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 domingo, 11 de marzo de 2007  
Interiores: humano perfecto

Jorge Besso

En términos muy generales nadie desconoce de un modo consciente su imperfección. Mucho más fácilmente se reconoce la imperfección del otro, que se presenta como un ser que las más de las veces (salvo en la hipnosis del enamoramiento y en las variadas idealizaciones) aparece con un diseño más bien flojo, y en casos más extremos como un auténtico desastre. Con todo, el ideal de perfección persiste en el tiempo de modo que los humanos odian equivocarse y cuando cometen un error, lo que les ocurre bastante a menudo, lanza la frase hecha tan repetida cuando transita en la infortunada ocasión: nadie es perfecto.

   No deja de ser curiosa la persistencia de semejante obviedad ya que a la vista de cualquier ejemplar, en principio no haría falta ninguna aclaración y sin embargo el ideal de perfección recorre con toda probabilidad todos los espacios y todos los tiempos. También es cierto que algunos especímenes, al menos en lo que respecta a la belleza, se aproximan bastante a la perfección y sin embargo aún así es difícil que consigan un consenso total ya que quien más quien menos es capaz de encontrar como mínimo algún defectillo y como máximo una descalificación del otro del que se dirá que efectivamente es un ser lindo pero insulso.

   Sin duda que los que más se aproximan a la perfección son los ganadores y ganadoras, el prototipo del ser "winer", que avanzan por la vida acompañados y guiados por una estrella, lo que no impide que en muchas ocasiones terminen estrellados a la vuelta de cualquier esquina para confirmar que la imperfección siempre acecha. Como se sabe estos son tiempos en los que los fundamentalismos se han puesto de moda, al punto que los hay muy variados, aunque casi todos son religiosos y el resto pueden ser los casos de fundamentalismos políticos, y hasta científicos. Lo que viene a tener su lógica si se piensa que después de todo la religión, la ciencia y la política llevan una larga lucha por encontrar, o por apropiarse según se mire, de los fundamentos de la vida, muy especialmente de la humana.

   Como sea los variados fundamentalismos, de una u otra manera sueñan con un humano perfecto que siga una dieta de vida sin alteraciones, sin incoherencias y sin dobleces; pero también es cierto que bastantes veces algunos de estos supuestos perfectos tienen una imperfección en la trastienda, casi siempre en el caso de los políticos, pero también se lo suele descubrir en los predicadores que a escondidas practican el pecado.

   Por estos días se podía encontrar la alusión a un humano perfecto que me resultó la más sorprendente de todas, de esas que dejan huella. La dijo y la hizo el director de la Biblioteca Nacional de Irak en Bagdad, destruida aproximadamente en un 90 % por la diversidad de bombas. El director cuenta cómo vía Internet se van comunicando las muertes diarias, es decir el horror de todos los días en que la guerra se infiltra por todos los centros y costados de la vida cotidiana. Personas que desaparecen de sus domicilios o de sus trabajos y que casi siempre reaparecen como muertos sepultados por escombros. Balas y esquirlas perdidas que terminan con la vida de alguien, y de la cual testimonian madres, familiares o amigos. Y demás relatos del horror. Todo esto y mucho más sucede en un país invadido a partir de una mentira, ya reconocida por el primer ministro inglés y por el presidente del gobierno español de entonces (aproximadamente hace cuatro años) en la tristemente célebre reunión de las Azores. Comandados por el presidente norteamericano los tres formaron parte de la mentira que terminaron de tejer en esa isla. Frente a este horror de buscar armas inexistentes disparando y desplegando las armas de la tecnociencia más moderna sobre civiles, el director de la biblioteca lanza el modelo de humano perfecto para estos tiempos en Irak: un ser desprovisto de los cinco sentidos. Ciego, sordo, mudo, sin tacto y sin olfato es el mejor modelo de humano para un Irak arrasado ya que con sólo uno de los sentidos abierto a la realidad se toparía con el horror y con el hedor.

   Esa es la amarga conclusión del director de una biblioteca que se ha quedado sin el 90 % de sus libros. De todas maneras para qué serviría una biblioteca con habitantes ciegos y sin ninguno de los sentidos. Semejante conclusión conduce en forma directa a una reflexión: se trata, en el caso de la familia Bush, de una familia que le ha dado a su país y al mundo nada menos que dos presidentes. Con el agregado de un hijo que supera al padre en el horror. Representan la más perfecta imperfección política de estos tiempos, capaz de llevar al mundo al sin sentido.



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