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domingo,
23 de
septiembre de
2007 |
[indagaciones] - La UCR bajo la lupa
Un partido con historia
La investigadora Ana Virginia Persello recorre el devenir del radicalismo.
Una travesía por la política argentina del siglo XX
Facundo Toscanini
La Unión Cívica Radical es un partido centenario. Fue el primero en abarcar la totalidad del territorio del país, y quien logró salvar el proceso de ampliación del sufragio con la sanción de la ley Sáenz Peña, en 1912. En su trayectoria ocupó alternativamente la oposición y el gobierno, sufrió desprendimientos y fracturas. Tuvo recordados presidentes: Yrigoyen, Alvear, Illia, Alfonsín, y dirigentes paradigmáticos como Balbín, Larralde o Sabattini. “Un partido siempre es una organización y una identidad, y yo traté de trabajar ambos aspectos. Por un lado, cómo resuelve la cuestión organizativa y por el otro, cómo redefine, pierde o conserva aspectos de su identidad originaria”, advierte Ana Virginia Persello, autora del libro “Historia del Radicalismo” (Edhasa).
La investigadora inscribe al libro “en un registro de historia estrictamente política y que atraviesa cuestiones relacionadas con las instituciones”. Admite que escribirlo fue todo un desafío al tener que abordar la problemática a lo largo de todo el siglo XX.
—¿Se podría decir que la historia del partido radical concuerda con períodos consagrados por la historia clásica argentina?
—Podría decir que sí, porque el eje del libro es ver cómo se inscribe el partido en relación a la cuestión electoral, a la división de poderes, a lo republicano, a lo federal. Ver cómo cumplía esos roles, estando en el gobierno y en la oposición. Entonces, lo que queda es un recorte que a su vez es casi un índice de una historia argentina contemporánea.
—¿Cuál es el punto que da origen al radicalismo?
—El radicalismo surge como un partido de oposición. Aparece como producto de una ruptura de la agrupación originaria que era la Unión Cívica. Ahí ya existe un primer distanciamiento. Después se dan tendencias distintas que tienen que ver, en principio, con la dirección que Alem le imprime al partido y después con los cambios que se producen con el liderazgo de Yrigoyen, ya entrando al siglo XX. Desde su inicio existieron los conflictos, tengo la impresión de que el gobierno, en todo caso, profundiza determinados conflictos. Por un lado los provoca, pero por otro lado fortalecen al partido.
—¿Estas divisiones internas son las que originan al mandato conocido como personalismo-antipersonalismo?
—Yo trato de salir de la explicación del radicalismo como escindido entre personalistas y antipersonalistas. Creo que esa dicotomía lo explica sólo como escisión, no aborda la conflictividad interna del partido. Lo que planteo es que a la par de estas dos grandes tendencias existe una cantidad de grupos a los que yo llamo facciones, en el sentido de que está bien claro en esas divisiones la lucha por el poder. Y esas facciones tienen que ver con que el radicalismo está ocupando el gobierno y se producen pujas.
—¿Cómo se organiza el radicalismo frente al surgimiento del peronismo?
—En principio, se le dificulta seguir proponiéndose como la Nación, como el todo. Porque el peronismo le disputa el monopolio de la Nación, el monopolio de la representación del pueblo, del todo. Es el momento en que el radicalismo está obligado a definir una franja de intereses. Creo que al radicalismo le cuesta mucho durante los años del peronismo aceptar que es minoritario porque las elecciones son limpias, no hay fraude. Esgrimen el argumento de la demagogia, de la manipulación del líder carismático que engaña a las masas, pero en realidad no se lo creen demasiado. Por otro lado, el peronismo retoma muchas de las banderas que la intransigencia radical levantaba en los años 30: la justicia social, la armonía entre el capital y el trabajo o la tercera posición. Esto es interesante, porque al radicalismo intransigente le cuesta mucho encontrar lugares desde donde oponerse. Lo hace desde la tradición republicana, pero muchas de las medidas que Perón toma en el plano de la legislación social, los radicales las votan positivamente.
—Como historiadora, ¿qué destacarías del gobierno de Frondizi y de Illia?
—Frondizi gana con el voto peronista. Estando el peronismo proscrito, es un gobierno jaqueado desde el momento mismo en que asume. Sufre 32 planteos militares. Los militares se proponen como figuras tutelares del gobierno. Frondizi no era el candidato de los militares, Balbín lo era. En esa coyuntura hay un fuerte debate sobre qué hacer con la economía, cómo estabilizarla, cómo generar crecimiento. Lo que hace Frondizi es dar un respuesta a ese problema, que tiene que ver con la idea del desarrollo y que se va a llamar desarrollismo. Elabora una respuesta al problema de ahorro interno de la Argentina para producir crecimiento. Illia parece ignorar lo que significó el desarrollismo e intenta gobernar oponiéndose a esa experiencia. Lo interesante de su gobierno es que fue un período donde se controló mínimamente la inflación, no hubo presos políticos, tampoco persecuciones a la oposición y se intentó respetar las tradiciones representativas republicanas y federales.
—¿Qué ganó y perdió el radicalismo que recupera la democracia en 1983?
—Creo que Alfonsín encontró el discurso justo, se inscribió en la tradición originaria del partido, la recuperó poniéndola en sintonía con lo que estaba pasando. Alfonsín elabora un discurso que lo separa del resto del espectro partidario en que toma una decisión más clara en derechos humanos. Por otra parte, el diagnóstico que hacen de la situación económica es un diagnóstico muy pegado a lo que pasó durante la dictadura militar. Diagnostican que los problemas de la Argentina no son estructurales, en todo caso son coyunturales y tienen que ver con los fracasos de la dictadura. Pero fue un diagnóstico muy precario.
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Una clave. Según Persello, la conflictividad interna del radicalismo hace a su identidad como partido.
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