Año CXXXVII Nº 49354
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 07/01
Mujer 07/01
Economía 07/01
Señales 07/01
Educación 30/12
La Escuela en Foco 30/12
Autos 28/12
Salud 27/12
Página Solidaria 27/12
Estilo 16/12

contacto

servicios
Institucional

 domingo, 14 de enero de 2007  
Interiores: inflación reprimida

Jorge Besso

He aquí la articulación de dos conceptos de campos en principio bien distintos. Inflación es un término del repertorio conceptual de la economía, muy popular en este país, sobre todo en los momentos de inflación top, donde la Argentina alcanzó las cotas máximas de la locura económica, junto a la Alemania de la célebre hiper inflación que alcanzó un porcentaje de tal magnitud que se devoró al papel - dinero que sólo servía para empapelar paredes, según se cuenta de aquellos tiempos.

Por su parte, "reprimida", es decir represión, es un concepto de cuño psicoanalítico que, por cierto, es uno de los más populares del stock del psicoanálisis. Con este concepto se alude a una lucha más o menos constante en la vida psíquica entre impulsos que tratan de llegar a la superficie, y por lo tanto encaminarse a su realización, y fuerzas que empujan por mantener esos impulsos, probablemente espurios, lejos de la superficie consciente de la psiquis.

Estos son tiempos, según ciertos analistas económicos, de inflación reprimida, a lo que cabría que agregar en directa relación con lo anterior, un índice inflacionario "dibujado" por el inefable Indec, para mantener la presión inflacionaria en un solo dígito. Claro está que se trata de una engaña pichanga porque un dígito solitario de 9,8 está bastante más cerca de los dos dígitos que de la ilusión de uno solo.

Nada para sorprenderse, ni escandalizarse demasiado ya que en las prácticas contables es frecuente escuchar que los números se dibujan para que los balances luzcan mejor. De modo que inflación reprimida es una suerte de diagnóstico de un momento (el actual) de la sociedad argentina, y del mercado, donde los gobernantes de turno vendrían a ser los represores de la inflación de los precios que pugnan por salir, y de camuflar los que ya salieron a la superficie para que no se vean.

Nada raro. En general los gobernantes en todos los países se dedican a dibujar la realidad, al igual que las instituciones, o los mismos ciudadanos que en ocasiones directamente suprimen las sutiles pero imprescindibles diferencias entre la realidad psíquica del opinante de turno, y lo que podría llamarse la realidad - realidad.

Por lo que parece asistimos a una inflación serpenteante y amenazante por debajo de los precios oficiales, hasta que la serpiente inflacionaria se los engulla, como corresponde a la boa capitalista entrenada para deglutirse pobres, siempre tan necesarios y a la vez tan molestos para los ricos.

Una mirada retrospectiva sobre nuestra historia inmediata muestra una suerte de pasión inflacionaria, en tanto y en cuanto "la inflación", o bien es la reina de la realidad cotidiana, o bien es la reina de las tinieblas, y conviene no olvidar que todo lo reprimido de una u otra manera vuelve, como sucede con el sexo y sus bajos instintos, o con el maravilloso barrio Pichincha que en cierto sentido es lo mismo.

Pero la inflación económica, explícita o solapada, no es la única en nuestra tierra. Supo estar acompañada, y hasta quizás relacionada, por una inflación yoica configurando un "maxi ego" típicamente argentino que viene bajando desde el "obelisco porteño". Como se sabe el fálico esperpento es el kilómetro cero, y desde ahí la inflación yoica se va distribuyendo para el resto de los kilómetros argentinos, donde se esparcen modelos de egos que se amalgaman con los de tierra adentro, para que cada cual se pueda vestir con el modelo que le calce mejor con su cuello.

Hoy el "ego argentino" no está precisamente en el esplendor de otras épocas, sobre todo con relación a aquellos tiempos de las posguerra europea, es decir los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en los que Europa pasaba hambre y en las mesas argentinas los comensales se regodeaban con el remanido comentario, en forma de interrogación, pero que en realidad ya traía la respuesta incorporada: ¿En qué país se come como en la Argentina? En ninguno. Las respuestas que se visten de preguntas son un claro ejemplo de soberbia, porque simulan una reflexión que en rigor eluden.

Desde hace cierto tiempo la soberbia vernácula ha tomado una extraña curva. Como en los cuadros de los balances económicos que han dado lugar a tantas tiras cómicas, el balance del "maxi ego argentino" muestra una línea descendente sin retorno habiendo traspasado la de flotación de la Gran Empresa Nacional. Pero resurgiendo de sus cenizas nos topamos con la versión del "ego siglo XXI", en esta ocasión como un super ego negativo.

Es sabido que en el resto de Latinoamérica definían el ego de un modo contundente: decían que es el argentino que todos llevamos adentro. Ese ego alicaído después de variados tormentos sociales y políticos, enarbola la bandera de lo negativo como una suerte de extraño orgullo nacional, y se ha puesto de moda a partir de afirmaciones que habitualmente comienzan con una frase hecha: este país, seguida de un comentario, en el sentido de que es el líder de la corrupción, la demagogia, o las chambonadas, en definitiva, casi lo más tercermundista del tercer mundo.

La pasión argentina por la inflación de los precios, galopante o latente y la inflación del ego, positiva o negativa, quizás formen parte de un síntoma común a ambos fenómenos: una suerte de desmesura nacional que en muchas ocasiones nos hace indexar la importancia de la economía y en especial del dinero, y al mismo tiempo, el otro brazo de la desmesura nos hace indexar el remanido ego, hacia arriba o hacia abajo, para oscilar entre la Argentina potencia y la Argentina impotencia. Por su parte el resto del mundo ni se entera.

Ese mismo mundo tampoco se entera de las potencias que avasallan y depredan ante la impotencia de las llamadas Naciones Unidas, que viene a ser el chiste más ridículo que nos dejó el siglo XX.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo




  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados