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 domingo, 10 de junio de 2007  
[nota de tapa] - de antología
Un ensayista fuera de género
Elvio e. Gandolfo presenta una selección de artículos, entrevistas y estudios en un libro que recorre obras clave del cine y la literatura

Osvaldo Aguirre / La Capital

Entre Rosario, donde vivió más de veinte años, Buenos Aires y Montevideo, ciudad en que reside, Elvio E. Gandolfo (San Rafael, Mendoza, 1947) ha desarrollado una múltiple actividad como escritor, periodista, traductor y editor. Una posible clave de esos intereses puede rastrearse en su última producción, “El libro de los géneros”, una selección de artículos dedicados a estudios tanto generales como específicos de relatos de ciencia ficción, policiales, fantasía y terror, cuyos orígenes remiten precisamente a sus primeros descubrimientos como lector.

Publicado por Grupo Editorial Norma, “El libro de los géneros” incluye además un apéndice con tres cuentos que ofrecen “la práctica” de Gandolfo en el policial, la ciencia ficción y el terror, especialidad en la que tiene un volumen de relatos en preparación. Su trabajo en los géneros se proyecta además en su obra como traductor y en su tarea como director de la colección Nave madre, que publica editorial Colihue

—¿Cómo apareció la idea del libro y cómo elegiste los artículos?

—La idea surgió en una conversación con Leonora Djament, de ediciones Norma. Ibamos viendo libros posibles para publicar y de pronto mencionó “recopilar tus trabajos sobre géneros”. De inmediato me pareció la mejor propuesta, como si hubiera tenido el libro en algún rincón de la cabeza ya preformado, pero sin verlo claro. A partir de ese momento traté de elegir los textos que según sabía eran más buscados y más difíciles de hallar (el prólogo sobre ciencia ficción argentina, el largo artículo sobre Philip K. Dick, o el de Stephen King), algunos textos escritos en los últimos años que me parecían más integrables en un libro (las largas notas sobre Olaf Stapledon o John Carpenter, los prólogos a “Frankenstein” o “El misterio del cuarto amarillo”), algún ensayo a la vez insolente y opinado (sobre la policial argentina o Alien) y trabajos sobre autores o libros poco comentados (“La historia interminable” de Michael Ende, “En otros lugares” de Henri Michaux, el perfil de Thomas Burnett Swann). Para mayor variación tonal, agregué los reportajes que me hicieron en su momento Jorge Lafforgue sobre la policial, y Luis Pestarini sobre la ciencia ficción. La idea era que hubiera variación general, y que la suma final brindara un cierto panorama de cada género (a través de las prólogos para Centro Editor), con paradas puntuales en autores concretos.

—En el prólogo mencionás una librería de Rosario como lugar de tu descubrimiento de los géneros. ¿Hubo alguien que te pasara el dato o fue un hallazgo personal?

—Los géneros ya los había descubierto sin saberlo, pero la librería específica que menciono es Palace, en Córdoba casi Corrientes, que junto con Daniello eran las proveedoras de material en inglés. A (Isaac) Asimov lo descubrí en el pequeño expositor giratorio de una librería de materiales escolares cuyo nombre olvidé, que quedaba en Rioja casi Maipú, cerca de la esquina donde venden pipas y tabacos. O fue un hallazgo personal, o me pasó el dato alguien como Rubén Bianchi o (Carlos) Magoo Nunciato.

—En el apéndice se presentan tres cuentos como “la práctica”. Pero en los artículos no hay tanto una teoría, al menos en el sentido habitual, sino quizás otra práctica, una experiencia: la lectura de literatura de género como algo decisivo en tu formación como lector.

—Desperdigada y cambiante en esa historia formadora hay una especie de teoría mediante abundantes fragmentos, tanto propios como ajenos (James Gunn, Blanchot). Los cuentos figuran como muestra de que no sólo en lo teórico o informativo me interesaban los géneros, aunque nunca llegué (por falta de oportunidad: revistas, decisión propia) a ser un escritor de género. Además son recreo narrativo después de tanta materia cerebral.

—En cuanto a tu propia escritura, decís que la ciencia ficción te dio “una manera de mirar”. ¿Cómo describirías esa mirada?

