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sábado,
08 de
septiembre de
2007 |
Viajeros del Tiempo
Rosario 1905/1910
Guillermo Zinni / Fuente: La Capital
Un paseo por la ciudad en las sombras (II). Detenidos en la esquina, meditamos un poco sobre la población perruna inquieta y numerosa que vaga, retoza y atropella en esos lugares en donde las casas son más tétricas, las aceras más detestables, las luces más escasas y en donde duerme el bajo pueblo su sueño de pesadillas y de esplendores instantáneos del que surge tal vez al día siguiente la materia prima de nuestras largas crónicas de la delincuencia. De pronto, un vigilante, somnoliento y desgarbado, vino a ponerse en la bocacalle, justo delante nuestro, guardando su inmovilidad de esfinge. Los faroles parecían parpadear con ironía y nos preguntamos de dónde saldría aquel uniforme arrugado y su dueño, quien tenía todo el aire de haber librado una descomunal batalla en los dominios del galanteo ultra democrático. Nos envolvió el deseo de reportear al vigilante, y nos acercamos a él con todas las precauciones que aconsejaba el ambiente huraño que nos envolvía. Una ventana pobre y descolorida se cerró como a treinta metros y una tos asmática de mujer resonó amenazadoramente en el silencio de la noche.
-No debe ser agradable estar de facción a estas horas de la noche-dijimos como para entrar en diálogo.
El vigilante nos midió de reojo, de arriba a abajo, y contestó malhumorado: “¡La misma hora que a los señores se les ocurre venir a conversar!”.
-¿Qué novedades hay por aquí?
-¿Y qué novedades quieren que haya?
-¿No hay ladrones, robos, peleas, muertes, escándalos en estos días?
-¡No, qué ha de haber...!
El policía no había terminado la frase cuando en ese momento apareció por la derecha un carruaje a toda marcha del que salían agudos gritos femeninos. Miramos al guardián público con severidad.
-¡Bah! -dijo-. Gente que goza de la vida. Vuelven a casa. Han hecho bulla en el centro...
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