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sábado,
10 de
noviembre de
2007 |
La ciencia sin
conciencia
Los medios nos comunican el fallecimiento del aviador que arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima (Japón) en 1945. Ello despierta el recuerdo de algo atroz, donde bastante más de cien mil personas –niños, mujeres y ancianos– perdieron la vida; unos inmediatamente, otros tras mucho sufrimiento en días, meses o años. Aquello fue un acto de terrorismo en el más riguroso sentido del término; una deliberada y muy cruel matanza de inocentes, por la que todavía no se ha pedido perdón. En el libro de los mensajes de visitantes pude leer, manuscrito y firmado por Juan Pablo II, entre otras cosas, que "la ciencia sin conciencia no conduce sino a la ruina del hombre"; que "está en peligro el futuro del hombre, a no ser que surjan hombres más sabios"; que "la vida del planeta depende de que la humanidad realice una verdadera revolución moral". No recuerdo cómo entonces formulé mi repudio. Tal vez haya dicho, u hoy diría, que la barbarie del hombre civilizado es mucho peor que la del primitivo y que es necesario limpiar el planeta de ese diabólico armamento. Espero poder preguntarle a nuestro Padre Dios en el más allá por qué permitió aquello. Pero también le agradeceré por las muchas veces que seguramente, desde entonces, ha impedido a hombres sin conciencia apretar el botón de la destrucción de más de media humanidad.
José Bonet Alcón
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