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lunes,
15 de
octubre de
2007 |
Paso al frente
Pablo F. Mihal / La Capital
Las lágrimas del capitán Agustín Pichot, las del santiagueño Leguizamón o las de Horacio Agulla, el Puma amateur, daban cuenta de que el sueño había terminado. Los Pumas iban por una final y no pudo ser. Argentina no pudo doblarle el brazo a su historia con los Springboks y cayó presa de los errores propios que cometió sobre todo en el primer tiempo. Pareció como que les pesó enfrentar a su encumbrado rival en esta instancia y que los nervios jugaron su partido. Perdió en los números, en el resultado, pero dejaron el alma en cada pelota y bien en alto el honor albiceleste.
Humildad del corazón, perserverancia y solidaridad llevaron a estos Pumas a estar dentro de los cuatro mejores equipos del mundo, por eso el tropezón de ayer no debería eclipsar la brillantez de esta campaña. El Mundial para Los Pumas continúa más allá de que Sudafrica, un rival que fue muy superior, una verdadera potencia del rugby mundial, desnudara sus debilidades y lo privara de jugar el partido decisivo. Más allá del deseo, era previsible.
Pero el árbol no debe tapar el bosque. Argentina mostró en este torneo que es un equipo que agranda su figura en la adversidad y que paralelamente muestra la verdadera esencia del rugby, un deporte de combate colectivo, simple y eficaz. Supo accionar y reaccionar, sólo que ayer pagó caro errores que no había cometido.
Como dice Angel Guastella, uno de los grandes maestros del rugby argentino “este tipo de juego reclama capacidades estratégicas, técnico-tácticas, fisicas y mentales para desarrollar adecuadamente su acción y enfrentar con coraje la permanente adversidad y superarla con inteligencia”. Y estos Pumas demostraron que las tienen.
Pasión, alma, corazón, coraje, garra, temple, pasión, entrega. Los Pumas dieron todo y demostraron que se puede. Nunca les pesó competir en el Grupo de la Muerte, teniendo enfrente nada menos que a Francia e Irlanda, dos equipos con los que disputó y ganó verdaderos clásicos con inteligencia y juego. Encaró cada partido como una final y decir esto no es caer en una frase hecha. Cuando le tocó medirse con Namibia, el rival más débil, mostró las bondades de un rugby ofensivo y ante el duro equipo de Georgia tuvo la paciencia necesaria para pegar en los momentos justos. Ganó su zona y avanzó a los cuartos, donde esperaba Escocia.
Por la imagen que dejan, esa que deja ver seguridad, confianza y madurez, Argentina llegó al partido con el equipo del Cardo como favorito. Con mística, solidez y hambre de ganar noquearon a otro gigante de Europa y se metieron en las semifinales. Así Argentina pasó a formar el exclusivo póker de los mejores equipos del Mundial. Eso ya era meritorio, más aún cuando los grandes candidatos como los All Blacks y los Wallabies a esa altura ya lo miraban por TV.
Los Pumas no sólo fueron haciendo historia paso a paso sino que además fueron alimentando la Pumafilia, un inusitado amor a la camiseta con el yaguareté en el pecho que copó el Arco del Triunfo parisino como si fuera el obelisco e hizo que hasta se cambiara el horario del superclásico del fútbol argentino, un hecho impensado en otro momento.
Estos Pumas conmueven desde el himno, que gritan con orgullo y lo hacen hasta las lágrimas. Son Pumas que contagian. No siempre hay que medir el exito por los resultados, hay que hacerlo por el camino recorrido. No hay que olvidarse que ante los Springboks jugaron una semifinal. Por eso, más allá de la derrota que sólo por definición ya duele, ayer fue un gran día para el rugby argentino. Otro día en el que el país jugó a corazón abierto con Los Pumas.l
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