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 domingo, 20 de junio de 2004

El forzado exilio de una familia

La muerte de Estefanía Aguzzi, una nena de 7 años, disparó en noviembre de 1999 una prolongada conmoción en el pueblo de Hughes. El médico y presidente comunal Rodolfo Bellomo había observado grandes hematomas en el cuerpo. "No puedo estar convencido de que la muerte de la nena sea consecuencia de maltrato físico -afirmó entonces-, pero no me quedan dudas acerca de que hubo abandono de persona".

El rumor se propagó: los padres de Estefanía eran responsables de la muerte. Enseguida se organizaron movilizaciones frente a la casa de la familia. Los vecinos llevaban carteles con la foto de la nena y pedían justicia. Los más exaltados escribieron "asesino" en las paredes y rompieron los vidrios de la vivienda.

Los Aguzzi habían sido hasta entonces una familia más de Hughes, pero a partir de ese momento se volvieron sospechosos. "Eran tranquilos, pero reservados", dijo un vecino. Y esa reserva encubría algún secreto. "Parecían correctos y buenos", observó Bellomo: es decir, habían dejado de serlo, para pasar a encarnar el objeto de un repudio masivo.

Cien vecinos hicieron una caravana hasta Melincué, también con fotos de Estefanía, y lograron entrevistarse con el juez Carlos Risso. Después organizaron una marcha de silencio. Corrían más rumores: los padres de la menor, se decía, habían ido a ver un partido de fútbol y la chica había quedado sola, sin atención. El abuelo de Estefanía tuvo que desmentir otras ocurrencias descabelladas. "Se dijo que a los cinco años mi hijo presenció el envenenamiento de su madre, que todavía vive, cuando lo que en realidad existió hace cuarenta años fue la muerte de mi primera esposa, que padecía afecciones mentales", declaró.

El juez Risso detuvo a los padres y los procesó por abandono de persona seguido de muerte. La verdad comenzó a despejarse a partir de las pericias médicas: Estefanía había fallecido a causa de una enfermedad en la sangre que nadie había diagnosticado. Recién entonces los padres de la nena quedaron en libertad. Pero la condena social fue más fuerte: los Aguzzi debieron irse de Hughes.

O. A.

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