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 martes, 28 de agosto de 2007  
Reflexiones
Mujeres... ¿como las de antes?

Sandra Bustamante (*)

Hace unos días, un matutino porteño publicaba una nota de Arturo Pérez Reverte, “Mujeres como las de antes” . Sostenía que apenas quedan mujeres como las de antes. Ni en el cine, ni fuera de él. Y se refería a “mujeres de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su paso. Mujeres de bandera… Yo me muevo, sostiene, fiel a mis mitos, en un registro que va de Ava Gardner y Debra Paget a Kim Novak, pasando por la Silvana Mangano de Arroz amargo… Esas siluetas, gloriosas e inconfundibles: cintura ceñida, curva de caderas y falda de tubo ajustada hasta las rodillas. Etcétera… En aquel tiempo, las mujeres se movían como en el cine y como señoras porque iban al cine y porque, además, eran señoras”.

En "El proceso de civilización", Norbert Elias parte de un problema presente, la orgullosa autoconciencia que tienen los occidentales de ser "civilizados". Demuestra que las formas de comportamiento consideradas típicas del hombre "civilizado" occidental no han sido siempre iguales, sino que son fruto de un complejo proceso histórico en el que interactúan factores de diversa índole que dan lugar a transformaciones en las estructuras sociales y políticas y también en la estructura psíquica y en el comportamiento de los individuos. A lo largo de muchos siglos se va produciendo una transformación paulatina hasta alcanzar la pauta de nuestro comportamiento actual. Esto no quiere decir que el proceso civilizador haya culminado. Para Elias no tiene un principio específico, y continúa en marcha. El proceso de civilización supone una transformación del comportamiento y de la sensibilidad humanos en una dirección determinada, pero no de una forma consciente o racional, no es el resultado de una planificación que prevea el largo plazo ya que estas capacidades presuponen un largo proceso.

Indudablemente las mujeres han cambiado. Las transformaciones en la estructura social y política han sido enormes. Las estructuras psíquicas y comportamentales de las mujeres se han adaptado a esos cambios.

Respecto al rol de la mujer, Elias lo refuerza en el proceso civilizatorio (mujeres ilustradas que construyen nuevos modelos de femineidad), donde se elabora una idea de la relación entre los sexos que es muy perdurable.

Esa idea de relación ha aparecido en manuales de modales o en obras de la literatura como la Princesa de Cléves de Madame de Lafayette y en tantas otras que fueron marcando una evolución y teniendo influencia en el rol de la mujer. Cuando Baltasar Castiglione escribe Il Cortesano (año 1528) piensa que muchas de las reglas que valen para el hombre sirven también para la dama palaciega, pero se encarga de destacar algunas diferencias: prefiere para ella su delicadeza tierna, y la dulzura mujeril en el gesto, "que lo haga en el andar, en el estar y en el hablar, siempre parecer mujer, sin ninguna semejanza de hombre. Muchas virtudes del alma son necesarias en la mujer como en el hombre; y así lo son también la nobleza del linaje, el huir, la afectación, el tener gracia natural en todas las cosas, el ser de buenas costumbres, ser avispada, prudente, no soberbia, no envidiosa, no maldiciente, no vana, no revoltosa ni porfiada, no desdonada, poniendo las cosas fuera de su tiempo, saber ganar y conservar el amor de su señor y de todos los otros, y hacer bien y con buena gracia los ejercicios que convienen a las mujeres". De la hermosura piensa Castiglione que debe la mujer hacer buena cuenta, pues la cree mucho más necesaria en la dama que en el cortesano, y obviando aquellas virtudes comunes con el hombre, como la prudencia, la grandeza del ánimo, la continencia… así como aquellas calidades que se requieren en todas las mujeres, como "ser buena y discreta, saber regir la hacienda del marido, y la casa y los hijos si fuere casada, y todas aquellas partes que son menester en una señora de su casa", afirma Castiglione que la dama debe poner mayor recelo que el hombre en lo que compete a la honra.

¿Se habrá inspirado el autor de "El maestro de esgrima" en Castiglione?

Las mujeres fueron sintiendo primero la exigencia de crearse en su ámbito privado un espacio de libertad. Desde ese espacio y bajo el signo de la diversión se pondría en marcha un proceso regenerador de los usos y las costumbres que marcaría un estilo de sociabilidad, unas nuevas formas de enculturación impulsadas bajo la guía de las mujeres desde un nuevo escenario: la sociedad de corte de la Francia del Louvre y el Antiguo Régimen. En la nueva realidad de la vida mundana, las mujeres asumían un papel activo en lo relativo al gusto y la diversión. Atendiendo a sus deseos, en los salones se charlaba, se escribía, se rimaba (y de un modo improvisado, ligero, rápido, brillante, galante), sobre todo de psicología y casuística amorosa, los dos temas en los que la inteligencia femenina podía sobresalir sin más preparación que la sensibilidad, el instinto y la práctica mundana.

Desde estos modelos, hasta la actualidad, mucho se ha escrito, visto, oído. Sin embargo, ningún país otorgó el derecho al voto a las mujeres antes que a los hombres. Nadie pensó nunca en los hombres como el segundo sexo.

Decía Simone de Beauvoir "nunca me he sentido inferior por ser mujer; la feminidad no ha sido una traba para mí". Las obras literarias, sociales, políticas de Hannah Arendt, Melanie Klein, Colette, Julia Kristeva, Rigoberta Menchú, Eva Perón, y todas esas mujeres que llegan a formar parte del pasado de cada mujer, a establecer vínculos estrechos y una profunda admiración por la superación operada por cada una de ellas en sus esferas respectivas, así lo demuestran. Es necesario persuadirse que el logro último de los derechos del hombre y de la mujer no es otro que el ideal escotista que nuestra época tiene ahora los medios de alcanzar: la atención puesta en la ecceitas, el cuidado dedicado al pleno desarrollo de nuestra singularidad, la más seductora, la más fecunda en un momento histórico dado y que, sólo con esas condiciones, se inscribe en la duración temporal y en lo universal.

Sobre el final del texto, dice Pérez Reverte: "… y se nos cruza una rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente ­—¿acaso no se mata a los caballos?—, abatirla de un escopetazo. Nos paramos a mirarla mientras se aleja, moviendo desolados la cabeza. Quod erat demostrandum...".

Anda, tío, con todo respeto, pero qué antigüedad…

Dice Norbert Elias que la estructura de las funciones psíquicas y la orientación del comportamiento están íntimamente relacionadas con la estructura de las funciones sociales y con los cambios en la relación entre los seres humanos. ¿Hemos cambiado las mujeres? Sí, sin dudas. ¿Han cambiado los hombres? Sí, sin dudas. Forma parte de este proceso civilizatorio. Queda la pregunta de Robert Muchembled como interrogante: "¿Quiénes somos nosotros?". El estudio del pasado debería permitirnos reconocer el presente. Han pasado tantos años, se ha luchado tanto, se han reconocido tantos derechos, se han cumplido bien tantos deberes. Queda tanto por hacer.

Pero Ad augusta per angusta. Nada se consigue sin sacrificio.



(*) Licenciada en Relaciones Internacionale
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