—Con esa frase me refiero a algo más amplio que la escritura: el modo de colocarte ante lo que te rodea. Más concretamente hay una costumbre inconsciente de “mirada marciana” que se va formando, que te permite desarticular supuestas obviedades (sociales, filosóficas, incluso psicológicas), por una parte, y a pensar con articulaciones inesperadas, por otra.

—En los últimos tiempos has escrito cuentos de terror. ¿Tiene que ver con algún proceso en particular de tus lecturas?

—En este momento creo que ante el debilitamiento de los géneros convencionales se ha reforzado mucho el del terror, tal vez porque es una paradójica época (al menos en Occidente) de relativa calma o bienestar sociales unidos a un temor difuso, infiltrado, paranoide, en los planos laboral, afectivo, de relación. Tal vez dependa del adelgazamiento extremo de los planos religioso primero, después espirituales o metafísicos. Y tiene cartas de nobleza muy fuertes: Mary Shelley, Poe, Lovecraft, Arthur Machen, Algernoon Blackwood, hasta llegar a Richard Matheson, Stephen King o Clive Barker.

—Norman Spinrad, en una cita del libro a propósito de la ciencia ficción, dice que los géneros son “categorías de mercado”. ¿Al público y/o a los editores ya no les interesa como producto?

—No, porque en este momento venden poco.

—Borges dice que “los géneros dependen menos de los textos que de la forma en que son leídos”. ¿Cuál es tu opinión?

—Es una de esas frases cortas de Borges que dan para horas de disquisiciones. Supongo que depende todo de la época, y de los rasgos que se cruzan en un texto, más la forma en que se los lee.

—En Argentina, según tu diagnóstico, la ciencia ficción no existe, la novela negra es floja, el terror “como zona central de una obra nunca echó raíces”. ¿Dónde está el “papel vivificador” que le asignás a los géneros?

—En el modo como funcionan en autores como Cortázar, el propio Borges, Bioy Casares, la Angélica Gorodischer “de género”, incluso el Sabato de “Informe sobre ciegos”, o Pablo De Santis. Incluso en un tipo de inteligencia y sensibilidad superlativas, como José Bianco, lo mejor no es su larga novela “La búsqueda del reino”, más bien realista y psicológica, sino “Sombras suele vestir”, más bien fantástica. Lo vivifica. Como a Bioy en “La invención de Morel” y “Plan de evasión” (a diferencia del realismo de los cuentos “de amor”, o incluso “Diario de la guerra del cerdo”). Ejercen el rigor, la invención y la tensión justamente en los aspectos que suelen buscar los mejores lectores (muchas veces autores) y que encuentran en el Quijote, en “La piedra lunar”, en esas policiales sublimes que son (para citar otras literaturas nacionales) “El gran Gatsby” o “Miss Lonelyhearts”, en “Hacedor de estrellas”, en “Los cristales soñadores”.

—Según tu opinión, los grandes relatos de géneros son los que se desmarcan de las fórmulas.

—Eso ocurre exactamente igual en la literatura “mayor”: parte del aburrimiento que genera la literatura hoy, en países como Argentina, Francia, Italia, España o Alemania, depende de la insistencia maníaca en “la tradición” o “el Canon”, dos formas de generar repeticiones. Lo que hace saltar eso (Borges, Perec, Calvino, Millás, Bernhard —sé que es austríaco, pero escribe en alemán), suele tener cierta continuidad con ese porcentaje de relatos de género que rompen el molde, no para ser “literatura”, sino para encarnar la potencialidad del campo genérico en el que nacen y se mueven.

—¿Cuál es tu balance de la colección Nave madre?

—Desde un principio la colección se movió con un ritmo de una lentitud legendaria, fantástica. La experiencia fue para mí extraordinaria: me parece mentira haber elegido, traducido en Argentina y difundido libros de Philip K. Dick, Fritz Leiber, Graham Greene o William H. Hodgson, o publicar títulos de Manuel Peyrou (su clásico “El estruendo de las rosas”), Claudia Piñeiro, Patricio Pron o Enrique M. Butti. Ha sido una colección donde pude darle un sitio destacado al cuento, tan poco representado en catálogos de editoriales mayores. Queda solo un título para llegar a la decena, seis años después de empezarla. Cuesta encontrarlos, pero vale la pena buscarlos.
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Sin fórmulas establecidas. Gandolfo describe, analiza, informa y opina con uuicios contundentes.

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