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sábado,
17 de
febrero de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
-Perdón señor Inocencio, soy el nuevo mozo del café. Sírvase, es una carta que ha llegado hoy temprano de su amigo, Candi.
-¡Ah! Me extrañaba que no llegara aún. Veré qué dice la carta: "Estimado Inocencio: Supongo que para cuando esté leyendo estas líneas, estará algo molesto por mi ausencia sin aviso. De todos modos aguardo que me sepa disculpar. Usted sabe que mi eventual falta de comunicación no implica ausencia de afecto. Querido Inocencio: Estoy en medio de las sierras centrales".
-¡Lo imaginé al recibir la carta!
-"Y por tres o cuatro días le escribiré desde estas alturas. Me apresuro a contarle algo maravilloso que me aconteció en Cuchí Corral. Es este un paraje elevado, situado cerca de La Cumbre, en Córdoba, desde donde se lanzan parapentistas y aladeltistas. El paisaje es bellísimo: sierras alfombradas de verde a un lado y a otro; un valle espléndido frente a la vista del observador que es atravesado por un río de montaña y la línea del horizonte que se alza a lo lejos en una cadena de sierras que allí parecen unirse cielo. No puedo definir con palabras la belleza del lugar. Ya había estado varias veces aquí observando el paisaje y el vuelo de los parapentes, pero jamás había observado algo que me emocionó: un muchacho se lanzó con su colorido y silencioso vehículo espacial, y a poco de iniciar su mágico vuelo un cóndor se le acercó. Al principio el ave se limitó a seguir, aprovechando la misma corriente térmica, al extraño objeto volador y su tripulante, después se acercó un poco más y luego, cuando hombre y cóndor confiaron un poco más el uno en el otro, comenzó un encuentro maravilloso, una danza en el aire tan bella como conmovedora. El compás de la melodía silenciosa, dado por la brisa, impulsaba cadenciosamente a las dos criaturas a encontrarse, cara a cara, confiadas, complacidas. Cuando se producía algún desencuentro, en virtud de tener que seguir los dos bailarines la corriente térmica, enseguida el cóndor, si estaba adelante, giraba para encontrarse con el muchacho y lo mismo hacía este conduciendo su parapente cuado le tocaba la delantera. El asunto, para esta singular pareja, era cruzarse, verse, comunicarse con las miradas y decirse a través de la danza espacial: «Aquí estamos los dos, en una elevada paz, compartiendo la creación». Un turista francés, como todos los que estaban en el lugar, quedaron maravillados con la escena. Por mi parte, plasmé ese momento para siempre en mi memoria y en el de la cámara fotográfica. Creo, Inocencio, que he obtenido una buena imagen y una maravillosa lección. ¡Encontrarnos, amigo, los seres debemos encontrarnos!"
Candi II
-Perdón señor Inocencio, soy el nuevo mozo del café. Sírvase, es una carta que ha llegado hoy temprano de su amigo, Candi.
-¡Ah! Me extrañaba que no llegara aún. Veré qué dice la carta: "Estimado Inocencio: Supongo que para cuando esté leyendo estas líneas, estará algo molesto por mi ausencia sin aviso. De todos modos aguardo que me sepa disculpar. Usted sabe que mi eventual falta de comunicación no implica ausencia de afecto. Querido Inocencio: Estoy en medio de las sierras centrales".
-¡Lo imaginé al recibir la carta!
-"Y por tres o cuatro días le escribiré desde estas alturas. Me apresuro a contarle algo maravilloso que me aconteció en Cuchí Corral. Es este un paraje elevado, situado cerca de La Cumbre, en Córdoba, desde donde se lanzan parapentistas y aladeltistas. El paisaje es bellísimo: sierras alfombradas de verde a un lado y a otro; un valle espléndido frente a la vista del observador que es atravesado por un río de montaña y la línea del horizonte que se alza a lo lejos en una cadena de sierras que allí parecen unirse cielo. No puedo definir con palabras la belleza del lugar. Ya había estado varias veces aquí observando el paisaje y el vuelo de los parapentes, pero jamás había observado algo que me emocionó: un muchacho se lanzó con su colorido y silencioso vehículo espacial, y a poco de iniciar su mágico vuelo un cóndor se le acercó. Al principio el ave se limitó a seguir, aprovechando la misma corriente térmica, al extraño objeto volador y su tripulante, después se acercó un poco más y luego, cuando hombre y cóndor confiaron un poco más el uno en el otro, comenzó un encuentro maravilloso, una danza en el aire tan bella como conmovedora. El compás de la melodía silenciosa, dado por la brisa, impulsaba cadenciosamente a las dos criaturas a encontrarse, cara a cara, confiadas, complacidas. Cuando se producía algún desencuentro, en virtud de tener que seguir los dos bailarines la corriente térmica, enseguida el cóndor, si estaba adelante, giraba para encontrarse con el muchacho y lo mismo hacía este conduciendo su parapente cuado le tocaba la delantera. El asunto, para esta singular pareja, era cruzarse, verse, comunicarse con las miradas y decirse a través de la danza espacial: «Aquí estamos los dos, en una elevada paz, compartiendo la creación». Un turista francés, como todos los que estaban en el lugar, quedaron maravillados con la escena. Por mi parte, plasmé ese momento para siempre en mi memoria y en el de la cámara fotográfica. Creo, Inocencio, que he obtenido una buena imagen y una maravillosa lección. ¡Encontrarnos, amigo, los seres debemos encontrarnos!"
Candi II |
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Jubilaciones: ¿si usted está en el régimen de capitalización, volvería al sistema de reparto?
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"Para lograr votos, el presidente es capaz de unirse al diablo"
Hilda "Chiche" Duhalde
Senadora de la Nación por Buenos Aires.
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