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 domingo, 06 de junio de 2004

[Nota de tapa] Letras entre pares
Apuntes para una genealogía de las diferencias sexuales
Los estudios sobre las relaciones de género y sexualidad son una respuesta científica, desde las ciencias sociales, a una temática emergente que consolida su cuota en el mercado editorial

Andrea Delfino (*)

Las representaciones de lo masculino y de lo femenino, en las sociedades contemporáneas, no se refieren sólo a las personas sino también a las teorías. En una perspectiva fuertemente enraizada en la filosofía y en la ciencia política, lo masculino y lo femenino han sido pensados como idénticos, como términos que poseen la misma condición o categoría. Ya, en el otro extremo del universo de las representaciones, masculino/femenino aparecen cargados de una diferencia insoluble.

Los análisis sobre las relaciones de género y sobre la sexualidad produjeron dos grandes corrientes analíticas para comprender y explicar esas diferencias entre los géneros. Se trata de dos campos teóricos contrapuestos que actuaron, y todavía continúan actuando, como referentes teóricos últimos y obligatorios, y como dicotomía teórica necesaria. Ellos son: el esencialismo y el constructivismo.

Según el esencialismo, la orientación sexual del individuo es innata y se encuentra biológicamente orientada. El moldeado de los comportamientos y los patrones de racionalidad diferenciados se derivarían de realidades ontológicamente distintas. Las diferencias de género son diagnosticadas por los esencialistas como derivadas de experiencias físicas, irreductiblemente distintas, dadas a partir de la diferenciación de los cuerpos. La medicina, la biología y la teoría psicoanalítica constituyen los campos disciplinarios que van a expresar con mayor fuerza esas ideas.


HACIA LA RUPTURA
Pensar la sexualidad, para las ciencias sociales, supone comprenderla como sustento de las relaciones sociales entre los sexos y en el marco de toda una serie de instituciones de control social. Esto significó una ruptura con una de las teorías que habían dominado el campo científico en lo que se refiere a la sexualidad: la teoría psicoanalítica. La crítica proveniente de las ciencias sociales está, básicamente, centrada en tres puntos: su universalismo, su esencialismo y su fuerte biologicismo. Desde el constructivismo más profundo, el rechazo a la teoría psicoanalítica está centrado en la aceptación sin examen de los postulados fundamentales de la visión masculina del mundo. Según la teoría freudiana, la conciencia de la ausencia fálica es la que crea la inferioridad femenina, funcionando de esta manera como una ideología justificadora, como un producto de la ideología dominante. Una visión esencialista de la condición femenina supondría una verdadera naturalización de una construcción social.

Desde un ángulo opuesto, este rechazo devendrá en un enfoque teórico nuevo que supone la identidad y el deseo sexual como construcción social. La constatación de que la actividad sexual tiene un sustento biológico y de que este sustento tiene características universales, no invalida la posibilidad de pensar en un diferencial en la actividad de los agentes socializados, en contextos también diferentes. Así, las diferencias entre los géneros fueron percibidas como productos derivados de construcciones puramente sociales. Es, dentro de esta segunda matriz disciplinar que produce, hacia la década del sesenta, la cristalización de los denominados "estudios de género". La particularidad de estas teorizaciones es sostener como herramienta heurística central la diferencia entre sexo (hecho biológico) y género (hecho social). En el marco más amplio de la teoría social, Michel Foucault intentaba, por esa época, subvertir la concepción binaria del poder y llamaba la atención sobre la construcción histórico-social de las categorías, ofreciendo de esta manera algunas estrategias para la subversión de las jerarquías de género. A partir de entonces, el vínculo entre una parte de los estudios de género y el pensamiento foucaultiano se va a tornar estrecho.

Sin embargo, fuertemente influenciados por la teoría feminista y los "estudios sobre las mujeres" los denominados estudios de género van a estar centrados buena parte de las décadas del 60 y 70 en el estudio sistemático de la condición de las mujeres.

La década del 80 presenta un importante viraje. América Latina se incorpora con fuerza a la discusión y en el espacio angloamericano ganan terreno los estudios sobre la construcción social de la masculinidad. Es, durante los años ochenta cuando la producción sobre la masculinidad puede situarse más propiamente en relación con las teorías de género y sin lugar a dudas responden a los cambiantes contextos sociales e intelectuales de aquellos estudios. Paradojalmente, este nuevo corpus viene a llenar una de las lagunas que presentaban las discusiones sobre esta problemática. Lejos de reemplazar o suplantar los estudios sobre las mujeres, los estudios sobre la masculinidad actúan apoyando, engrosando y complementando el radical rediseño operado por los estudios sobre las mujeres.


SOBRE LOS HOMBRES
"Los estudios sobre la masculinidad" parten del supuesto teórico que las masculinidades son socialmente construidas en dos campos interrelacionados de relaciones de poder: en la relación de hombres con hombres y en la relación de hombres con mujeres. Posibilitando, de esta manera, la lectura de variaciones en las identidades y representaciones de las masculinidades entre las culturas, a lo lago del tiempo, entre los diferentes grupos insertos en una misma cultura e incluso a lo largo del curso de vida de un hombre individual. A partir de entonces la masculinidad, como ya había acontecido con la femineidad, deja de definirse fuera del contexto socioeconómico, cultural e histórico en que están insertos los varones y se la conceptualiza como un conjunto de significados y comportamiento fluidos y en constante mudanza. Al referirse a una variedad particular que subordina a otras, el surgimiento del concepto de "masculinidad hegemónica" produce una división crucial en el análisis de la masculinidad. Este concepto junto con el de "hegemonía" permite una concepción más dinámica de la masculinidad, entendida como una estructura de relaciones sociales, en la que varias masculinidades no hegemónicas subsisten aunque reprimidas y auto-reprimidas por ese consenso o sentido común hegemónico.

Es, justamente, este punto de inflexión el que da lugar a toda una serie de investigaciones relacionadas con las masculinidades subordinadas o marginalizadas, investigaciones que se desarrollan fundamentalmente en el campo académico estadounidense y australiano.

Hoy la mirada constructivista de la homosexualidad constituye un punto de encuentro de la sexología, la sociología, la antropología, la historia y la "teoría gay".

Desde esta confluencia de miradas la masculinidad convencional o hegemónica es un aspecto del objeto de deseo, el cual es subvertido por la elección sexual. Las investigaciones desarrolladas hasta el momento están dando cuenta de las complejas relaciones internas a través de las cuales la homosexualidad masculina es construida, relaciones más complejas y, por sobre todo, más heterogéneas que las que pueden estar contenidas en la idea de subcultura. Es por esta razón fundamental que, como señala Robert Connell, el establecimiento de la disidencia sexual abre reales posibilidades de cambio en la estructura social de género.

(*) Master en Sociología y docente de la Universidad Nacional de Rosario

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La masculinidad es un aspecto del objeto del deseo, subvertido por la elección sexual.

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