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miércoles,
28 de
noviembre de
2007 |
Viajeros del Tiempo ©
Rosario 1905/1910
Por Guillermo Zinni / Fuente: La Capital
El agua como proyectil. Se aproximan los tres días de carnaval que todas las naciones del mundo civilizado dedican a divertirse sanamente. En todas partes el bullicio y la algazara se mantiene dentro de los límites que la cultura aconseja, menos en la ciudad del Rosario, donde el abuso que se hace del agua es la causa de que sus habitantes rehúyan las calles y se vea transcurrir esas fiestas en la más espantosa soledad de la que nos habló el poeta. El origen de esta tradición quizá se encuentre allá por 1820, cuando nuestra ciudad estaba constituida por unos cuantos ranchos cuyos moradores tendrian entre sí la suficiente confianza como para amortiguar los ardores del sol canicular con mutuas abluciones del agua fresquísima de sus pozos, tal como puede verse hoy mismo en algunas casas de la avenida Pellegrini, y algún lector me guardará de mentir. Pero hoy las cosas han cambiado mucho y es bien triste que por satisfacer el capricho de unos cuantos aburridos cuyo ideal consiste en una docena de globitos flotando en un balde de agua, se vean las calles céntricas en tan lastimoso estado como si estuviéramos amenazados por alguna huelga u otra calamidad pública. De todos modos, y aunque el agua como proyectil puede llegar a ser peligrosa, no deja de ser altamente cómico ver en el centro de la calle a algún que otro temerario improvisando las más ridículas piruetas para esquivar los infinitos proyectiles que convergen sobre su persona. Es ciertos que en varios puntos del mundo suelen tirotearse con productos mucho más molestos que el agua, como cenizas, tomates, harina, aserrín y hasta caramelos, pero se trata por lo general de villorios insignificantes o de paseos apartados donde el que va ya sabe a qué se expone. En lo que al Rosario respecta, enhorabuena que entre vecinos y personas de amistad recíproca se tiren con toda el agua del río Paraná, pero no que se atente contra el derecho de caminar por las calles o que estemos obligados a quedarnos en casa. (1907)
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