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 domingo, 20 de junio de 2004

Los actores de un escenario nuevo
Para el especialista Máximo Sozzo sucesos como los de El Trébol plantean cambios en el debate sobre la seguridad pública

Osvaldo Aguirre / La Capital

Máximo Sozzo es docente e investigador de la Universidad Nacional del Litoral, especialista en temas de criminología y uno de los estudiosos que reflexionan con más lucidez en Santa Fe sobre los problemas de seguridad pública. En su opinión, la preocupación manifestada en El Trébol y otras localidades del interior provincial ante el delito corresponde a"un fenómeno nuevo cuya fisonomía todavía no podemos atisbar" y que se desarrolla al ritmo que imprimen las movilizaciones populares.

Hughes (1999), Arequito (2003) y en estos días El Trébol fueron escenario de sucesos en principio diferentes pero que muestran rasgos en común. El principal estuvo dado por la conmoción de esas comunidades ante episodios que aparecían como delictivos. La gente se movilizó, hizo puebladas y en sus reclamos se mezclaron demandas de seguridad y actitudes que fueron vistas como discriminatorias o retrógradas, al proponerse la expulsión de personas a las que se señalaba como indeseables.

-Los vecinos de los pueblos donde hubo movilizaciones por seguridad atribuyeron el delito a personas extrañas. Es decir, las comunidades donde ocurren son absolutamente inocentes. ¿Cuál es su visión al respecto?

-Eso se repite constantemente en los diálogos de vida cotidiana: siempre el que comete el crimen es el otro, el extraño, el ajeno. Esa imagen atraviesa las clases sociales. Estas reacciones populares expresan en su aparición pública un cierto nivel de homogeneidad social. Dudo de que sea así en realidad, pero se expresan como una reacción homogénea de la comunidad frente a quien potencialmente, de acuerdo al rumor público, se presenta como la fuente de todos los males. La idea de que todo tiene que ver solamente con un individuo implica una reducción de la complejidad de las desviaciones sociales. Además es una reversión a un pasado premoderno: si en algo se justificó la Justicia penal, como intervención estatal, fue como la presencia de un tercero que viene a ser un árbitro entre las partes en el marco de una disputa. Un tercero que viene a sembrar paz, porque si las partes manejan el conflicto por sí mismas pueden generar violencia. En ese sentido la intervención estatal, a través de la Justicia penal, se presentó históricamente como la forma de evitar la lucha de todos contra todos. La reacción popular, aunque termine en un señalamiento social o en un acto institucional, como en El Trébol, evoca ese pasado. Esto no sucede solamente en esos escenarios sociales: forma parte de un clima que tiene que ver con la forma en que hoy se percibe el problema del delito. Entre esta reacción y la cruzada Blumberg hay un puente que conecta la necesidad de la movilización colectiva, por un lado, como reacción para generar que el Estado actúe. Y lo hacen aún en contra de lo que se construye como verdad en la Justicia penal. El juez Creus encontró inocente a la persona y descubrió algún indicio de que la causa (de El Trébol) estaba armada por la institución policial. Pero nadie le lleva el apunte a esa verdad judicial, se reconstruye otra historia y a partir de ahí se produce la movilización colectiva y hasta un acto institucional como la declaración de persona no grata por parte del Concejo Deliberante.

-¿Cómo juega en estas reacciones el desprestigio de instituciones vistas como ineficaces -como la Justicia- o corruptas -como la policía?

-Son la mixtura de dos procesos distintos. Por un lado la desconfianza pública en las instituciones estatales que se encargan de controlar el delito. Por otro algo que siempre ha existido y que dijo un sociólogo clásico, Emile Durkheim: "La pasión es el alma de la pena", es decir, el castigo tiene una naturaleza esencialmente emotiva y eso ocurre tanto en las sociedades primitivas como en las avanzadas. En buena medida son esas pasiones las que se ponen en juego en la movilización colectiva. Hoy existe todo un gradiente de movilizaciones colectivas construidas en torno al delito y al control del delito, que tienen distintos significados, distintos fines y distinta organización pero que en buena medida actúan sobre lo mismo: sobre las emociones y los sentimientos que el delito genera. En el caso de un escenario social acotado, como el de El Trébol, es más posible que la reacción pública aparezca como una reacción homogénea. En la movilización de Blumberg eso fue mucho más difícil, porque había un montón de gente que proclamaba su desacuerdo con uno o varios puntos de su petitorio.

