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 domingo, 20 de junio de 2004

El Pájaro Loco
¿Te acordás hermano...? de Indalecio López
El ex insai derecho de Córdoba y de Central es un personaje que trabajó 30 años en Obras Públicas, dirige una escuelita de fútbol en el club Arizona y hace más de 70 que vive en Tablada

Miguel Pisano / La Capital

"¡Qué hacés, Pájaro Loco!", lo sorprendió el Gitano Juárez la lejana tarde del 58 en la que Indalecio López llegó a la primera práctica en Central. "No sufrí el cambio de Central Córdoba a Central porque el primer día llegué en la moto, la dejé en el café y apenas me vieron los muchachos me levantaron en andas con la barra del Gitano Juárez, el Flaco Menotti, Castro y el Nene Fernández", recuerda el ex insai derecho en su casa del pasaje Quilmes, donde comparte un agradable café con Ovacion, especialmente servido por su esposa, Pina, la gringa que lo banca hace medio siglo, en el corazón de Tablada.


Indalecio Antonio López nació el 22 de diciembre del 32 en la misma cuadra del pasaje Quilmes donde vive desde hace 71 años, cuando el barrio era un montón de quintas con árboles, baldíos y canchas por doquier, escoltado por la vieja estación de pasajeros del Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano, ahora perdida en el laberinto de la Siberia.
Hijo de Mercedes e Indalecio, dos gallegos que llegaron a principios de siglo, el Gaita es parte de la historia viviente del barrio. "Mi viejo trabajaba en el Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano como encargado del coche comedor. Tenía un saco de mozo con botones dorados con una locomotora grabada, con la que parecía un mariscal", recuerda Indalecio, que perdió al padre a los 7 años y se crió con el tío Pepe, que le puso los pantalones largos, le prestó el traje y hasta le dio unos mangos.

-¿Dónde empezaste a jugar?

-En el club Arizona, de Chacabuco y Riobamba, pero íbamos a jugar a las canchas de Carpincho, un viejo que vivía en un rancho con un pozo de agua entre las cuatro canchas de 27 y Necochea. En ese pozo podías encontrar cualquier cosa, desde zapatos hasta gatos, pero nunca nos pasó nada. Y después en la selección del Ministerio de Obras Públicas, donde estudiábamos y jugábamos con el Haroldo (Miguel La Rosa), que también jugó en Central.

-¿El Ministerio era precedente de las escuelas técnicas?

-Exacto. Hice un año en el Industrial, que ahora es el Politécnico, y después estudiaba en la escuela del Ministerio de Obras Públicas, que formaba técnicos en cuatro años y después entrábamos a trabajar directamente. A los 12 años jugaba de 5 en la sexta de Arizona, pero cuando pasé al Ministerio el Indio Morales, que era el caporale, un tipo diez puntos, me puso de 8. Morales se ponía a hacer jueguitos con el Haroldo y eran magos. Mi vieja no quería que jugara porque decía que el fútbol era cosa de atorrantes. Para colmo la primera vez que me dieron permiso para jugar para Arizona un clásico contra Temperley me cruzó Nardi con esos tapones de antes, que eran de cuero con clavos, y me lastimó la gamba y estuve no sé cuánto con un trapo para que mi vieja no se diera cuenta.

-¿Arizona también tenía básquet?

-Sí, y me gustaba más el básquet. Venía del Ministerio y me ponía solo a tirar al aro. Jugaba al fútbol por influencia de mi casa. En el Ministerio también estaba Gallego, que jugaba de fulbá en Córdoba, y venía todos los días a buscarme para que jugara en la cuarta especial porque necesitaban un 8.

-¿Cómo llegaste a Córdoba?

-A los 16 años me trasladaron a la oficina de Suministros y el capataz era el hermano del presidente de Central Córdoba, Tomás Bottero, hermano del secretario técnico de Perón. Entonces le dije que iba si me ponían en la cuarta especial, que era la vidriera para después jugar en primera. Firmé en Córdoba y en la Rosarina y el domingo debutaba con Newell's. Mi vieja me lustró los timbos y rajé para la cancha. Cuando llegué al vestuario estaban todos cambiados. El padre de la Chancha Semprini era el delegado y me dijo que no jugaba y que tenía que ir a la reserva de la primera local, donde jugaban los desahuciados, me acuerdo que jugaba un tal Rochi, de acá del barrio, que me llevaba como 15 años. Le dí el carné a Semprini, le dije que lo rompiera y me fui por la puertita de Virasoro. Entonces me llamó, le hizo sacar la camiseta a Giaché y me puso.

-¿Y cómo te fue?

-Anduve una barbaridad. Y cuando fui con Arizona a jugar al básquet a Temperley me llamó un tipo y me dijo que no podía jugar más porque la cuarta especial del fútbol se consideraba profesional. Entonces seguí jugando al fútbol.

-¿Cuál fue tu segunda época en Córdoba?

-En el 56, cuando vino de técnico el profesor Ricardo Martínez Carbonell, que no fue jugador sino boxeador. Nos estábamos por ir al descenso, nos salvamos y al año siguiente salimos campeones con Palmintieri; Alvarez y Rivoiro; Valenti, Villagra y Schubert o Leonetti; Ráccaro, Indalecio López, Cecchini, Bertrán y Delogu. Y también estaban Móbile, Vizzo, Strano.

-¿Cómo llegaste a Central?

-Córdoba tenía una deuda y me dio el pase, en el 58, y me fui a Central cuando Fonda era técnico. Central formaba con Bertoldi; Casares y Cardoso; Alvarez, Tito Rossi y Muggione; los brasileños Rodrigues, el Flaco Menotti, el Gitano Juárez y Castro.

-¿Por qué jugaste tan poco en Central?

-Porque no anduve, jugué dos años en reserva, y porque el técnico era Luppi, el padre del actor, y me dijo que no estaba en sus planes. Si yo no jugaba valía un peso y si jugaba valía diez. Y su idea era llevarlos al Gitano Juárez y a Castro a España.

-¿Cómo era el Gitano Juárez?

-Un muy buen compañero. Un tipo tan noble que cuando salía de cobrar por la puertita de Cordiviola les daba plata a los pibes que lo seguían.

-¿Y Capote De la Mata?

-Otro personaje. Cuando era técnico de Córdoba nos escapábamos juntos a jugar en el campo y después del partido servían esas picadas con cerveza donde Capote se ponía a contar historias, como con 200 tipos alrededor.

-¿Seguís laburando en Arizona?

-Dirijo una escuelita de fútbol hace ocho años, pero recreativo. Y los jueves tenemos la peña donde comemos un asadito, contamos recuerdos y nos matamos de risa. l

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Un cacho de Tablada. Indalecio López vive hace más de 70 años en el encantador pasaje Quilmes.

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