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 domingo, 13 de marzo de 2005  
Esas raras costumbres nuevas. Las fiestas de egresados son una muestra de loscódigos de los teenagers
Generación XXX: los adolescentes que cultivan el rito del "vale todo"
La noche de los boliches y el lenguaje utilizado para chatear exhiben el mundo de los chicos de los 90

Omar Quiroga (*)

"En vez de pensar tanto en qué país les vamos a dejar a nuestros hijos, preguntémonos qué hijos le vamos a dejar a nuestro país". La pintada en la pared tiene cierto dejo sesentista, engañoso, que permite suponer que una frase con una buena cadencia debe necesariamente revelar una verdad. Aún así, es difícil que no lleve a quien la lee a preguntarse: "¿Tu hija, cómo anda?". "Bien, ayer hizo su fiesta de egresados, se emborrachó, se besó con las chicas, hizo algo de strip tease, escuchó las confesiones de algunos compañeritos bisexuales, y todos danzaron frenéticamente al ritmo de un tum tum sin melodía, solo soportable con ayuda de estupefacientes".

Ser padre de un adolescente en cualquier época es un viaje de ida, un carrusel de pánico, karma instantáneo en el cual, después de haber dedicado años a planificar la vida de un bebé, llega el momento en que crecen y todo se va al caño. Pero aunque todos sepamos que década tras década surgen nuevos comportamientos y costumbres que rebasan los mojones mentales de la generación anterior, esas diferencias son difíciles de aceptar cuando parecen poner en riesgo la seguridad de un hijo. Y se magnifican, por supuesto, cuando adquieren la dimensión de fenómeno social.

"Vení, Tito, mirá lo que son estas nenas", le dijo el empleado de la casa de revelado a su compañero. Absorto en la ardua tarea de recortar unas fotos 4 x 4, el otro apenas si estiró el cuello para echar una hojeada a las copias. "Ah, ya sé, son las pibas de la Inmaculada Concepción, de acá a la vuelta. Hicieron la fiesta de egresados". Aunque a algunos ya no los sorprende, la primera mirada a las imágenes de cualquier noche de diversión protagonizada por adolescentes ofrece a los adultos el disoluto espectáculo de un aquelarre medieval o una bacanal romana.

En unos pocos años, el legendario clima otrora reservado a las estadías de fin de curso en Bariloche, pródigas en ritos de iniciación sexual y comas alcohólicos, ha pasado a ser moneda corriente en boliches, reuniones y fiestas de jóvenes y adolescentes. Todos los meses, noticias como las que consignan la hospitalización de un joven en coma alcohólico en noviembre pasado en Buenos Aires, o el abrupto final de una fiesta de egresados por la explosión de una bomba de gas lacrimógeno en fin de año, en Rosario, suman pánico al natural de temor de los padres ante las salidas nocturnas de los chicos. Claro que fuera del previsible consumo de alcohol y algo más -anfetaminas de indescifrable origen, éxtasis, etc.-, el estimulante principal, sin embargo, parecen ser las propias hormonas de los jóvenes, que al contacto con las de sus compañeritos reaccionan provocando la euforia generalizada.


Cualquier cosa menos amor
"Utilizás el sexo para expresar cualquier cosa menos amor", decía un personaje de una película de Woody Allen para mostrarle a otro que hasta el acto más íntimo que compartían había pasado a convertirse en una suma de gestos sin valor. De un modo similar, pero con el único objetivo de cautivar a los consumidores, desde los años 90 existen en la Argentina dos elementos de difusión incontrolables por su magnitud y capacidad de penetración en la vida adolescente: en televisión, tanto los noticieros como la ficción, y por supuesto los comerciales publicitarios -de gaseosas, desodorantes, conexiones a Internet, jabones antimanchas o automóviles- utilizan el imaginario sexual como metáfora del placer. En la www, hasta el portal más correcto exhibe como uno de sus contenidos, junto a cocina, manualidades, estrenos de cine o noticias al instante, la sección de sexo. Y aun sin remitirse a los guarismos que indican que el 70 por ciento del tráfico en la red lo constituye la pornografía, se puede afirmar que uno de los conceptos que la Internet pone a la vista de cualquier niño en edad escolar es la noción del intercambio sexual espontáneo.

