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 miércoles, 07 de abril de 2004

Editorial
Violencia e irracionalidad

Rosario padece cotidianamente las consecuencias de la inseguridad, que ha modificado de manera profunda los hábitos de vida de su gente. La causa principal del auge del miedo no es otra, por cierto, que el notorio incremento de la delincuencia. Combatir hasta revertir el actual estado de las cosas se erige como el ímprobo desafío que debe resolver cuanto antes el poder político, tanto a nivel nacional como provincial y municipal, presionado por el masivo reclamo popular que se expresó días atrás en las movilizaciones por el secuestro y asesinato del joven Axel Blumberg. Sin embargo, la violencia que sufre la sociedad no es provocada de modo exclusivo por los malvivientes. En muchas ocasiones se suscitan hechos cuya explicación elude las coordenadas de la lógica. El caso del joven de diecinueve años Mauro Sebastián Reol, quien sin causa aparente resultó golpeado en la cabeza con una baldosa en San Nicolás al 1100 y ahora se encuentra en coma, integra esa problemática categoría.

Lo preocupante de la agresión es su absoluta carencia de motivaciones que pudieran dar cuenta racional del acontecimiento. Un supuesto cruce de palabras por una botella de plástico que, pateada accidentalmente, habría impactado en un grupo de muchachos, sería el disparador de la criminal acción que ha dejado a Mauro entre la vida y la muerte. Desde cualquier punto de vista bajo el cual se observe lo sucedido se desemboca en la poderosa angustia que genera la violencia gratuita.

Pero esa clase de violencia dista de ser novedosa en la sociedad argentina. En última instancia, la agresión de la que fue víctima Mauro se produce sobre el problemático trasfondo que constituye la habitual rotura de mobiliario y elementos escolares por parte de los alumnos, la destrucción de los teléfonos públicos perpetrada por anónimos vándalos, los daños infligidos a las estatuas en plazas y monumentos, la pérdida del respeto por los ancianos, la desaprensión de los conductores de vehículos que ponen en peligro la vida de su prójimo y, en fin, cualquiera de los numerosos y ocultos actos de violencia que alberga la vida cotidiana de una sociedad que parece haber olvidado los valores que cimentan la convivencia en armonía.

Sólo la revalorización de la educación y la reconstrucción de la devastada justicia social, tan reclamadas, permitirán reconstituir los ejes y modificar la dirección del barco. De otra manera la violencia continuará reinando, tanto la que emana de la delincuencia como la que se instala entre nosotros sin razón aparente, excepto la locura.

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