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sábado,
01 de
diciembre de
2007 |
Urbanismo: atreverse al riesgo
Los proyectos públicos en las ciudades latinoamericanas, el rol del Estado, la inseguridad y la paranoia urbana bajo la mirada del colombiano Felipe Uribe
Aníbal Fucaraccio / La Capital
La ciudad colombiana de Medellín sufrió y creció bajo los estigmas de la violencia. En ese marco se formó el arquitecto Felipe Uribe, un especialista en proyectos públicos que conoce en profundidad las bondades y las miserias de las ciudades latinoamericanas. La obligación de los profesionales, la turbulenta relación con la política, las fórmulas contra la inseguridad y las huellas urbanas bajo la visión de un especialista. “La tendencia en la práctica liberal es tomar riesgos sólo para los proyectos privados pero hay que animarse a tomar riesgos en lo público”, recalcó Uribe en un interesante contacto con Estilo durante su última visita a Rosario.
—¿Cómo es la relación de los arquitectos argentinos con los proyectos públicos?
—Noto una apatía general de los colegas relacionada con lo público y eso tiene que ver con que la mayoría de los concursos no se ejecutan. Acá los concursos parecen un sofisma de distracción de los políticos para que todo el mundo crea que se está haciendo un aeropuerto o un parque, pero en realidad no se está haciendo nada. De esta manera los arquitectos se vuelven autores de un proyecto invisible y eso desmorona el interés de los profesionales.
—¿Por dónde pasa la clave de transformación de los espacios públicos?
—Me parece que la tendencia en la práctica liberal es tomar riesgos sólo para los proyectos privados. Se arriesga con edificios o conjuntos de viviendas pero no con los proyectos públicos. Hay que animarse a tomar riesgos.
—¿Ese riesgo lo deben tomar los políticos o los profesionales?
—Se debe asumir en forma paralela a la política. Los proyectos que presenté en la Facultad de Rosario son de concentración en la ciudad y casi de autogestión. Se trabaja a riesgo y en un momento se le vende a un intendente o a un directivo de una entidad pública. Obviamente este tipo de emprendimientos debe ir de la mano de la voluntad política porque si el gobierno no termina ejecutando el proyecto no hay posibilidad de que salga adelante.
—Para abordar lo público, ¿cuáles deben ser los primeros pasos?
—Antes que buscar el preciosismo del objeto hay que encontrar la motivación para participar desde la práctica profesional. Hay que trabajar junto a las universidades y comprometer al sector político.
—Tus obras en Colombia tienen un fuerte acento social y son claras portadoras de un mensaje pacificador, ¿cómo se pueden trasladar esas inquietudes en Argentina?
—Una de las cosas que más me llamó la atención es que Argentina está sintiendo por primera vez que es Latinoamérica, que pertenece a esa realidad económica y social. Se advierten reacciones que nosotros ya sufrimos en Colombia hace un tiempo, como la paranoia que se va generando en las ciudades y la necesidad de cerrar los parques. Se están dando los primeros pasos hacia el desastre que representa privatizar esos espacios.
—¿Por qué decís que Argentina se siente por primera vez parte de Latinoamérica?
—Hay hechos evidentes. Buenos Aires ya está haciendo el proceso de reciclaje de basura en las calles. Gente de muy bajos recursos lo realiza por la noche y camiones levantan los restos por la mañana en forma organizada. Eso indica que ya existe un negocio de millones de dólares con los pobres. Es un fortín de votos políticos. Un problema muy latinoamericano. También hay delincuencia común en las calles e indignación en la población. Hay paranoia urbana y las villas se transformaron en un estigma.
—¿El vínculo se forjó a través de aspectos negativos?
—No todo. Marco aspectos negativos pero básicamente pienso que las ciudades latinoamericanas gozan de una cultura más rica, policromática, más divertida y con un gran potencial creativo. Pero lamentablemente lo latinoamericano —en relación a lo urbano— cuenta con una carga muy negativa.
—¿Quedan lugares en Buenos Aires para trabajar lo público a gran escala?