Esta liberalidad, que el mundo adulto acepta sin pestañear, no discrimina a los adolescentes. Justamente parece haber dejado a su alcance una herramienta útil para elaborar sus códigos de relación independientemente de la mirada de los mayores. En cualquier blogspot -suerte de diario público en los que muchos usuarios retratan su vida íntima- pueden encontrarse relatos y anécdotas que ejemplifican el transcurrir de los jóvenes en la noche, desde el predancing hasta el desayuno: "La fiesta fue en la peor cueva de cap fed por afano ahi lo encontre a un prof apretandose 2 trabas jajaj mejor no les cuento lo que eran los reservados todos en bolas jajaja..."; "Fui a la fiesta de Egresados del... ( ) ...tuvo MUY BUENA, la cagada q habian muchos cabezas y se cagaban a piña cada 2 x 3ƒ pero tuvo buena igual...; Nos terminamos tranzando a 3 lesbianas, y dos de ellas son pareja asi que a full... pero él se llevó lo mejor, porque se lo agarraron con tooooodas las ganas : a mi más que nada me dieron el beso para no dejarme atrás : Muchaa beer, porro, cigarrillos, papas fritas, chupetines...". Estos modernos relatores del clásico Sodoma vs. Gomorra escandalizan, y con razón -además de a las profesoras de ortografía y gramática-, a cualquiera que no forme parte de la fiesta. O de sus prolegómenos, puesto que no se limitan a describir lo que ocurre dentro de los locales, sino afuera, en la previa, en los recientemente prohibidos trencitos de la alegría, que se ocupaban de brindar a los egresados un paseo por la ciudad antes de depositarlos en el boliche, o en la puerta de los mismos, mediante una serie de relaciones del tipo exprés: se afirma, por ejemplo, que algunas chicas, escasas de dinero para pagar la entrada, venden besos fugaces a los varones. A las de su mismo sexo, en cambio, se los regalan, ya entrada la noche, entre la música y las luces.


¿Una cultura nueva?
¿Se trata de una cultura nueva, que no registra diferencias entre lo público y lo privado? ¿Cuánto de fantasía, de realidad o de intimidad revelan las charlas del chat? Lo cierto es que, debajo de este culto a la promiscuidad, y el aparente pasatismo precoz, existen límites, aunque no demasiado marcados. Tal vez, en estas muestras de exhibicionismo, la nueva generación conlleve la misión de borrar para siempre la frontera entre sexo -o erotismo, si se prefiere- y la nunca bien ponderada pornografía. Cuestión que, por otro lado, sigue sin encontrar un rumbo claro en el mundo de los adultos. Muchos de ellos -convertidos hoy en padres- formaron parte de un cóctel contestatario que escandalizó al mundo a partir de los años 60: además de lanzarse a modificar el rumbo político del planeta, muchos jóvenes -y otros no tanto- aprovecharon la eficacia de la pastilla anticonceptiva para encarar la vida sexual con menos ataduras sociales.

La cultura rock, en su menesunda filosófica, popularizó, además, el uso de drogas a piacere, como una forma simple y cruda de evadir el control social.

Pasaron los años y, en la actualidad, el mundo gira en base a una organización en la cual una visión prevalece sobre el resto, agrupando a las personas por categorías de consumo. También rige la vida de los adolescentes, marcándoles claramente que para muchos adultos la juventud no es una etapa de la vida, sino un sector del mercado. Pero aquel sueño que glorificó la rebeldía juvenil hasta elevarla a la categoría de bien universal, si bien terminó hace rato, dejó un residuo en el imaginario social: yo, con mi cuerpo, hago lo que quiero. Y cualquier cosa vale con tal de no ser uno más del montón.

(*) (Revista Poder)


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"Con mi cuerpo hago lo que quiero", es una de las consignas.

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