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 domingo, 13 de marzo de 2005  
Interiores: Simplificar

Jorge Besso

La simplificación es una operación humana que contiene la paradoja de no ser simple, al menos no tan simple como reza el ideal de que siempre es posible simplificar las cosas. Y desde luego que es posible, pero no siempre, ni mucho menos cuando uno quiere. Tampoco está muy claro si la tecnología, cada vez y cada día más nueva simplifica, o por el contrario complejiza la vida. Sin duda que en muchos sentidos y aspectos los avances tecnos son más que beneficiosos, pero el sentido de la vida avanza a un ritmo mucho más lento que la ciencia y la tecnología, razón por la cual estos son tiempos expulsadores, esencialmente por razones económicas, pero también por un ideal enfermo que se fue adueñando del siglo XX, sin que se pudiera advertir del todo su avance a un ritmo todavía superior al de la idealizada ciencia.

Desde hace tiempo la máquina aparece como más confiable que el humano, en tanto y en cuanto tratándose de humanos nos topamos con un ser nunca domesticado del todo y por lo tanto muy proclive a errores diversos e imprevisibles, más las muchas y variadas transgresiones, y que no son solamente con relación a la mujer del prójimo, y respectivamente al marido de la otra ya que en esos casos se trata de transgresiones antiguas, en el fondo atemporales.

Como se sabe hay diversas máquinas, dispositivos y artefactos destinados a controlarnos, a evitar que nos llevemos lo indebido, o bien a que subrepticiamente colemos productos prohibidos o sin autorización a través de alguna frontera, muchas veces igualmente burlados, ya que tratándose de humanos la corrupción puede superar la tecnología. Un ejemplo de control con sofisticación top acabo de escucharlo en una noticia escalofriante: la radio está informando que 42 empresarios brasileños se acaban de implantar chips en el cuerpo para ser monitoreados en todo tiempo y lugar en caso de ser secuestrados con el consiguiente problema de que también pueden ser avistados en alguna aventura. Semejante práctica llenaría aún más este mundo de chips y monitores de forma que los cónyuges al matrimoniarse tendrían la posibilidad de chipearse mutuamente, al igual que los empleadores podrían chipear a sus empleados con el enorme riesgo de que desaparezca la mentira en el mundo, y la humanidad finalmente caería en la locura contemplando las pantallas de la verdad.

Como es más que evidente se puede pensar la historia humana desde nuestros primeros parientes hace miles de años metidos en las cuevas y a merced de la naturaleza, hasta llegar a nosotros, esa versión actual y más rebuscada de aquellos pioneros conformando una pluralidad de razas y de sociedades cada vez más urbanas, más o menos al resguardo de la naturaleza pero no al resguardo de la naturaleza humana que deja a millones de seres en todo el planeta a la intemperie social y sin siquiera las cuevas de aquellos parientes en donde poder guarecerse de las inclemencias humanas.

Freud decía en 1930 que "la humanidad no se decide por el suicidio porque aborrece el camino directo hacia su objetivo". Lo que es más que fuerte, y hasta parece exagerado, pero convengamos que especialmente en el siglo pasado y en los comienzos de este la humanidad ha dado muestras de la locura de actuar contra sí misma (bombas atómicas que destruyeron ciudades, eliminan personas y dejan intactas las ciudades, destrucción sistemática del medio ambiente, ejemplares humanos ahogados en su riqueza y en el otro extremo millones matados por la pobreza).

Por lo demás, aborrecer algo es bastante más que su rechazo y mucho más que la indiferencia por ese algo. Lo que está aborrecido en este punto es, según Freud, el camino directo hacia el objetivo. En definitiva, extendiendo un poco más la afirmación freudiana se podría decir que lo que se aborrece es el camino directo hacia las cosas. Esta afirmación de Freud entra en colisión con la declaración que hace cierta gente que se autodenomina y se autocalifica de frontal, clásicamente descriptos como seres sin pelos en la lengua. Extremo en el que cualquiera puede caer, o bien debe asumir en determinadas circunstancias.

La pregunta es si esta frontalidad permanente en algunos humanos (y circunstancial en otros) tiene al menos la virtud de simplificar las cosas, o el camino hacia los objetivos que se buscan. Tal vez habría que pensar que el pretendido camino directo hacia las cosas, o que las lenguas sin pelos muchas veces complican en lugar de simplificar, pues en esa posición se suele soltar lo primero que pasa por la cabeza, y no habría que confundir con la verdad los múltiples flash que atraviesan las mentes humanas y más aún en las situaciones conflictivas que como se sabe son tan abundantes o más que las normales.

Al mismo tiempo nada como el amor (más los muy variados caminos del erotismo) para ilustrar las dificultades de los caminos directos hacia el objetivo, y donde los tiempos de cada cual pueden tanto juntar como separar a los amantes. Conviene asumir que el humano es un ser complejo y acomplejado. A la vez egocéntrico y temeroso de ser estúpido o de ser traicionado, por lo tanto más o menos condenado a la paranoia, capaz del amor y del odio al mismo destinatario: un ser dual por definición. Razón por la cual ciertas simplificaciones son muy útiles para no transformar nuestras contradicciones en postergaciones crónicas cuando el camino indirecto hacia las cosas se convierte en un laberinto. En lo posible sin olvidar que en las complejidades humanas también está la riqueza y la creatividad que es lo que puede resguardarnos de la intolerancia. En este sentido de lo que se trata es de recordar que muchos intentos individuales o colectivos de simplificación no son más que formas de barrer la complejidad o la conflictividad con la intolerancia, ya que de una u otra manera la mayor intolerancia es la de simplificar al otro.
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