—Esa percepción engañó durante mucho tiempo a la gente. Buenos Aires tiene un peso específico histórico tan grande y sugiere una súper ciudad ya consolidada pero bajo la lupa aparecen cientos de lugares con millones de metros cuadrados que necesitan intervención de todo tipo. El concurso del Parque de la Ciudad, en la zona sur, es un buen ejemplo de eso.
—¿Qué problemas urbanos advertís en Buenos Aires?
—Las villas se están volviendo verdaderos agujeros negros en la ciudad. Y las sociedades de arquitectos y los políticos se lavan las manos ante este problema. Evaden el compromiso, lo cercan y parece que la trama de la ciudad desaparece. El trabajo de reubicación y dignificación es el problema más importante y urgente que sufre Buenos Aires. Si ese fenómeno crece, en la ciudad no se va a poder vivir en menos de lo que la gente piensa. Una vez que se establecen estas separaciones, la percepción de inseguridad es muy alta y esa apreciación pasa a ser real.
—¿Se puede revertir ese proceso?
—Buenos Aires, que tiene un frente al río como Rosario y Santa Fe, tiene un potencial muy grande para trabajar y reaccionar.
Rosario, a la vanguardia
—Desde esa perspectiva, ¿qué análisis hacés de lo que pasa en Rosario?
—En Rosario se percibe algo muy especial. Hay una escala mediana, con una posibilidad cosmopolita. Es parecida a Medellín. Acá el tiempo es más especial, es más encantador habitar. Noto que está en el punto justo de recibir mucha inversión en infraestructura cultural y urbana. Rosario está llevando una vanguardia, un liderazgo, pero tiene que intensificar fuertemente ese proceso. Se necesita más obra estructurante y edificada.
—¿Qué sensación te dejó Rosario?
—Está en la escala perfecta para ser intervenida. Tiene las virtudes de una gran ciudad y los beneficios de otras ciudades pequeñas, donde el barrio, la amistad, la calidad humana y el acelere es perfecto. Además, con el Paraná tiene unas condiciones ambientales envidiables. Cuenta con la posibilidad de reciclar todo el sistema ferroportuario. Es preciosa y con un gran potencial. Se nota que hubo aporte de los arquitectos y continuidad de gestión.
—¿Qué no debe perder de vista para apuntalar su progreso?
—Rosario no debe salirse del casco urbano, recuperar los centros tradicionales e invertir mucho en la zona del río. Allí esta su potencial ambiental y puede marcar la diferencia con otras ciudades. Pero sigue habiendo mucha zona libre y todavía no se observan obras públicas de envergadura. Además debe estudiar más su perfil urbano contra el río y densificar un poco más ese sector para lograr un mejor uso y control.
La política y el encierro
—¿Qué misión debe perseguir el espacio público en un país como Argentina?
—Hay que apuntarle a la política. La sensibilidad debe arrancar desde la clase dirigente porque si no, no hay capacidad de acción. Simultáneamente debe haber una conducta de los colegios, las universidades y de los arquitectos. Las políticas públicas y sociales deben actuar para que el desarrollo de los urbanizadores no se vuelque a los sistemas de unidades cerradas que se propagaron en toda Latinoamérica.
—¿Qué análisis hacés del fenómeno de los countries?
—Es una realidad que la gente descubre, tarde o temprano, que es inviable. Uno se puede apartar de la ciudad con tres hijos y al tiempo se da cuenta de que los padres se convierten en choferes, que se empieza a limitar una acción de vida, se corren otros riesgos y se desarticula el contexto familiar. Y eso lleva a un gran problema de la ciudad que es el desalojo que se produce.
—¿Cómo afecta esto a las ciudades?
