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domingo,
23 de
septiembre de
2007 |
Interiores: respuestas
Jorge Besso
La pasión humana por las respuestas es sólo comparable a la pasión humana por la seguridad. No se trata en este punto del requerimiento de una seguridad mayor, indispensable para muchos de los habitantes del planeta que padecen la inseguridad al ser blancos posibles de los que no tienen nada que perder porque ya han perdido todo antes de obtenerlo. Muy a menudo es lo que le pedimos a otro en quién buscamos obtener la seguridad que no tenemos, como una suerte de resto nostálgico que arrastramos a lo largo de la existencia. Probablemente de aquella época cuando nuestras preguntas recibían rápidas respuestas de los padres que eran correctas, y si no lo eran igualmente tenían la apariencia de la verdad en tanto y en cuanto venían de ellos.
Las respuestas, junto a su partenaire las preguntas, juegan sus partidos fundamentales en la comunicación humana, amplísimo campo que incluye la incomunicación presente o latente. Es posible que la proporción de respuestas que exigimos sea inversamente proporcional a la capacidad y al número de preguntas que nos hacemos, ya que es siempre más cómodo demandar respuestas que cuestionarse a través de preguntas incómodas sobre cuán imputables son las circunstancias que nos tocan vivir.
Como se sabe el humano es un ser netamente social (aun lo son los espécimenes antisociales con modos, formas y hábitos sociales) y bidimensional, pues es portador de un interior y un exterior nítidamente delimitados. Dicha bidimensión con toda probabilidad es una de las diferencias que más nos separan de nuestros hermanos biológicos más cercanos ya que el mundo interior de los animales, en términos generales, armoniza con su mundo exterior. De no ser así, alejados de su hábitat natural en muchos casos no podrían sobrevivir, lo que de algún modo permite suponer que las dimensiones del mundo interno animal son de unas medidas y de una extensión similares a su mundo externo.
En cambio de los humanos no se puede decir lo mismo dado que el mundo interno tiene dimensiones inabarcables como lo sugiere la metáfora del iceberg, tan usada en los comienzos de la difusión del psicoanálisis para describir la psiquis humana. Al igual que las moles de hielo circulamos por la existencia ocultando mucho más de lo que mostramos, en tanto debajo de la superficie visible hay una suerte de masa inconsciente que no manejamos y que en cierto sentido representa, al igual que el iceberg, un peligro. Con la diferencia que el inconsciente de cada cual puede ser un peligro para los otros, pero también para el que lo porta ya que en definitiva es un portador ciego de lo que lo impulsa por los caminos del Señor o por los del diablo (nunca se sabe).
La otra gran diferencia con los témpanos es que los humanos son más calientes que fríos. Aun en los ejemplares de hielo no es descartable tibiezas o calores internos que no se dejan traslucir, tal vez por tener una capacidad de control mayor que la media. En este sentido, por estos días sorprendieron las declaraciones del gran Roger Federer que no sólo gana sin transpirar, sino que está cerca de ganarle a la historia del tenis y transformarse en el número 1 de todos los tiempos. Sin embargo el suizo que encarna la perfección y el valor de un super Rolex, ha declarado en las semanas del último Grand Slam que ante ciertos partidos sufre de fuertes dolores de estómago lo que viene a mostrar que eventualmente es un ser tan psicosomático como cualquiera cuando la procesión le viene por dentro.
Para todos nosotros, que a diferencia del galáctico suizo circulamos al ras de la tierra y en ocasiones un poco por debajo, precisamente se trata de eso: de poder vincular la procesión externa, es decir las variadas, complejas o difíciles circunstancias que nos rodean y protagonizamos, con la procesión interna con la que de alguna manera está relacionada. Cada día los humanos de todos los centros y rincones salen a la procesión externa con sus recursos, pero también es posible que en determinados momentos en dicha salida afloren sus síntomas ante las presiones externas que van incrustando al sujeto en el agobio, eso es el estrés.
El estrés es un estado sin preguntas pues la necesidad de responder ahoga por completo a las preguntas y a uno mismo. El estresado camina por detrás de las circunstancias atajando penales, que obviamente vienen de afuera, con la procesión externa totalmente disociada de la procesión interna. Es el momento de preguntarse para imputarse en lugar de empastillarse y seguir atribuyendo a las circunstancias el agobio de la existencia. Sobre todo porque esta es una cultura de la respuesta más que una cultura de la pregunta.
Hay respuestas para todos y para todo, todas en definitiva profundizando la injusticia. Si en el siglo XVII el filósofo Descartes pudo fundar la idea del sujeto (en suma los comienzos de la modernidad) a partir de su célebre pienso, luego existo, el capitalismo actual ha invertido el movimiento: existo, luego no pienso.
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