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 domingo, 08 de mayo de 2005  
Rosario desconocida
Rosario desconocida: el solar de los muertos

José Mario Bonacci (*)

Fernando Savater expresó años atrás en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia que "todo lo bueno y lo malo que el ser humano hace en la vida es porque tiene la seguridad de que se va a morir". La muerte ha sido siempre caldo de inspiración para producir reflexiones, pensamientos, máximas sobre su manifestación ineludible. En algún punto de la vida de un ser humano, ella estará presente para confirmar su tarea. El nombrarla siempre sacude a pesar de la única evidencia cierta que tenemos es que vamos a morir inexorablemente. La muerte moviliza ritos, homenajes, plegarias, acciones variadas.

El acto pretérito de marcar con un túmulo de tierra el lugar donde un cadáver era depositado para completar el proceso de la desaparición física definitiva, dejó a través de los tiempos un inacabable conjunto de pruebas. Según avanzaron los tiempos, la acción cambió su intensidad y los ejemplos llenan espacios considerables tanto en variedad como en complejidad. Sólo basta con analizar las gigantescas piras de incineración usadas por macedonios y griegos y pasar a posteriores monumentos fúnebres como ejemplos.

Es suficiente pensar en el Panteón Romano como muestra de arquitectura mayúscula, expresión espacial y arte supremo en un pequeño mausoleo. Detrás de una reja al final de una calle, están en Ravena los restos del Dante Alighieri. En esa ciudad y en un espacio público, el cadáver de Teodorico se guardó en un mausoleo mucho más grande que el anterior. El cementerio de Génova, en la falda de la colina, es uno de los más impactantes del mundo por la calidad y complejidad artística de sus sepulturas. Beverly Hills tiene el cementerio donde reposan los grandes mitos del cine. Son famosos los hitos fúnebres instalados en toda el Asia en concordancia con los diversos credos que los originan.

En Buenos Aires, la Recoleta contiene gran parte de la historia local a través de sus muertos. El cementerio de la Chacarita aglutina el sentimiento popular con énfasis. Carlos Gardel sonriente, sostiene un cigarrillo encendido que algún admirador pone en su mano; la Madre María es su vecina cercana; el panteón de Sadaic guarda los restos de los grandes vates del tango y de otros varios ritmos, y el general Perón descansa no muy lejos de allí. Son actitudes y ejemplos que brindan caminos para indagar el universo de la muerte.

Para nosotros siempre será conmocionante lo que vimos en el poblado de San Cosme a 30 kilómetros de Corrientes capital en 1988. El viejo cementerio semiabandonado y poblado de cruces metálicas de buena factura exhibía entre los yuyos una tumba en ruinas. De su centro había surgido con los años un verdadero árbol que elevó entre sus ramas un ataúd envejecido. En aquel año féretro y contenido estaban a unos cinco metros de altura. Nadie podía explicar su aparición... Nadie osaba modificar la escena. Una naturaleza plena de vida había decidido dar simbólica lucha a la muerte, elevando a la víctima contenida en su lúgubre encierro para que estuviera un poquito más cerca del sol y las estrellas...


Testigos silenciosos
En nuestra ciudad, seguramente el cementerio El Salvador sea el más rico en testimonios patrimoniales y pertenencias que muevan a su conocimiento profundo. Obra del arquitecto Oswald Menzell muestra su pórtico de ingreso con columnata y frontis en estilo dórico. En su interior, es directo el mensaje de que tanto en la vida como en la muerte, los humanos alimentan las mismas pasiones. Allí están presentes la humildad, ostentación, lujo, sencillez, orgullo, o el recogimiento sincero.

Los panteones en calle central de acceso y transversales en unos 50 metros hacia ambos lados son de orden superior por su diseño, imponencia y riqueza de detalles. Son presencias imperdibles, sorprendentes... Sólo hay que caminar y admirarlas en todo su esplendor. Casi la totalidad fueron construidas por Fontana y Scarabelli, de larga solvencia en la especialidad.