—La población que va a los countries es una población que debería estar viviendo en la ciudad. Irónicamente la gente con mayor capacidad adquisitiva es la que protagoniza este fenómeno y es la que mayor poder político tiene. Ellos abandonan la ciudad, entonces es obvio que tienen menos interés en que la ciudad invierta en la misma ciudad. Así se verifica que empiezan a destinarse recursos hacia las autopistas y las vías de comunicación. Esa operación hace que los flujos de dinero se destinen hacia otros objetivos. Ese dinero podría ser muy importante si se ubicara en la ciudad. Entonces todo redunda en un fenómeno inmobiliario. No tiene ninguna trascendencia social ni urbana. Se vende un producto ficticio que indudablemente nuestras ciudades no resisten.
—¿Es el resultado de la ciudad que no supimos construir?
—La reacción ante estos fenómenos es la que ayuda a que se acelere el deterioro de la ciudad. Si vemos a New York, vivir al lado del Central Park, o en Buenos Aires, al lado del parque San Martín, son los lugares más costosos. Ocurre en todas las ciudades civilizadas. Esto demuestra que vivir en la costanera del Paraná, con un parque enorme al frente, debe ser la residencia más costosa. Y esa misma gente que vive allí automáticamente hace que los espacios verdes se mantengan bien, organizados y vigilados.
—¿Este proceso de deterioro tiene retorno?
—Creo que sí. De hecho en Buenos Aires ya se verifica un proceso de retorno. La gente ya frustró su expectativa y está volviendo a la ciudad, al sistema barrial. Es que en un determinado momento se acaba la calidad de vida. Y es falso el tema de la seguridad y se comprueba con los crímenes que aparecen en los countries.
—¿De qué salva el encierro?
—El encierro es como una estrategia de guerra. En el medioevo esencialmente servía para defenderse. Pero al que va a tomar un lugar así es más fácil. Pasa lo mismo en las ciudades universitarias. En un espacio cerrado con dos puertas, sólo con dos personas puedo encerrar y tomar esa zona encañonando a un portero. Lo mismo pasa en una casa urbana con un muro ciego al frente. Si hay un asalto, ningún vecino se entera. Y en un edificio en altura se dan situaciones similares ya que el portero y el personal de servicio conocen todo el funcionamiento de varias familias acomodadas y en algún momento aparece la tentación. Estratégicamente es falso que el encierro brinde seguridad. Para que haya mayor seguridad, debe haber mayor apertura.
Inseguridad, un conflicto común
—¿Cómo se debe manejar la seguridad en los espacios públicos?
—Las ciudades latinoamericanas deben asumir que los parques necesitan vigilancia. No coercitiva ni agresiva, pero hay que vigilarlos. No estamos en el nivel europeo de cero vigilancia. Entonces lo que pasa en este sector del planeta es que nos auto imponemos toques de queda.
—¿La inseguridad es el problema común de Latinoamérica?
—La seguridad sirve para unir todo. Lo bueno y lo malo. No hay que dejar de mirar que detrás de la sensación de inseguridad hay compañías que facturan millones con sistemas de seguridad privada. La mayoría de los personajes que manejan esas empresas están vinculados con la política. A esa gente no le conviene que el Estado destine dinero a la seguridad en los espacios públicos porque afecta sus negocios. Políticamente el temor es utilizado para dominar. Eso se percibe en Estados Unidos y es fruto de la mala política que lo único que logra es que nadie participe y que todo el mundo obedezca una tendencia de información.
Ciudad compacta, más viable y rentable
—¿Cuál es el concepto de ciudad que se debe perseguir?
—La ciudad latinoamericana debe ser compacta porque así es más viable y rentable. Permite que se actualicen los sistemas de transporte masivo, permite ahorrar en infraestructura y optimizar los usos de los espacios públicos.
—¿Adónde tienen que apuntar ciudades como Rosario?
—Lo más urgente es frenar el crecimiento. Ponerle una cota real al casco urbano. Donde se pueda verificar lo que es campo y lo que es urbano. Lo rural no se puede tocar. Si no se producen unas manchas de aceite que no se sabe hasta dónde se van a derramar y que la vuelven inviable por una cuestión de control. Cuando más grande es más difícil suplir los servicios básicos que debe tener una ciudad.
—¿Cuál sería el paso siguiente?
