Viajeros del Tiempo-Rosario 1905/1910

Guillermo Zinni / La Capital

¡A toda rienda! Escenas rosarinas. Se oye un penetrante silbido y un fuerte golpe de fusta. Los pasajeros del tranvía vuelven sus cabezas y se pasman. Un cochero de plaza ha lanzado a toda rienda los caballos que arrastran el vetusto vehículo. Viene por los rieles detrás del tranvía y grita y gesticula compadreando, con la pretensión de paso libre. “¡Animal!”, le grita un transeúnte que presiente el coche bárbaro. “¡Su abuela!”, le responde el brioso cochero, y azuzando más y más los jamelgos atropella la plataforma del tranvía, atravesando con su lanza la chapa de fierro y quebrando un vidrio de la ventanilla. Una señora se desmaya, una criatura llora a grito pelado y un hombre se levanta de su asiento protestanto furioso y esgrimiendo en alto un bastón. El cochero echa atrás los caballos y ríe socarronamente. El vigilante de facción en la esquina, espectador impasible de la audaz atropellada, exclama estoico: “¡Ah, mis tiempos! Si yo tuviera el vigor de ese cocherito”. El tráfico interrumpido en plena calle Córdoba se reanuda. Mientras el tranvía sigue la marcha herido, la señora vuelve en sí, calla el niño, se sosiega el pasajero, huye el cochero y bosteza el vigilante. Más adelante, una chata llena de cajones hasta el tope es arrastrada vertiginosa por cuatro percherones. Va a cruzar la calle San Martín, llena de tráfico a esa hora. El carrero echa una mirada piadosa al vigilante que se encuentra recostado, indolente, sobre el buzón de la esquina, y sin detener la marcha furiosa de los animales, grita: “¡Guarda, señores, guarda!”, al tiempo que atropella a una jardinera de repartir pan, dos transeúntes y un perro. Esta vez el vigilante se mueve. Recoge algunos panes, agarra de una pata al perro y lo pone paternalmente sobre la vereda, y ayuda a levantarse a los transeúntes. Luego, mientras el carrero se pierde a lo lejos, el policía también se aleja, silbando por lo bajo los acordes de una milonga. (1906)

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