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 domingo, 13 de junio de 2004

candi
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-Aun a riesgo de invadir cierta intimidad suya, Patricia, voy a difundir parte de la carta que me envió. Lo hago convencido de que es un importante testimonio de vida que puede servir, y mucho, a tanta gente que hoy está desolada y afligida. Antes de reproducir el párrafo más relevante, debo aclarar que esta carta la he recibido de usted a los pocos días de la partida de su querido esposo, quien soportó varias intervenciones quirúrgicas y algunos años de dolencia. Usted expresa: "La falta de... (nombra a su esposo) es muy notoria, pero todos nos sentimos como si el estuviera a nuestro lado y no dejamos de pedirle ayuda para todo lo que se nos presenta, que no es poco. Hemos tenido la satisfacción de acompañarlo durante toda su enfermedad, de verlo luchar siempre con alegría no importando lo que tuviera que pasar: operaciones, quimioterapia, medicamentos, análisis permanentes. Nunca se quejó, nunca se abatió, siempre pensó que iba a salir adelante, nunca dejó su trabajo. Como podía salía del sanatorio y se sentaba en su oficina y empezaba de a poco a trabajar. Nunca dejó de estudiar, de leer, de iniciar proyectos, de pensar qué más se podía hacer y siempre pensando qué más podía hacer por nosotros. Le interesaba profundamente la formación y el estudio de sus hijos y los incitaba permanentemente a leer, a no dejarse hundir por una baja nota y a que cada uno se exigiera hasta donde podía dar, al que podía 100, 100, al que podía 20, 20, pero siempre con energía, porque quería que fueran fuertes porque la vida es dura y hay que prepararse para afrontarla y saberla disfrutar en estas condiciones. Así nos preparó a todos y de esta manera estamos tratando de salir adelante, porque nos dedicó su vida y su vida fue muy plena, y así debe ser la nuestra. Muchas gracias y adelante con su columna, nos sirve a todos el optimismo y la confianza en Dios para disfrutar de tantas cosas que El nos da sin merecerlo, hasta pronto. Patricia".

-Una hermosa carta.

-Patricia: Todo lo que yo pueda decir es abundar en conceptos que usted ha vertido, es tratar de elaborar un discurso con miras a generar un sentimiento de consuelo innecesario, por cuanto siendo usted una persona llena de fe, esperanza y amor y sobre todo plena de confianza en Dios, lo que aquí pueda expresarse es harto conocido por usted. No obstante, me permitirá que le agradezca. Le agradezco no tanto el hecho de escribirme, sino el de escribir y que lo haya hecho con conceptos simples, pero profundos, que honran a su esposo y nos dejan una enseñanza. Le diré, sin embargo y como al pasar, que hace mucho tiempo un religioso bueno y piadoso dejó como consejo a los familiares de un amigo que acababa de partir estas palabras: "A los hermanos ausentes en lo físico no debemos apenarlos con nuestra pena, debemos honrarlos y calmarlos con nuestros recuerdos cariñosos". Estas palabras están en consonancia con aquellas recordadas de San Agustín a sus seres queridos antes de su partida, palabras que nunca me cansaré de repetir: "Si me aman, no me lloren".

-Con lo que el sabio y santo, Candi, quiso significar que no hay por qué apenarse por la partida de un hermano hacia otro estado de existencia. Agustín, por lo demás, sugiere que no tenemos derecho los que quedamos aquí por un breve tiempo más, a estremecer el espíritu de los que partieron con nuestra congoja.

-Así es, no obstante todos sabemos cuán difícil es mitigar la pena que implica la ausencia de un ser querido. Sin embargo, Patricia, le deseo y le pido (y en usted a todas aquellas personas que estén pasando por igual trance) que muy pronto se esté exigiendo estar de pie y con todas las fuerzas. De más está decirle que ese es el deseo de su esposo y de todos los hermanos ausentes y de ese Dios que nos convoca a todos, a todos, a cumplir el rol trascendente que nos fuera asignado. Por lo demás, sabe usted que todas aquellas personas que se levantan del dolor son guías de aquellos que, como nosotros, andamos en las tinieblas de la vida a los tumbos y tratando de ver la luz. Muchas gracias por estar incorporándose y a los lectores les pido perdón por haber dado a esta columna de hoy cierto carácter personal.

Candi II
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