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 domingo, 13 de marzo de 2005  
"La Tierra sin mal"
La cultura guaraní dejó su huella. Tradiciones y costumbres que aún se conservan

A lo largo de toda la visita por el Parque Nacional Iguazú y el área de cataratas, los turistas podrán percibir la marcada influencia que la cultura guaraní dejó en la región. Las fascinantes costumbres y la historia de esta etnia, castigada por la conquista europea, aún permanecen. Los guaraníes, cuyos antepasados eran semi-sedentarios, agricultores, ceramistas y hábiles navegantes, ofrecen hoy sus artesanías dentro del parque en su condición de primeros ocupantes de lo que ellos denominan la "tierra sin mal".

Es que la selva es para el guaraní mucho más que su hábitat. Es un ambiente mitológico que le provee no sólo lo necesario para la vida terrenal sino también una cosmogonía especial basada en el equilibrio entre hombre y naturaleza.

Básicamente contemplativa, la religión guaraní acepta la existencia de un solo Dios: Tupá. No tenían ídolos, creían en la inmortalidad del alma y en los demonios errantes que llaman "Añaes". Las divinidades explicaban los fenómenos de la naturaleza y de la vida. Los espíritus malignos que ellos aseguran que poblaban esta vasta región, sólo existían para castigar a quien depredaba la selva destruyendo los recursos naturales.

En la mayoría de los casos, los habitantes de estas tierras se congregaban bajo la asociación de los espíritus divinos que presidía el Caari Porá, un alma celestial que se transformaba en jabalí para perseguir y atacar a los cazadores que buscaban riquezas de la selva sólo para beneficiarse.


La leyenda de las Cataratas
Según la leyenda, muchos años atrás el río Iguazú era habitado por una enorme serpiente llamada Boi. Era costumbre de los guaraníes sacrificar una vez por año una linda doncella que era lanzada al río para ser entregada a la serpiente.

Para esta ceremonia se invitaba a todas las tribus guaraníes hasta las más alejadas. Fue así que un día llegó un joven cacique llamado Taroba que conoció a una linda doncella llamada Naipi ya elegida para ser sacrificada. Taroba se levantó contra los ancianos de la tribu e intentó inútilmente convencerlo de que no la sacrificasen.

Con gran valentía la raptó en vísperas del sacrificio escapando por el río en su canoa. Enterándose de esto, Boi se enfureció tanto que al doblarse de la bronca dividió el curso del río formando las Cataratas. Luego, consiguió alcanzar a Taroba y Naipi.

Como castigo, Boi los transformó en los árboles que hoy se ven en la parte superior de las cataratas con la cabellera de la bella Naipi como saltos de agua. Después de eso, la enorme serpiente se sumergió en la Garganta del Diablo y cuida hasta hoy que los amantes nunca vuelvan a juntarse. Sin embargo, en los días de pleno sol, el arco iris supera el poder maligno de Boi y los vuelve a unir.
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Las pasarelas de la Garganta del Diablo fueron modernizadas en 2001.

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