Ingresando y a la izquierda, un octógono de mármol con simpleza absoluta, guarda las cenizas de Lisandro de la Torre. Más adelante, la familia de Meliton Ibarlucea exhibe un panteón de gran riqueza proyectado por el arquitecto A. Cristophersen, fundador de la primera escuela de arquitectura del país. Cien metros más adelante está la tumba del arquitecto Angel Guido que repite íconos existentes en su Monumento Nacional a la Bandera.

Alejándose un tanto de esa calle principal se destacan también obras de gran valía. El panteón Schleinsinguer-Matta-Güena exhibe la rareza de su estilización egipcia, y muy cerca, el Círculo de la Prensa ostenta un racionalismo expresionista de alto valor, a la vez que vecina, la familia García-Travella, exhibe un panteón de proporciones notables.

En calle 1 destaca el apellido Copello salido de los talleres Fontana y Scarabelli. En cambio Cafferata sorprende con su notable estilo entre dórico y egipcio de gran factura sobre calle 12.

Salido de la empresa Capella está el panteón de José S. García, con un Cristo imponente de 3 metros de altura. En la vecina calle 5, la familia Delorenzi tiene su panteón en granito negro pulido estilo art-decó e inscripto en ese período brillante del arquitecto Ermete Delorenzi. Calle 3 exhibe el impresionante sitio de la familia Recagno con esculturas de Lucio Fontana. Enfrente y con igual origen, está sepultada Juana Blanco cuyo nombre ostenta el Jardín de Niños local y frente a estos dos, el panteón de la familia Garrone impresiona con otro Cristo de bronce y una altura total cercana a los 8 metros.

Siempre sobre calle 5, el apellido Campbell exhibe su realidad en granito rojo bruto y cuatro cuerpos de bronce impresionantes. Así también la de José Piñeiro se destaca por su profusión de mármol y bronce sublimados en cuerpos concebidos por Fontana y Sacarabelli. Al sur de la calle central, el panteón colectivo del Centro Unión Dependientes realizado por los arquitectos Tito y José Micheletti, exhibe su estilo art-decó en calle 2. Vecino al lugar, la familia Pegurvide es el único en el conjunto con una ochava curva. La calle 3 contiene el panteón de la familia Botto con magnífica cúpula de bronce calado y cristal y a su lado el de Enrique Astengo se corona con esculturas monumentales.

Los ejemplos citados sólo son una parte pequeña de lo que puede descubrirse transitando los senderos de El Salvador. Balzac pensaba que "un hombre feliz es aquel que nace y muere en el mismo cuarto" y el Mono Villegas dedujo que "si este absurdo llamado ser humano no tuviera terror de morirse, la explotación del hombre por el hombre no sería posible". La única certeza que tenemos es que vamos a morir. ¿Será por eso que se homenajea lujosamente a quien no nos miente?

El mundo corre, todos corremos... sólo la muerte aguarda segura... sabe que el momento de su reino es inexorable. Espera como una amante paciente, sin prisa, con absoluta seguridad de alcanzar su objetivo. A veces es posible creer que vencemos, pero es sólo un engaño. Son ilusiones que se instalan en el paso previo al final. Lenta, vertiginosa, con estrépito, sigilosa, invisible o con poder, son imágenes, simples camouflages de los que se vale para llegar a su meta...

La inexorabilidad está probada. Nuestra única certeza lo confirma. Por eso, dejemos a la muerte trabajando y sin entregarnos aprovechemos la vida con todas sus posibilidades y placeres, sin frenos, miedos ni imposiciones. Habremos realizado lo mejor que podemos hacer como seres humanos, para dar el paso final con el orgullo de haberlo logrado...

(*)Arquitecto

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El Salvador es uno de los más ricos en testimonios patrimoniales. La mayoría de los panteones son obra de Fontana y Scarabelli.

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