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 domingo, 20 de junio de 2004

Panorama político
El día después de mañana

Mauricio Maronna / La Capital

Néstor Kirchner llega hoy a Rosario con un índice de imagen positiva en la ciudad que ninguno de sus antecesores en la posdictadura pudo lograr.

El presidente es, por lejos, el dirigente más valorado en una ciudad que dejó allá lejos y hace tiempo la atracción por el voto cautivo y que, paralelamente, derribó aquella categorización que la señalaba como "la capital del peronismo".

Sin embargo, la proliferación de adjetivaciones y el palabrerío inútil sobre una interna anticipada entre el jefe del Estado y su antecesor, Eduardo Duhalde, fueron bosquejando en los últimos días un enorme signo de interrogación: ¿hasta qué punto el santacruceño no caerá en la tentación inútil de cambiar el rumbo del viento de cola que hoy sopla a su favor, por subir al pedestal la interna del partido de gobierno?

La Argentina parece estar condenada a convivir desde hace algunas semanas, y hasta no se sabe cuándo, con la traumática relación entre un presidente que va logrando legitimarse en la acción de gobierno y un partido que observa con desconfianza cada movimiento de esgrima en procura de desactivar los aceitados engranajes del pomposo ¿ex? movimiento nacional organizado, hoy escaldado por ciudadanos que escudriñan a los hombres y dejan de lado la cursilería teórica abroquelada en las nomenklaturas partidarias.

La mejoría de los índices macroeconómicos, la reconstitución del poder presidencial, la reconciliación entre gobernantes y representados y la ausencia de hechos de corrupción lograron devolver a una sociedad escéptica la esperanza en su gobierno. Este es el mayor logro que comenzó a cosechar Kirchner el 25 de mayo de 2003, y que cumplió su primera etapa cuando el magro 22% de votos que obtuvo en la primera (y única) vuelta electoral pasó a formar parte de la historia.

El estado de campaña permanente, el acierto en la elección de los enemigos (caminos que aconsejan los manuales de la política moderna) y los bonus track que regalaron ciertas consecuencias de la devaluación cambiaron el ánimo colectivo en muchas capas de la sociedad, imprescindible para encarar la tarea de reconstrucción de un país que vino columpiándose entre el abismo y el infierno.

Si para el presidente, hasta ahora, gobernar fue confrontar, el desafío presenta de momento nuevas prioridades: bajar los aterradores índices de indigencia y pobreza, incorporar a millones de personas al circuito productivo y reinsertar a la Argentina en el engranaje de un mundo reticente a invertir después de tanto jolgorio por un default irracional.

Los nuevos objetivos solamente podrán lograrse en la medida en que el consenso sea considerado como política de Estado y los niveles de discusión no suban los decibeles de la vocinglería, alojada como un virus en las entrañas de algunos funcionarios y algunos duhaldistas.

La oposición -con la excepción de Elisa Carrió y su visión casi siempre lúcida pero a veces demasiado nihilista del día a día-, sigue buscando hacer pie en medio de la ciénaga.

Al radicalismo le faltan 499 convenciones internas para poder alumbrar algo que se parezca a un partido con vocación de poder.

La centroderecha (encabezada por Ricardo López Murphy y Mauricio Macri) sigue sin demostrar que no es una hoguera de vanidades que consume todo proyecto de unidad para llegar a la cúspide.

La centroizquierda no sabe cómo ubicarse frente a un gobierno que en algunos hechos, y en demasiados ejercicios dialécticos, le ha robado el discurso.

Con el menemismo en franco estado de extinción, la lucha por el poder real sigue enclavada en el Partido Justicialista. El in crescendo de vulgaridades, explosiones de pirotecnia y puestas en escena de parte de "los Fernández" e Hilda Chiche Duhalde reiteró la semana pasada la instantánea de compadritos disputándose el territorio.

Pero el ex presidente, curtido en la lectura de encuestas, sabe que la pelota está en campo del santacruceño y que los peronistas tienen un único sol que los alumbra: el poder. Y, hoy por hoy, Kirchner lleva las de ganar.

"Nosotros pretendemos ser oficialistas, pero el presidente es como un marido que, en vez de querer hacer el amor con su esposa, prefiere violarla", graficó a La Capital un despechado diputado nacional del PJ, ignorado por los habitantes de Balcarce 50.

Aunque el latiguillo de "madre de todas las batallas" resulte hoy tan previsible como cansador, la provincia de Buenos Aires es la tierra prometida para quienes buscan consolidar su poder. ¿O acaso Carlos Reutemann, cuando estaba en condiciones de ser presidente con sólo decir "sí", no comentó que era imposible transformar la Argentina sin que ese territorio sea intervenido?

Es innecesario recurrir a los libros para darse cuenta de que no hace falta que un hombre muera para saber que todo corre peligro: la liberación del joven Cristian Ramaro fue un alivio, no solamente para el desbordado Felipe Solá (políticamente extraviado como el personaje de Bill Murray en "Perdidos en Tokio") sino para todos los poderes de la República. La sociedad ya no otorga cheques en blanco. El gran desafío del poder central es demostrar que el objetivo de máxima es el día después de mañana.

En Santa Fe, mientras tanto, la discusión por el régimen electoral comienza a hartar antes de tiempo. Están los peronistas que quieren mantener la ley de lemas, los que la quieren derogar y los que (cada vez son más) plantean hacerle retoques para evitar los abusos. Una pintura similar se observa en los flecos de la Alianza Santafesina.

Entre la gama de posibilidades que se abren, dos opciones deberían ser rechazadas con todo vigor: el mantenimiento del sistema tal cual está (un engendro apto para inescrupulosos) o el regreso a las internas cerradas (un instrumento funcional a la reedición de fantasmagóricas cooperativas).

Entre tantas declamaciones, los posicionamientos de cada uno de los dirigentes sirven para desnudar hipocresías y dobles discursos.

Al que "se pavoneó ante el país como ejemplo del más límpido civismo electoral, podían ahora devolver la bofetada y reír de la estulta presunción de unos cuantos señores que creen que llevan al rey en la barriga", escribe José Saramago en su estupendo "Ensayo sobre la lucidez".

Una obra urgente para la dirigencia provincial, a cuya mayoría sólo la casualidad hace que viva de la política.

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