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 domingo, 11 de marzo de 2007  
Vínculos
Cuando asaltan las dudas y los celos

Cuando un chico nace, la mamá se ocupa mucho de él, cuidándolo permanentemente, pero, en un momento determinado aparece el papá y el pequeño se da cuenta de que la mamá no sólo tiene ojos para él, y así comienza una situación de exclusión que da origen a los celos, que se van a prolongar en la guardería, la escuela, la universidad, el trabajo y en la pareja. Estos sentimientos forman parte de nuestra naturaleza y nos acompañarán durante toda la vida.

Como vemos, los celos tienen una raíz infantil que le confiere sus características más destacadas. El bebé, y más adelante el niño, percibe al tercero (su padre) dotado de poderes ilimitados.

El rival habla por teléfono, maneja coches, trabaja; mientras, el infante sólo puede pronunciar unas pocas palabras, el padre habla con fluidez; mientras apenas puede gatear o dar unos pasos, el padre puede caminar, correr, saltar, alzarlo, hamacarlo.

Cuando la situación de celos se recrea en la vida adulta, el celoso se siente en inferioridad de condiciones, piensa que hay otro u otros que pueden ser más satisfactorios para su pareja, que tienen más recursos.

Decimos entonces que esta persona es insegura, que no tiene confianza en sí misma, en sus valores. Pero es insegura por la situación, dado que existe una sobrevaloración del rival que es propia de la estructura parental.

El o ella vale menos, pues está jugando en la edad adulta, en la situación actual, con una trama infantil, confiriendo más atributos al rival, tal como éste los tenía cuando el sujeto era un niño.

Si bien todos tenemos reacciones de celos, todos queremos ser atendidos, escuchados y nos molesta la exclusión, estos sentimientos comunes adquieren en algunas personas una amplitud exagerada, un inusual protagonismo. Uno de los motivos centrales de las discusiones por celos en una pareja es la familia de origen. Es frecuente que cuando se estructura una pareja, los celos de sus integrantes tengan como foco principal a la familia del otro

La transferencia del amor es una tarea que necesita tiempo y que nunca se desarrolla en su totalidad. Los vínculos amorosos primarios subsisten durante toda la existencia y es inevitable que constituyan un “tercero” de suma trascendencia.

Las relaciones de amistad constituyen una inagotable fuente de celos, pues los amigos son obstáculos a los deseos posesivos. También las salidas con otras personas suelen provocar escenas de celos, reproches y peleas que obedecen a la supuesta conducta seductora de uno de los miembros de la pareja hacia terceros, o la pretendida desatención o exclusión del miembro ofendido.


Amor posesivo
Mientras que el amor tierno acepta que el otro no sea todo, en el amor posesivo se pretende no sólo que el otro sea todo, sino ser todo para el otro. Para ello debemos eliminar al rival, suprimir toda alteridad; ser únicos.

La persona celosa quiere que el rival desaparezca, sea éste quien fuere: una persona, una actividad, un objeto, un interés.

   Los programas televisivos pueden despertar conflictos porque introducen a un tercero en el seno del hogar. Una joven manifestaba enfermarse de celos cuando su marido miraba vedettes. “¡Me da un odio!”, decía. “Lo veo como un baboso, poco hombre, me dan ganas de estrangularlo”. Claro que no eran solamente las chicas quienes despertaban sus celos porque cuando su pareja miraba un partido de fútbol también se molestaba, puesto que un tercero concitaba la atención y el interés que pretendía fuese dirigido solamente a ella.

   Francisco y Teresa llevan veinte años de matrimonio, tienen una hija de dieciocho años. Francisco es viajante y está ausente de su casa cuatro días a la semana.

Teresa dice: “Odio su trabajo, me parece que la pareja de él es el auto. Para mí él está enamorado de los viajes, del auto, él se jugaría más por el trabajo que por nosotras. Yo lo quiero mucho, no me podría separar porque sin él no podría vivir...”

   Ser desplazado por otro significa que este otro es portador de mayores valores, lo cual rebaja la autoestima.

Quien perdió o teme perder al ser amado, no sólo reacciona ante la pérdida del amor y del vínculo, sino también ante la pérdida de lo que estos representan como prueba de su propio valer y, en consecuencia, como apoyo de su seguridad.



Domingo Caratozzolo

Psicoanalista

www.domingocaratozzolo.com.ar




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