-¿Cómo funcionan los rumores en la preocupación pública por la seguridad?

-Tienen un rol fundamental en la construcción de la creencia. Otro sociólogo, Robert Merton, se preguntaba: ¿Qué sucede cuando las creencias sociales, aun cuando construyen una definición de la situación que es falsa en su origen, son creídas por suficiente cantidad de personas y motivan la acción? Es el caso de El Trébol. No importa si es verdadero o falso que ese sujeto sea el principal causante de los hechos delictivos: lo que está claro es que cuando una cantidad suficiente de personas comparte esta creencia acerca de la causa de los hechos delictivos, ya no interesa lo verdadero y lo falso y tampoco la verdad judicial. El efecto de la acción consagra a la creencia como una verdad. Lo que está en juego ahí es mucho menos un cálculo racional que la emotividad y los sentimientos que el delito, como objeto cultural, concita. Porque el delito genera una especie de energía emotiva que se puede canalizar de distintas maneras en los otros, y en algunos casos se canaliza en acción. Y al producir acción genera unos efectos que son constructores de verdad. Si vas a El Trébol y decís "la historia no es así", difícilmente tus pruebas racionales puedan desarticular la creencia. Es lo que le pasaría al juez Creus yendo a una asamblea popular a explicar por qué el acusado es inocente. También tiene que ver con los tiempos que vivimos. El delito siempre estuvo rodeado de emotividad; si hay algo que logró la modernidad es por lo menos contenerla dentro de unos canales más o menos civilizados. Civilizar la reacción social ante el delito es la promesa de la modernidad. En cierto sentido, hoy por distintos costados vemos síntomas de descivilización: la reacción colectiva, la movilización colectiva, la crítica a la Justicia penal como una institución ineficaz para resolver las disputas, nos anuncian una vuelta al pasado. Y en el pasado lo único que hay es una economía del exceso, lo que hay centralmente es un ejercicio excesivo de la reacción. Porque justamente si hay algo que los sentimientos y la emoción no tienen son límites.

-En este marco, ¿el fenómeno Blumberg marca algo nuevo?

-Tiene que ver con algo que venía desde antes, con este escenario de emociones colectivas en un contexto de creciente inseguridad. No hay que desligar esto de lo que han sido las reacciones políticas ante la inseguridad urbana. El concitar el clamor popular es algo que inventaron también los actores políticos, con mensajes que inflaman la emotividad y los sentimientos: pienso en la campaña electoral de Ruckauf, en 1999. Los políticos han tenido que ver con la construcción de este clima, donde hay un núcleo duro que es el aumento de la inseguridad urbana y también una inflamación de las emotividades y los sentimientos. Es muy representativo el caso de Blumberg -una persona que, como imagen cultural y social, es pura emoción. Cuando se debatían las propuestas de su petitorio había muchos académicos que empezaban sus miradas críticas diciendo "yo entiendo el dolor del padre". Reconocían la legitimidad del dolor pero lo paradójico era que el dolor, la emotividad, eran productores de propuestas. Eso es algo nuevo. Hace veinte años la discusión de la ley penal era tema de expertos. De repente los penalistas tienen que encontrarle sentido a un conjunto de propuestas nacidas de una movilización popular. Se plantea otra novedad: no hay una necesidad muy fuerte de que las medidas que se tomen contra el delito estén argumentadas de acuerdo a los cánones de un saber; basta con que tengan clamor popular. Fenómenos tan distintos como el de Blumberg y lo que pasa en El Trébol forman parte de un escenario nuevo que se está construyendo, cuya fisonomía es difícil de atisbar pero que implica algo innovador: la movilización popular tiene efectos respecto de qué estrategia de control del delito se puede poner en marcha. La política se adapta a ese nuevo fenómeno y se asienta en él, como demuestra claramente la resurrección de Ruckauf a partir del debate de Blumberg.

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