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 miércoles, 30 de julio de 2003

Editorial
La renovación del centro

Si bien las huellas más crueles de la crisis que devastó al país tienen que ver con el drama del hambre, el flagelo del desempleo y el auge de la miseria, los rosarinos que día a día recorrían el centro de la ciudad hasta no hace mucho tiempo registraban un paisaje desolador, signado por locales vacíos, inseguridad nocturna, suciedad y abandono. Sin embargo, señales nuevas han comenzado a dar impulso a una bienvenida sensación de optimismo.

La Capital difundía en la nota que abrió ayer la sección Ciudad que una de las galerías más tradicionales del microcentro -la Rosario, que data del año 1957 y cuyas entradas están por las calles San Martín y Sarmiento a la altura del 800- llamó a un concurso de ideas con el objetivo de remodelar su hall central. El indicio parece pequeño, pero se suma a otros similares y acaso permita confirmar una tendencia expansiva.

Es que uno de los rasgos más notorios que adquirió la recesión al instalarse en el centro del ejido urbano rosarino fue la transformación de numerosas galerías que habían sabido brillar como paseos comerciales en virtuales metáforas del desierto. En muchos casos se convirtieron en auténticos fantasmas de un pasado glorioso, casi restos fósiles de épocas signadas por la marca del consumo. Ahora, aunque tímidamente, se prefigura un retorno.

Como ya se lo ha escrito en esta columna, los problemas que aquejan al punto neurálgico de la ciudad tienen orígenes distintos, uno de los cuales se relaciona con una tendencia verificable en la mayoría de las metrópolis occidentales: los sectores más pudientes -y también parte de la clase media- huyen del smog, el ruido y el estrés en busca de calma y espacios verdes. De tal manera se ven beneficiadas las localidades de la periferia: basta recordar el alto nivel de crecimiento poblacional experimentado en Funes como muestra de lo que sucede.

Tal fenómeno es mundial y no puede impedirse. Pero sí es factible enfrentar el proceso de deterioro del centro con decisiones urbanísticas lúcidas -desde el plano estatal-, creatividad -en los niveles comercial y empresarial- y amor por el paisaje en que se vive -por parte de la ciudadanía-: nada sencillo, ciertamente, mas por completo necesario si se pretende recuperar al alicaído centro rosarino.

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