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 miércoles, 03 de noviembre de 2004  
Central Córdoba celebró un clásico deslucido por el juez

Elbio Evangeliste / La Capital

El clásico no merecía un bochorno tal. De ninguna manera. Dentro de muchos, muchos años, muy pocos se acordarán de que un 2 de noviembre de 2004 Central Córdoba le ganó 3 a 1 a Argentino. La mayoría recordará la patética actuación del árbitro Gabriel Guillaume, cuyo principal objetivo fue transformarse en la figura de la noche de Tablada. Todo esto en los más de 100 minutos de juego (el partido estuvo parado más de 20') en los que el charrúa fue el dueño de la alegría precisamente por los errores del árbitro y, por supuesto, por algunas infantilidades de los jugadores salaítos.

Si cuando la cosa estaba once contra once a los muchachos de barrio Sarmiento no les tembló el pulso para marcar presencia en tierras charrúas. Con la pelota al piso las situaciones llegaron por decantación, pero siempre faltó la puntada final. Mientras, Córdoba sólo inquietaba con alguna pelota parada. Pero por esa vía llegó la apertura a los 20'. Porque tras el córner de Petrovelli y el despeje de Andrada, Del Bono la tomó como venía y la clavó abajo.

Pero el albo no se apichonó. Y no sólo eso, sino que siguió intentando por abajo. Así, un minuto después, la asistencia de Ibáñez para Raschetti terminó en una exquisitez del volante salaíto para marcar la igualdad.

Y hubo fútbol hasta que llegó el (muy) dudoso penal de Sciretta sobre Armani (alcanzó a cabecear aunque desviado) que desembocó en la expulsión de Ordóñez y el pase de factura del goleador casildense. Fue el principio de la locura.

Tras la vuelta de los vestuarios los ánimos no estaban del todo calmos y al minuto de juego Guillaume marcó una mano de Ledesma. Andrada le detuvo el penal a Armani y cuando se quedó con la pelota el juez volvió a marcar el punto penal por una supuesta infracción sobre Conocchiari. Allí Guillaume empezó a repartir rojas (se fueron Sciretta y Sandro Sánchez) y pese a que Armani volvió a fallar el partido ya no fue lo mismo.

El juego se desdibujó, tanto como la actuación de Córdoba, que con tres hombres de más mantuvo la línea de cuatro defensores y encima Domizi mandó a la cancha dos volantes de contención (Acoglanis y Radice). A tal punto que por momentos pareció un típico equipo del campito.

¿Y Argentino? A esa altura hacía lo que podía, aunque lo hizo bastante bien, ya que pese a que le costaba horrores progresar en el campo de juego se dio el lujo de poner un jugador (Juan Sánchez) en posición clara de gol, pero el volante prefirió tirarse a la pileta en busca de un penal en lugar de rematar.

Era imposible que a Córdoba se le escapara el clásico, más allá de que la primera clara en el complemento fue el tiro de Armani que dio en el palo a cinco del final. No fue gol pero si gozó en el rebote de un nuevo penal (este bien cobrado) para sellar el 3 a 1.

No había más nada por jugar, pero Guillaume no quería irse así nomás del Gabino. Entonces, cuando el juez de línea Cinquetti recibió un proyectil de los hinchas charrúas y los jugadores de Argentino se agolparon en el lugar, el árbitro expulsó a Bassani (nadie sabe por qué) y después se tiró al piso cuando el Beto se le puso cara a cara.

Descontrol. Mucho descontrol. No sólo del lado de los salaítos (con la adrenalina a full), sino de parte de la parcialidad charrúa que invadió el campo de juego. Pero todo pasa. Porque luego de que los hinchas volvieron a su lugar Guillaume puso la pelota en el centro del campo, dio tres minutos de descuento y cuando pitó el final se fue silbando bajito como si nada hubiera pasado.

El pueblo charrúa tiene todo el derecho a estar feliz. Pero el pueblo futbolero no tenía el derecho de padecer una noche tan patética. Ningún derecho.
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Armani festeja el tercer tanto del equipo de Tablada.

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