Una propuesta para contener a los adultos en riesgo social

Un centro de jubilados ofrece casas compartidas a quienes no tienen dónde ir

Vanesa Valenti / La Capital

Los afectos son una necesidad básica para los adultos mayores. Por eso René se emociona hasta las lágrimas y aprieta con fuerza el brazo de quien le ayudó a cubrir esa carencia y le abrió las puertas del lugar donde hoy vive. Quiere agradecer pero no sabe cómo. Encuentra que la mejor forma de devolver eso es con más afecto.

Ese es el espíritu que fluye en el lugar donde René está desde hace dos semanas. Se trata de una casa recientemente inaugurada por el centro de jubilados y pensionados “Todo por amor” donde el objetivo es lograr la integración de los adultos mayores en situación de riesgo, reforzando y construyendo vínculos afectivos. Es el tercer hogar abierto en una serie que tuvo su origen hace 6 años ante el elocuente estado de vulnerabilidad que sufren los abuelos cuando no tienen familia ni lugar a dónde ir.

En el lugar dicen que se trata de una “casa compartida” y se empeñan en marcar diferencias y evitar confusiones. “No es un geriátrico porque no brindamos asistencia profesional ni un centro de día porque los abuelos viven aquí”, aclaró la directora Ana Beatriz Moreira. Una casa compartida es según quienes forman parte del lugar, un sitio donde impera el espíritu de una familia, donde cada uno tiene absoluta libertad para moverse dentro y fuera de ella y ayuda en aquello que le resulta más acorde.

Poder de decisión.
“Acá cada abuelo puede decidir qué hacer según sus posibilidades. Desde el asistencialismo se los hace débiles y no es lo que queremos lograr. Por eso apuntamos a darles una vejez activa”, dijo Moreira. El lugar, que se sustenta con donaciones particulares y microemprendimientos además de una pequeña ayuda oficial, también fomenta actividades culturales abiertas a la comunidad y participa de eventos de este tipo para contribuir al bienestar de los adultos mayores.

Entre los problemas más frecuentes que acompañan el envejecimiento subyacen con mayor fuerza la soledad, el miedo y la discapacidad social, la imposibilidad de relacionarse con los otros: “Las cosas que me tocaron vivir justifican la coraza que hoy tengo”, dijo René, quien ya pasó los 70 años y está desilusionado con buena parte de la sociedad.

En revertir esas perspectivas de vida y contribuir al bienestar espiritual de quienes se integren a estas casas compartidas, radica el esfuerzo diario de los voluntarios que ahí trabajan. “El afecto, el calor y el sentirse acompañado son cosas que están por encima de una atención médica, aunque entendemos que eso también es importante”, dijo Moreira.

Controles médicos.
Más allá de que las casas compartidas no cuentan con profesionales, es requisito para quienes ingresan realizarse controles médicos. Son los propios voluntarios quienes los acompañan y luego se ocupan del cumplimiento de las prescripciones correspondientes para cada caso. Además los ayudan en la realización de trámites y asuntos particulares. Con el correr de los años y según los testimonios de quienes comparten la vida a diario con los adultos, los espacios de las casas compartidas contribuyeron a que muchos pudieran recuperar la capacidad de integración, los vínculos antes rotos con sus familias e inclusive la consecución de algún trabajo que los fortaleció y los hizo independientes.

“Las imágenes inolvidables que se nos graban a diario son las que nos hacen seguir. Comprobamos que más allá de una linda mesa o una linda habitación, el afecto es una necesidad básica y una enseñanza que debemos aprender todos los días”, cerró Moreira.