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sábado,
24 de
febrero de
2007 |
Opinión
Desigualdades
Marcela Isaías / La Capital
Hace pocos días, la educadora ecuatoriana Rosa María Torres, en una conferencia magistral ante 3.500 docentes, recordó cómo las políticas educativas de los distintos países de la región, asesorados por los organismos internacionales, proponían “focalizar la atención en los pobres”. Sucede —tal como recordó la especialista— que luego se dieron cuenta de que los pobres eran muchos, por eso debieron revisar esas metas y ahora sí focalizarlas en “los más pobres de los pobres, o sea en los indigentes”.
Algo parecido ocurre con los saberes que los chicos deben aprender en las aulas. Primero la ley federal habló de contenidos básicos, algo más o menos parecido a lo mínimo que cada niño en la Argentina debía aprender. Más tarde aparecieron los Núcleos de Aprendizajes Prioritarios (NAP), una medida que pretendió reeditar de manera mejorada este piso común de conocimientos indispensables para todos los alumnos del país, sin distinción de dónde habitaran.
Pero bien se sabe que este piso se achica o se agranda según el contexto en que se enseñe y aprenda. Por lo que lo prioritario para unos será mínimo para otros, quizás los más. Es fácil pensar entonces que nuevamente no se estará garantizado que todos accedan al mismo derecho de aprender en la escuela.
Y, en todo caso, tal como señalara el doctor en psicología Roberto Follari, seguiremos enfrentando inertes uno de los grandes dramas de la educación argentina: la cantidad creciente de chicos que pasa de grado o año sin aprender lo que a su edad deben aprender. Algo así como una “deserción encubierta”, decía el profesor.
Seguramente la problemática de la repitencia merece ser discutida desde sus múltiples aspectos, pero en especial con la convicción de que el derecho a educarse no admite claudicaciones.
O bien podríamos preguntar si crece en igualdad de conocimientos y aprendizajes un niño que recibe clases de música, dibujo, educación física junto a las de lengua, matemática y ciencias, que otro que no lo hace.
Sucede _como pasa ahora_ que cuando estos chicos a quienes sólo se destina planificadamente una escolaridad “básica, muy básica” egresen de su escuela obligatoria, y sus aprendizajes no puedan acreditarse en la vida ciudadana, en el trabajo o en otros estudios, será tarde. Otros, un número no menor, ni siquiera entrarán en estas estadísticas, el sistema los habrá expulsado antes.
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