Año CXXXVII Nº 48424
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Educación 19/06
Campo 19/06
Salud 16/06
Autos 16/06


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 20 de junio de 2004

Seguridad jurídica

Julio Villalonga

El adjetivo "combativo" le cabe al presidente Néstor Kirchner en casi todos los terrenos y frente a casi todos los adversarios, sean éstos naturales o creados por él mismo. Sin embargo, hay una excepción a la regla: el enfrentamiento que mantiene el gobierno con los sectores piqueteros más duros. En ese caso, el adjetivo del comienzo sólo se puede aplicar al movimiento insurrecional que, aunque todavía pequeño, está poniendo a la administración Kirchner frente a un verdadero dilema.

Hasta ahora, el gobierno ha dejado hacer a los piqueteros que no le responden con el criterio de que sus acciones -cada día más violentas y cada vez más fuera de la ley- terminarán aislándolos de los sectores medios en una espiral sin remedio. Mientras tanto, el poder constituido está dispuesto a pagar un costo político que es calculado, según aseguran en la Casa Rosada.

Los piqueteros alineados a la izquierda radicalizada y los que siguen al populista mesiánico Raúl Castells aplican paso a paso el ABC de los manuales insurreccionales, aquellos que sostienen que "cuanto peor, mejor". Paralelamente, acumulan poder por goteo con su gimnasia movilizadora de masas y se cocinan a fuego lento creyendo que cada día que pasa están más cerca de una hipotética sublevación general. Un diagnóstico correcto -la clase política no tiene proyecto, las razones estructurales de la debacle argentina siguen allí, etcétera- los lleva a pensar que, aunque en realidad no esté en su cabeza la toma del poder, "el sistema" terminará colapsando. Entonces ellos, se imaginan, estarán allí, en la vanguardia, para liderar ese proceso.

Sin dedicarse al corte de rutas o calles, este análisis es muy parecido al que transporta Elisa Carrió a cada medio amigo que acepta invitarla, ahora instalada con comodidad en el lugar de la líder opositora que tiene la paciencia necesaria -y la sabiduría- para sentarse a esperar que pasen los cadáveres de todos sus enemigos.

Ahora, ¿cuáles son los peligros que pueden enfrentar los argentinos con este juego irresponsable entre el gato-gobernante y el ratón-piquetero? Al menos dos, a saber. En primer lugar, la seguridad jurídica de los ciudadanos está en permanente retroceso. El conflicto entre el derecho de los argentinos a circular y el de los piqueteros a protestar debería obligar al Poder Ejecutivo a intervenir, estableciendo cuál debe ser el bien jurídico que hay que priorizar. Si es el de protesta, entonces el gobierno deberá avisarle al resto de la sociedad que no hará nada para garantizarle su ejercicio del derecho a ir a trabajar, por citar uno solo de los que están siendo conculcados.

Que los piqueteros piden trabajo y "no les dan" también es cierto. Tanto como que es el Estado -en este momento administrado por este gobierno- el que debe hacer lo posible (y lo imposible) para generar las condiciones que restablezcan la equidad económica y la justicia social.

Hasta hoy, el cálculo político ha llevado al gobierno a la inacción. En Balcarce 50 creen que tienen la situación bajo control y que pueden seguir con este estado de cosas "sine die". La toma de edificios públicos y privados, las bombas molotov y los destrozos allí por donde pasan los piqueteros, hablan de un salto cualitativo de la violencia. Sin una posición firme del gobierno, el ejemplo puede cundir. Pero, más grave aún, si el principio de autoridad parece en jaque, el resto de los actores sociales puede interpretar que el gobierno está desertando de una de sus responsabilidades primordiales, la de garantizar la vigencia de la ley.

(Por el contrario, mientras todo esto ocurría, Kirchner y sus primeras espadas optaron por lanzar acusaciones al aire sobre un presunto complot, acusaciones que debieron terminar desmontando como si estuvieran trastabillándose). En segundo lugar, el gobierno ya ha mostrado su inclinación a resolver problemas a través de atajos. La administración Kirchner luce, a veces, como un adicto: en lugar de enfrentar su situación encarando el camino más duro pero de futuro más cierto, las acciones del gobierno se traducen en general en saltos al vacío, en fugas hacia adelante que dejan ver el rechazo del presidente y de sus principales colaboradores a ver la realidad en toda su compleja trama.

Tomando el párrafo anterior como esquema, el lector podrá llenar los lugares vacíos con cada una de las "gaffes" del gobierno, de marzo a esta parte, y verá que la afirmación es válida.

Toda la política K es un compendio de acciones muy pocas veces encadenadas y que tratan de sostener al gobierno desde el único lugar posible: las ofensivas política y mediática.

Sólo las circunstancias excepcionales -externas e internas- en las que Kirchner debió hacerse cargo del poder explican que ni la sociedad ni la clase dirigente hayan reaccionado con mayor fiereza frente a un gobierno que juega permanentemente con el poder, como los aprendices de brujo lo hacían con los elementos químicos.

Las luces rojas encendidas en el panel de control de la administración K, desde comienzos de abril, coinciden con la existencia de dos encuestas bien realizadas y que reflejaron el inicio de un proceso de hartazgo de sectores medios y medios/bajos por la falta de solución a problemas de fondo como la desocupación, para unos, o la inseguridad y el deterioro del poder adquisitivo, para otros.

La debilidad es su fortaleza, dicen algunos y miran hacia el kirchnerismo. Esto no puede ocultar el hecho original, el de la debilidad, y su condición de defecto. Para lograr que se convierta en virtud, el gobierno debería decidirse a gobernar con algún grado de consenso. También con alguna grandeza. Porque muy probablemente no vaya a repetirse una encrucijada como la del último año. Y es más que seguro que, con el paso del tiempo, y por más esfuerzo que el Ejecutivo haga, la fortaleza de la debilidad ya no alcance.

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados