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 miércoles, 10 de agosto de 2005  
"Muchos de nuestros pibes amanecen a la intemperie"

“Hoy el Fernando no vino porque amaneció ”. Cuando las maestras de la Escuela Nº 1.344 les preguntan a sus alumnos si saben por qué desde hace días falta algún compañero al establecimiento, las respuestas son de este tenor. La explicación viene de boca de Beatriz Cossetti y Cecilia Borghi, ambas docentes del establecimiento ubicado en Juan B. Justo y Travesía, en el barrio toba, lugar donde asisten tres de los chicos que ayer durmieron en la calle. “Cuando dicen que amaneció es que durmió en la calle”, remarcan.

Cossetti es docente de los mellizos Carlos y Alberto (quien también se hace llamar Aníbal). Ambos de 10 años, cursan el 3er año de EGB. Y Borghi es la maestra de Fernando, conocido por todos sus compañeros como Matías (su segundo nombre) y que con 13 años asiste al 4º año de EGB. “Y acá estará si es necesario hasta los veinte —subraya Borghi— porque esta es una escuela inclusiva y preferimos que estén en el aula, donde hay estufas y les podemos dar algo de comer, y no en la calle. Siempre les decimos, aunque se despierten en la calle, a media mañana, que vengan igual. Es mejor tenerlos con nosotras”.

Tanto las dos maestras como la directora de la escuela, Liliana Pino, reconocen haberse enterado por los medios sobre lo que les sucedió a tres de sus alumnos (Daniel, de 12, asiste a otro establecimiento del barrio).

Se indignan una vez más, hasta lloran, pero no se sorprendieron. “Es que la gente se escandaliza al enterarse de que los pibes durmieron sobre el pasto, en la calle, una noche de frío. Pero lamentablemente dormir con frío es algo común para estos chicos: ¿cómo creen que duermen cada noche en sus casas de latón, sin estufa, con pisos de tierra y sin abrigo?”, increpan.

Para ellas, que sus alumnos falten varios días a clase porque van a mendigar es tan habitual como que aspiren pegamento. “Nos dicen: «seño, yo esto lo sabía pero ahora se me está olvidando». Esa falta de memoria y de razonamiento está ligada al poxi. Nosotras les decimos que dejen la bolsita, que por eso «están medio tontos»; nos reímos con ellos para no llorar”, comenta Borghi.

También es parte de la cotidianidad de los maestros de esta escuela ir a las casas de los alumnos para convencerlos de asistir a clases. “Las madres, que son en su mayoría quienes están al frente de estas familias, nos ayudan; no son abandónicas. Pero a veces nosotros debemos complementarnos con ellas porque la situación se les va de las manos, tienen muchos chiquitos y no pueden salir a buscarlos por la calle para llevarlos a su hogar o a la escuela”, señala Cossetti.

Y eso no es todo. Aseguran que más de una vez, paseando de noche por el centro, vieron a sus alumnos mendigar y los acompañaron en colectivo hasta sus casas. “De este modo nos quedamos tranquilas. No podés dormir si te ponés a pensar que son tan chiquitos y vuelven caminando tan tarde, tantas cuadras”, remarcan.
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