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sábado,
19 de
mayo de
2007 |
Sin excusas para internet en el aula
Cuando se trata de hablar de la relación entre nuevas tecnologías y escuela, Emilia Ferreiro tiene un consejo: “Es mejor que los adultos discutan junto con los jóvenes”.
Y la afirmación tiene razones claras: los docentes vieron llegar a las nuevas tecnologías, en cambio los alumnos nacieron con ellas. Esa diferencia generacional se traduce en decisiones que se toman en la escuela, que se mueven entre la desconfianza, dejarlas para otro ámbito o el animarse y asumir que ya están sin pedir permiso.
“Algunos están teniendo frente a las nuevas tecnologías la misma actitud que se tuvo frente a la televisión cuando apareció, y surgió el mito que toda la información estaría en términos de imágenes y la escritura desaparecería. No pasó nada de eso porque llegó la informática y terminó con ese problema. Pero en ese momento hubo dos posiciones: hay que poner televisores en la escuela y trabajar sobre la interpretación de las imágenes, y otra que indicaba que el televisor es algo para el ámbito doméstico, cuanto más será para ver un documental. Ahora con la informática pasa lo mismo”, dice Ferreiro.
Luego se detiene a analizar el uso que se hace de las computadoras en las aulas y señala que lo que “curiosamente no funcionan son los talleres de computación por fuera de la escuela, donde los chicos van a cuentagotas”.
—¿Por qué no resultan estos talleres?
—No funcionan en tanto no se integran a un proyecto educativo. El muchacho que por lo general está a cargo del taller de computación pocas veces sabe en función de qué proyecto los chicos podrían integrarse. Y no es tan difícil. Me contaban de una experiencia interesante donde los chicos de tercer grado tenían que averiguar qué pasaba con los negros de este país durante la guerra de la independencia. Ahí se les proponía hacer una búsqueda específica, de esas que no están al alcance de la mano. Se los puede entonces mandar al taller con una consigna y al mismo tiempo plantearles palabras clave para la búsqueda. Ahora bien, también sin conexión a internet, y ya lo he dicho muchas veces, un simple procesador de textos es un instrumento pedagógico sensacional para la composición y revisión de textos. Sirve igual. Sólo que para eso necesito tener como objetivos de alfabetización algo que no pasa por la copia del pizarrón o la repetición de un texto memorizado.
—¿Y qué pasa con los docentes en relación con las nuevas tecnologías?
—Uno de los problemas con los docentes es que son de una generación que no nació con la tecnología y la vio llegar, en cambio los alumnos nacieron con la misma. Eso genera una actitud bien diferente en unos y otros. Los docentes descubrieron que tenían que aprender algo más que saber a encender y apagar la máquina. Por ejemplo, alguien que no puede responder al pedido de “dame tu correo electrónico”, y saber que no lo tienen. Eso hace que muchos adultos entren como miembros de la retaguardia, forzados por las circunstancias y no por un genuino sentido de querer saber de qué se trata.
—¿Qué otro problema muestran frente a las nuevas tecnologías?
—El otro problema es que mantienen la posición de decir: “Yo trabajo en un barrio pobre y hasta que estos chicos lleguen a las computadoras cuánto tiempo va a pasar”. Y pasó. Porque cuando llegaron los cíber a todos los barrios, aun a los más pobres, se dieron cuenta de que no estaban preparados por pensar que era una tecnología de ricos que no llegaría a los pobres. Una investigación de una universidad del conurbano bonaerense sobre los chicos de la calle y el uso de internet concluyó que los chicos gastaban el 60 por ciento de sus ingresos en locutorios. Estos sitios, abiertos las 24 horas, les servían de refugio por la noche y además hacían un montón de cosas, como usar el chat. Entonces tomemos nota, porque esto llega a todos los sectores y con una velocidad impresionante. Ya no hay excusas para decir “a estos chicos míos esto no les toca”.
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