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 domingo, 13 de marzo de 2005  
Panorama político
Un aplauso para el asador

Carlos Duclós / La Capital

Balzac decía de los celos que "estar celoso es el súmmum del egoísmo, es el amor propio en defecto, es la irritación de una falsa vanidad". Hay bastante de cierto en todo esto y no debe caerse en la falsa creencia de que la celopatía está reservada a los amantes. En el ámbito político y gubernamental, por ejemplo, los celos están a la orden del día y constituyen una de las causas del fracaso de la gobernabilidad. Quien ha transitado alguna vez por la función pública y tiene un buen propósito y una idea brillante sabe que ello conlleva el riesgo de que algún mediocre influyente haga hasta lo imposible para que fracase su propósito. ¿Por qué? Pues porque por lo general a los políticos argentinos no les interesa tanto el bien común como el éxito personal y no soportan que alguien lo aventaje en trabajo y talento. Por lo general el político mediocre verá en otro funcionario con buenas ideas y deseos de ejecutarlas a alguien no preocupado por el destino del ser humano, sino a un contrincante que quiere aventajarlo. Así las cosas, tratará de entorpecerle toda su iniciativa.

Y una suerte de celos parecen haber invadido al intendente Lifschitz cuando se enteró de que la provincia, a través del Ministerio de Obras Públicas que conduce Alberto Hammerly, está dispuesta a construir entre 5 mil y 10 mil viviendas, un hospital y realizar otros emprendimientos en Rosario. Según la crónica periodística el intendente se preocupó y se molestó. Yparece ser algo muy preocupante en esta república de actitudes y episodios inéditos y desgraciados que un gobernante de un Estado se moleste porque otro gobernante hace obras o planifica realizaciones. ¿Cómo se entiende? El intendente dice que se enteró por los diarios de las obras que proyecta para Rosario el gobierno de Santa Fe. Sin embargo, y sin procurar desmentir al intendente, un día antes de que esta noticia se hiciera conocer por los medios, él se reunió con el propio Hammerly en Rosario. ¿Acaso en ese momento los funcionarios de la provincia no le impusieron de la buena nueva (que cayó como mala en el socialismo) al titular del Departamento Ejecutivo? Cuesta creer que nada le hayan dicho.

Entre las filas de los muchachos del bombo hay optimismo por esta arremetida del peronismo decidido a aterrizar en Rosario mediante obras e iniciativas. Y aún más: trascendió en algunos ámbitos que hay alegría en el reutemismo que no deja de recordar que al fin y al cabo tenía que ser un hombre del Lole (Hammerly) quien se decidiera a hacer ver a la comunidad no sólo que el gobernador Obeid tiene proyectos, sino que hay un presente lleno de obras. Claro que vaya a saber por qué estos proyectos no habían trascendido hasta el momento. Aunque se puede intuir ese porqué. Como alguna vez se dijo, el socialismo popular tiene una aceitada y eficiente máquina de comunicación de la que obviamente siempre careció el peronismo, más acostumbrado, por su propia raigambre, a escribir paredes que a escribir en medios. De paso digamos que en este nuevo orden del mercado, el marketing fue convertido en la alquimia que transforma una baratija en una joya. Este uso del marketing está rayano, es cierto, con el fraude moral al que los argentinos desde hace muchos años nos hemos acostumbrado. Pero hay también un marketing sano al que hay que apelar y es el que consiste en la venta del producto sin mentir sobre su calidad. ¡¿Por qué no utilizarlo?! De todos modos en cierto sector del peronismo hay complacencia por estos anuncios y sentimiento de justicia porque aseguran que muchas obras anunciadas por el socialismo popular pudieron realizarse gracias a la provincia. Y se dice además que aunque Obeid y Hammerly no sean buenos asadores, en el próximo asadito se llevarán ¡un aplauso para el asador! No tanto, acaso, por la delicia del plato, como por el hecho de haber puesto al intendente socialista en la parrilla.
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