiz. Su casa, con su frente ya recubierto por un mural que la hace única en la ciudad, disminuye -o crece, según se mire- en su habitabilidad, carcomida lenta y placenteramente por las actividades culturales que allí desarrolla junto a pintores, muralistas, escultores, músicos, actores, periodistas y arquitectos del Grupo La Ronda, al que suelen adherir nombres como el de Carlos Aguirre, Jorge Fandermole o Liliana Herrero, junto a numerosos artistas plásticos chaqueños y de todo el país. Casa por casa, persuadiendo pacientemente tanto a algunos vecinos escépticos como frenando los excesos de ansiedad de otros, Ortiz y sus compañeros están llevando adelante el proyecto La Ronda de las Artes, regenerando horizontalmente el amor por la belleza artística, por la estatua en la vereda y el mural en el frente de las viviendas, patrimonio exclusivo hasta ahora de las calles céntricas de Resistencia. Talleres de música, teatro y títeres, festivales callejeros, van recreando a pura militancia y trabajo de base, sin "padrinos", entre choripanes, picadas y mate amargo, la conciencia sobre el derecho y el deber de expresarse, fomentando en chicos y grandes el redescubrimiento de esas expresiones culturales populares que todos guardan en su interior, sepultadas bajo el barro de la insistente, tilinga y enferma cultura del mercado.