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 sábado, 26 de mayo de 2007  
Dos compañeros a los que la vida destinó un trágico final
Javier Patat y Juan Romero eran policías. Uno asesinó accidentalmente al otro y luego se mató

Gustavo Orellano / La Capital

Casilda.— “Fue una gran persona y un padre ejemplar; era todo para mí y ahora no se cómo manejarme porque siempre la peleamos juntos”. Con esa frase Silvina Rivero sintetizó lo que significaba para ella su esposo, Javier Patat, el joven policía que murió tras recibir en su cabeza un disparo que se le escapó al oficial Juan Romero, quien tras ello se suicidó. Ocurrió el 11 de mayo cuando ambos patrullaban la ciudad con el agente Carlos Quintana, quien aún no logró superar el shock que le provocó haber presenciado la muerte de sus compañeros.

   El apoyo que Silvina recibe de familiares y amigos la ayuda a sobrellevar el difícil momento, pero lejos está de remediar su dolor. No se olvida de la última noche que vio con vida a su marido, a quien dijo amar “profundamente” y con quien tuvo dos hijos: Lautaro, de 4 años y, Juan Ignacio, de un mes. “Pasó a saludarme por casa y nos dimos un beso y un abrazo”, recordó compungida la mujer sin saber que ese momento marcaría la despedida final de una pareja que tenía proyectos, sueños e ilusiones. “Estábamos anotados en un plan de viviendas con la esperanza de tener nuestra casa, entre otros planes que quedaron truncos”, comentó la joven para luego remarcar que a Javi —como lo llamaba— “le gustaba hacer bromas, era agradable, respetuoso, siempre estaba pendiente de nosotros y se desvivía por los nenes, aunque a Juan Ignacio prácticamente no lo pudo disfrutar”. “Lauti (el más grande de sus hijos) —añadió— sabe que su padre murió y me dijo que le guarde su ropa porque él la quiere usar cuando sea grande”.

   “Siempre le decía a Javi que se cuide porque me atemorizaba que le pasara algo malo, pero nunca pensé que su vida terminaría así”, comentó Silvina tras considerar que su muerte “fue producto de un descuido”. No obstante, aclaró que “no se me cruza por la cabeza pensar que fue intencional, pero es probable que Romero le haya querido hacer una broma con el arma y se le escapó un tiro, aunque conmigo nadie habló para darme una explicación”.



Accidente. Para la jueza de Instrucción de Casilda, Silvia Nogueras, “no quedan dudas de que se trató de un accidente”. La magistrada arribó a esa conclusión al evaluar las circunstancias del hecho y el testimonio del agente Quintana, quien “solo escuchó el estampido del disparo, pero no vio los movimientos previos ni cómo se disparó el arma”.

   Así, desde el punto de vista judicial, se trata de un tema cerrado. Sin embargo, hay heridas que tardarán en cicatrizar. Familiares, amigos y compañeros de trabajo aún no pueden asumir la tragedia de los dos hombres del Comando Radioeléctrico de la Unidad Regional IV. “No sólo eran compañeros de trabajo sino buenos amigos”, explicó el jefe de esa fuerza, Sebastián Sanitá, para agregar que “tenían un legajo impecable y como personas eran excelentes”. “Fue un golpe muy fuerte —añadió Sanitá— para toda la familia policial y seguramente llevará tiempo reponernos de esta fatalidad”.



¿Quiénes eran? Patat curso sus estudios primarios y secundarios en Casilda y se recibió de agente el 2 de noviembre de 2004 para ingresar al Comando Radioeléctrico de la UR IV, donde prestó funciones hasta que perdió su vida a los 25 años. “Hizo la carrera de policía por vocación y también por necesidad ya que le posibilitó encontrar un trabajo seguro” dijo su esposa, quien además aseguró que “para Javi la policía era su segunda familia”. Patat estaba estudiando Criminalística en Rosario junto a un grupo de compañeros. Y ahora, Silvina está decidida a empezar con lo mismo “para tener un trabajo”.

   En tanto, Romero nació en San Javier, estudió en la Escuela de Cadetes de Rosario y tras recibirse de oficial el 29 de diciembre de 2000 trabajó durante casi ocho años en la UR IV, donde cumplió funciones en la comisaría de Chabás y el Comando Radioeléctrico. Tenía 28 años y era padre de cuatro hijos, dos nenas (Isabella y Lourdes) y dos varones (Javier y Franco). “Juan era un tipo muy alegre y vivía haciendo bromas” dijo Sabina Giacomelli, quien estuvo en pareja con Romero y fruto del amor tuvieron a Javier, de 2 años.

   “Estoy muy dolida y angustiada por lo que ocurrió, pero lo más difícil será decirle a Javier que su padre murió. Por ahora no puedo decirle la verdad porque es muy chico, pero pregunta todo el día por él y lo extraña mucho”, remarcó la mujer. Además, contó que Romero “era muy responsable y cuidadoso con las armas y esta desgracia fue algo inesperado”.



Amigos. “Tenían personalidades diferentes pero sus vidas giraban en torno a su trabajo y siempre hablaban de sus hijos”, coincidieron en señalar los agentes Claudio Sormani y Leonardo Frangi. “Con Romero establecí una relación casi de amistad y se destacaba por su buen humor y su capacidad para motivar al grupo de trabajo que tenía a cargo”, recordó Sormani. No menos categórico fue al referirse a Patat, de quien dijo que “era una excelente persona y si bien hacía poco tiempo que estaba en la policía era muy emprendedor y se desenvolvía con tanta eficiencia como si tuviera varios años en la fuerza”.

   “Recién —añadió Sormani— estaba arrancando para forjarse un porvenir junto a su familia, pero lamentablemente el destino le jugó una mala pasada”. Tanto Sormani como Frangi no pueden asimilar lo que sucedió. “Todos sabemos que corremos peligro al estar en la calle para prevenir el delito, pero nadie piensa en morir de esta manera”, dijeron tras asegurar que “duele mucho perder a dos compañeros en estas circunstancias más aún teniendo en cuenta que todos los efectivos que integramos el Comando somos muy unidos y compartimos muchas horas de trabajo donde hablamos de temas que a veces ni tratamos con nuestros familiares”.

    “Además —agregaron— nos juntábamos a jugar al fútbol o a comer, lo que sirvió para fortalecer nuestro vínculos”. Según Sormani, “Romero llevaba en su sangre el trabajo de policía y se esmeraba en hacer adicionales pensando en el bienestar de sus hijos. Si bien estaba en Casilda desde hacía algunos años no se olvidaba de su San Javier natal donde solía ir para visitar a su padre y disfrutar de la isla”.


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Javier Patat y Juan Romero trabajaban juntos desde hace bastante tiempo. Para ambos la policía era su segunda familia y fue en ese núcleo donde los encontró el trágico e inesperado final.

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