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 domingo, 08 de mayo de 2005  
La Gran Muralla china, símbolo de la genialidad china
A lo largo de 6 mil kilómetros se extiende el muro concebido como defensa del imperio. En su construcción participaron más de 20 estados y dinastías durante 2 mil años. Fue restaurado en 1957 y es una de las mayores atracciones del mundo

Mil trescientos millones de habitantes, una cultura milenaria, un revolucionario crecimiento económico. China no es tanto otro país como otro mundo. Separada del resto de Eurasia por la cordillera del Himalaya al sur y por la estepa siberiana al norte, se ha desarrollado en solitario y guardando las distancias. Los únicos extranjeros que llegaron allí fueron comerciantes de paso procedentes de sus playas extensas o nómadas incivilizados que venían de la estepa. Excepto una elite dirigente de origen mongol o manchú, que pronto se asimiló, China no sufrió ningún flujo importante de extranjeros hasta finales del siglo XIX y principios del XX, algo que aún marca la experiencia de los viajeros actuales que llegan al país.

Mientras imperios, lenguas, naciones y pueblos enteros en el resto del mundo se han levantado y florecido -y desaparecían luego sin dejar huella- China ha pasado prácticamente los dos últimos milenios reciclándose. Los feroces dragones y leones del estatuario chino han sido realizados por los artesanos nativos con las mismas características esenciales durante 25 siglos o más, y la escritura aún utilizada alcanzó la perfección en la época de la dinastía Han, hace 2000 años. Es como si el Imperio Romano hubiera sobrevivido intacto hasta el siglo XXI con mil millones de personas hablando una lengua tan antigua como el latín clásico.

Actualmente, el país está embarcado en un gran crecimiento comercial y creativo. Perfiles ciudadanos estilo Hong Kong se construyen por toda China. El colosal hecho histórico de que Hong Kong y Macao, las últimas colonias europeas, se hayan incorporado a China como por mandato celestial se suma a la sensación de que el destino del país vuelve a su lugar adecuado en el centro del mundo.

El fuerte ritmo de cambio es visible en cualquier aspecto de la vida china, desde la economía hasta la aún joven industria independiente de los viajes. Los viajeros que fueron a China hace tan sólo diez años se asombran ahora al oír hasta qué punto se vislumbra una apertura y cuántos rasgos liberales surgieron como consecuencia de la última tendencia de la economía de mercado libre. Cualquiera sea la razón del viaje, la velocidad con que todo está cambiando convierte cada excursión a China en única.

Invariablemente, Beijing forma parte de cualquier itinerario, aunque la capital no es hoy representativa de la nación en su conjunto. Es necesario rasgar la superficie para encontrar lo más íntimo de la ciudad privada que existe en el número decreciente de calles serpenteantes (los hutongs) para extraer lo mejor del lugar. Pero sin dudas la Gran Muralla y el esplendor de la Ciudad Imperial no deben dejar de verse.


La Gran Muralla
La Gran Muralla es un símbolo de la genialidad china. Con una extensión de 6000 kilómetros, en una línea tendida a través del país, su construcción se inició en el siglo V antes de Cristo y se continuó hasta el siglo XVI. Participaron por lo menos veinte estados y dinastías a lo largo de un período de dos mil años. Un millón de soldados dieron luz a mil pasos fortificados y diez mil torres para mantener a los bárbaros fuera del Reino Medio. Miles de los soldados reclutados murieron a causa del agotamiento y la desnutrición.

Los sectores que subsisten actualmente, colocados extremo con extremo, conectarían Madrid con Moscú, y si los ladrillos utilizados para edificarla se pusieran en un único muro de cinco metros de alto y uno de ancho, este podría dar la vuelta a la tierra y aún sobraría.

La versión yanqui de que es la única obra construida por el hombre que se ve desde la Luna entró en crisis cuando algunos pusieron en duda tamaña aseveración y afirmaron que lo que se veía desde el satélite natural no era la muralla sino un río. Pero incluso a ras de la tierra y en su parte más pequeña y más visitada, es la imagen más espectacular de China.

Los chinos amurallaron sus ciudades desde las épocas más primitivas y durante el período de la guerra de los estados, simplemente extendieron la práctica de separar territorios rivales. Los orígenes de la Gran Muralla se remontan a esas discontinuas líneas de fortificaciones. De todos modos, no todo el mundo queda conmovido por la maravilla que supone la Gran Muralla. Un futbolista británico que había ido a Beijing a jugar con su equipo no quiso visitarla aduciendo que cuando se ha visto una tapia se han visto todas. El presidente estadounidense Richard Nixon sí la visitó. "Bueno, esta sí que es una pared grande", comentó.

Paradójicamente, la muralla, en su mayor parte de siete metros de altura y siete de ancho, con sus 25 mil torres almenadas, no sirvió a su objetivo. Sucesivas invasiones atravesaron sus defensas -se cree que Gengis Khan no tuvo más que sobornar a los centinelas- y, en cualquier caso, no fue de utilidad alguna contra potencias navales como Japón o más tarde Europa.

Al principio las murallas se construyeron como barreras entre estados. La más antigua data del año 500 antes de Cristo y se extendía por 480 kilómetros. Cuando China se unificó en el 221 antes de Cristo, las murallas existentes se unieron entre sí para proteger a la nueva nación de los invasores del norte.

Recién en el siglo XIV un régimen imperial pudo hacerse del control de la longitud total de la muralla. Los primeros emperadores Ming la reconstruyeron casi completamente, extendiéndola hacia el oeste a lo largo de 6400 kilómetros. Nunca volvería a desempeñar un papel tan significativo en la historia de China. Con la llegada de los manchúes, que controlaron el territorio a ambos lados, la muralla empezó a desmoronarse.

Los visitantes hoy recorren el tramo restaurado de Badaling, a 72 kilómetros al noroeste de Beijing, el primero en ser reconstruido en el año 1957. La muralla tiene aquí seis metros de ancho, con una constante sucesión de torres de vigía que datan de la época Ming. El recorrido sigue los contornos más elevados de una serie de colinas que forman una defensa formidable. Es la parte de la muralla de más fácil acceso, pero también la más concurrida. Rodeado de turistas, resulta difícil encontrar que hay algo genuino en la experiencia de trepar los 800 metros de escalones tratando de esquivar a los demás. Una vez arriba, a la izquierda, se descubre otro tramo, más empinado y con menos gente, y uno se lleva el recuerdo de una foto con una frase muy famosa en China: "Nadie es un gran hombre hasta que no sube a la Gran Muralla".
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"Nadie es un gran hombre hasta que no sube a la Gran Muralla", reza una frase muy popular entre los chinos.

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