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domingo,
11 de
marzo de
2007 |
Catamarca,un paraiso pintado en tonos de verde
Bellos escenarios naturales y un ambiente familiar
Antonio Ottaviano
El 15 de febrero pasado, junto a mi esposa Graciela y mis amigos Chachi y Norberto, tuvimos la maravillosa oportunidad de comenzar unas breves y hermosas vacaciones. Destino elegido: el norte argentino, más precisamente la provincia de Catamarca, que lamentablemente no figura en los circuitos de la mayoría de las agencias de turismo.
Con un colectivo de línea, nos dirigimos a San Fernando del Valle de Catamarca. Nuestra intención primaria fue visitar la gruta de la Virgen del Valle, la misma Virgen morena, que era venerada secretamente por los indios de la encomienda de Choya y Don Manuel de Zalazar, en el año 1618, que al enterarse de la adoración indígena, la trasladó a su propia casa; lugar que actualmente ocupa la Ermita de la Virgen, en Valle Viejo.
Hoy es la madre querida de todos los catamarqueños, que la veneran, y de todos aquellos, incluidos nosotros, que buscan su amparo espiritual y le demuestran su agradecimiento, colmando a diario el sector de la gruta, que dista unos siete kilómetros del centro de la ciudad capital.
La imagen de la Virgen morena está envuelta en misterio. Se desconoce su procedencia, sin embargo teniendo en cuenta que los españoles trasladaron indios de los valles Calchaquíes al valle de Catamarca durante la guerra de la conquista, es fácil pensar que la Virgen procedía del alguna capilla erigida durante las misiones llevadas adelante por los jesuitas a comienzo de siglo XVI, y saqueada por los indígenas durante las sucesivas y heróicas rebeliones.
El último milagro realizado por la Virgen fue la protección de la ciudad de Catamarca, durante el sismo del 7 de septiembre de 2004. De vuelta a la ciudad, la visita obligada fue la imponente catedral, frente a la plaza 25 de Mayo. Luego nos dirigimos a la iglesia Fray Mamerto Esquiú, donde entre otras cosas se exhibe el corazón del religioso. Visitamos el museo arqueológico, de gran importancia cultural.
Quedamos maravillados con la gente. La cordialidad provinciana la encontramos a cada paso, en especial en Rubén, el joven catamarqueño que nos trasladó a distintos lugares sin fijarse en tiempo, ni distancia, haciendo a la vez de guía turístico. En su automóvil subimos los casi veinte kilómetros hasta el mirador de la Cuesta del Portezuelo, a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar. Desde ese balcón, donde se encuentran las figuras talladas en piedra de Polo Gimenez (poeta autor de Paisaje de Catamarca), y su guitarrista, apreciamos asombrados el recorrido que habíamos hecho desde la capital. Haciendo realidad las estrofas, propiedad de este notable poeta, cuando dice más o menos así: “...un pueblito aquí, otro más allá y un camino largo que baja y se pierde”...”.
Camino a El Rodeo
Al día siguiente Rubén nos pasó a buscar temprano por el hotel. Incursionamos en la región de Ambato, bellísima en todo sentido. Recorrimos los 37 kilómetros que distan de El Rodeo, un verdadero paraíso a 1.365 metros, un pueblito que se desparrama al pie de las montañas, esquivando estrechos ríos y acequias. En ese privilegiado terruño se manifiesta una frondosa vegetación donde conviven nogales, perales, membrillos, manzanos, hortensias, lavandas, dalias, malvones y un sin número de plantas y flores silvestres, que sirven de natural decoración a esa porción de paraíso.
La paz es la reina del lugar, las aguas juguetean con las piedras en el estrecho río Los Nogales, produciendo una maravillosa sinfonía. Por la noche, desde nuestra habitación enclavada a orillas del río, podíamos deleitarnos con esa bella música que sólo era acompañada por silencio, silencio y más silencio, y algún grillo transgresor, que interrumpía ese ámbito, casi celestial. El descanso era placentero y despertábamos con el susurro de las aguas y el trino de los pájaros, que libremente deambulaban por la vegetación y disfrutaban, como nosotros de ese lugar paradisíaco.
Nuestra estadía en El Rodeo, fue en La Casa de Chicha, ubicada en un sitio excluyente a orillas del río Los Nogales y muy cerca del río Ambato, con un marco imponente de naturaleza que deslumbra. Los fines de semana este bello lugar se nutre de más personas que buscan la paz deseada.
Los visitantes se mezclan con los habitantes de las pocas habitaciones de la hostería y producen un sano bullicio, a estos se suman algunos turistas, gente de la capital catamarqueña, personajes de la política y estrellas del espectáculo que disfrutan de la excelente comida casera y los vinos regionales. Por esos días Soledad Silveira, festejó su cumpleaños y aprovechó la tranquilidad del lugar para estudiar el libreto de su próximo trabajo.
El ambiente es familiar y los niños juegan en el generoso jardín, sin ningún peligro. Por la tarde es casi un ritual el té con tortas. Al caer el sol la calma vuelve a adueñarse de la Casa de Chicha y todo el terruño, que por estar rodeado de montañas y ríos se lo denomina El Rodeo, pero se me ocurre que no sería inoportuno llamarlo El Paraíso, por estar engalanado de una vegetación generosa y una naturaleza privilegiada. Lo que me hace pensar que la Virgen del Valle ayuda a proteger ese bello espacio terrenal.
Los lugareños me contaron que en invierno en toda esa zona se producen nevadas que ofrecen un espectáculo maravilloso, vistiendo de blanco las montañas, los techos de las casas, en su mayoría de arquitectura colonial, las flores, los arbustos y las plantas con sus abundantes ramas completan el escenario, convirtiéndose en un “paraíso blanco”.
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