—Comprender qué población le cabe bajo sus condiciones de coexistencia. Para mí las ciudades latinoamericanas no deben tener más de cuatro millones de habitantes. Y deben prever la ciudad que se viene con anticipación para desarrollar las ciudades satélites.
—¿Qué perfil le notás a Rosario?
—Ciudades como Rosario son muy competitivas comercialmente, muy tentadoras para el flujo de dinero que se va de las grandes capitales como Buenos Aires o Bogotá.
—¿Establecer límites representa una medida políticamente correcta?
—Es difícil establecer qué es lo correcto. El hecho de poner límites también perjudicaría directamente a muchos propietarios de tierras. Pero el crecimiento de la ciudad tiene que ver con decisiones totalizadoras. Deben tender a controlar la calidad de vida de los ciudadanos. El problema en Latinoamérica es que en cada gestión política, las cotas se cambian y no hay reglas claras que perduren en el tiempo.
—¿Debe haber compensaciones?
—Claro, si un propietario de un terreno es castigado por una ley de preservación, debe ser compensado con otro sistema. Debe haber políticas sanas de compensación.
—¿Comprobaste experiencias positivas?
—En Colombia la expropiación se toma muy en serio y el gobierno lo hace mucho. Si hay un bien de interés cultural o social se realiza un evalúo y se expropia. Hay mucha gente que se opone pero las ciudades necesitan ese tipo de acciones concretas.
—¿Cómo se hace para que los políticos esquiven soluciones demagógicas?
—España da muestras claras. Se anima a desplazar los barrios descompuestos con baja densidad y altura porque saben que la ciudad no los aguanta en ese lugar y pasan a viviendas de tres o cuatro pisos. Para que no exista el desarraigo lo que hacen es desplazar temporalmente a las familias, se readecuan las viviendas y se les asigna una nueva casa con mayor calidad habitacional y urbana. Así la gente recibe una mejora individual pero colectiva.
—¿Se puede plasmar eso acá?
—En Latinoamérica se sacan las villas a la fuerza. No se brindan soluciones o se las ubica en sitios donde es inviable vivir. Sacamos al pobre al lugar más lejos cuando es la persona que menor capacidad de desplazamiento tiene. Lo mismo pasa con los vendedores ambulantes que es un fenómeno muy latinoamericano. No sirve desplazarlos a una zona donde no hay comercios. En Quito solucionaron ese tema con bazares en las zonas donde estaban asentados. Así los sacaron de la calle y los ubicaron ante su gente en un sitio con condiciones más dignas.
La responsabilidad del estado
—¿Qué hay que hacer para que el sector privado repare en los intereses públicos?
—Es difícil. Lo que está pasando es que le entrega al promotor privado el tema de la vivienda social o pública. Así se llega a productos macabros, con una calidad paupérrima, que es prácticamente una estafa. No se le puede entregar un problema social a un negociador. Son arreglos entre políticos y personajes de poder. Entonces se esquivan a los arquitectos y se deja de lado cualquier intención de calidad. Se hace todo al revés.
—¿Cómo tendría que ser?
—El Estado debe llamar a los mejores arquitectos, ponerlos a trabajar con las universidades y plantearle el desafío de construir viviendas sociales. Pero debe realizarse en un buen sitio y con buena calidad. El Estado debe invertir y subsidiar, no queda otra. No puede recaer esa responsabilidad en un privado.
—En este contexto latinoamericano, ¿se puede soñar con una ciudad mejor?
—No dudo que se puede revertir todo este proceso. Pero queda claro que esa tarea es más difícil en algunas ciudades. He visto los peores sitios de algunas ciudades que han salido adelante de la nada con proyectos de arquitectura que guardan esta visión que algunos pueden tildar de excesivamente optimista, ingenua o soñadora. Pero estoy seguro de que se puede mejorar. Es falso que no hay dinero, lo que pasa que se vuelca para otro lado.
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Uribe es autor de obras públicas en Medellín y advierte problemas comunes en toda Latinoamérica.
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