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 domingo, 14 de enero de 2007  
Para beber: blancos azucarados

Gabriela Gasparini

Si tuviéramos que pensar en una bebida elaborada en la India, ¿nos imaginaríamos tomando un suculento Cabernet? No, seguramente pensaríamos en un aromático té, o en alguna infusión que nos predispusiera a la meditación y la pausa. Sin embargo, este país que se presiente envuelto en misterio, elabora desde hace unos años vinos al mejor estilo europeo, y onda californiana en algunos casos.

Lo que sucede es que la sociedad vive continuos cambios, no sólo porque parte de la población disfruta de una primavera económica, sino porque las comunicaciones provocan el deseo de deleitarse con lo que se ve en revistas y películas. Los tics modernos se transmiten a través de las fronteras, y de pronto surgen clubes orientados a la enseñanza de la apreciación del vino, o degustaciones en bodegas por sólo dos euros.

El vino no es nuevo en la India, al parecer hay registros de su existencia hace más de 3500 años, y hay quienes aseguran que viajeros europeos que se presentaron en la corte del emperador Mughal disfrutaron de los vinos de Hyderabad, Surath, y de los viñedos reales de Baramati, en Maharashtra. Pero como pasó en buena parte del planeta, más tarde las vides desaparecieron debido a las pestes.

En el país tradicionalmente se tomaba whisky como legado de los invasores ingleses, y las mujeres no bebían alcohol, como tampoco lo hacen quienes lo tienen prohibido debido a su religión. Pero los aires de liberación dieron el presente en el espíritu femenino, y encontraron una buena acogida de la mano del vino.


Un signo de buen gusto
"Es lógica la evolución social, la gente viaja mucho más y se da cuenta que beber vino es signo de buen gusto, hoy se sirve en todas las buenas cenas", declara el propietario de una compañía de té. "Socialmente se ve como algo positivo que, por fin, las mujeres puedan beber. Es algo que está relacionado con el cambio de situación de la mujer hindú urbana que trabaja, se hace independiente y sale mucho más", comenta su esposa.

Encargados de hoteles y restaurantes acuerdan en que ya no se come sin vino, la gente quiere mostrar su estatus floreciente, y no se priva de poner una botella en la mesa aunque todavía existe una tendencia a tomarlo como aperitivo y a sucumbir a los dulzones. Y sobre todo, a preferir los del Nuevo Mundo, mercado que lleva las de ganar porque sus etiquetas son más fáciles de comprender, su sencillez permite identificar los vinos por la cepa, en lugar de las complicadas inscripciones francesas que especifican la denominación de origen y la ubicación de los viñedos en lugar de la uva.

A cuatro horas de Bombay, en el estado de Maharashtra, se levantan viñedos que nada tienen que envidiar a los de cualquier región vitivinícola del mundo. Allí se aquerenciaron del suelo los esquejes traídos de Francia y California. Racimos de Sauvignon Blanc, Chenin, Cabernet Sauvignon, Viognier, Zinfandel o Syrah cuelgan de las vides esperando la vendimia. El crecimiento de la producción se incrementa año a año para tratar de satisfacer un mercado creciente, que sin embargo necesita adquirir conocimientos básicos.

Si tenemos en cuenta que con la primera cosecha, de 1999, la bodega Sula Vineyards sólo alcanzó los 12.000 litros, y para esta época llega al millón de botellas, no hay demasiado que agregar en cuanto al desarrollo que está teniendo la industria. Su dueño, Rajeev Samant, trabajaba como director financiero en una empresa de Silicon Valley, cuando, en 1997, decidió volver a su país para explorar la tierra de su familia en Nashik, la ciudad santa del hinduismo. Y como buen observador, le llamó la atención que nadie hubiera intentado cultivar cepas como para elaborar un vino de calidad.

Hizo hacer los análisis correspondientes, y tal como pensaba, las condiciones estaban dadas. Y así, un año después de haber arribado, empezó su aventura que hoy abastece a más de un 20% del mercado, y además exporta.

No es la única bodega, en la misma región se levantan cerca de 30 que también han encarado un proyecto de captación de clientes ávidos de novedades, que visitan las instalaciones para participar de las catas y las charlas.

Obviamente los vinos distan de ser como los que estamos acostumbradas a beber, y parece que son los blancos los que resultan más aceptables, aunque algo azucarados, pero hay que conformar a los nuevos seguidores que no están preparados para los sabores de los caldos tradicionales.

Tomando en cuenta la cantidad de habitantes que tiene el país, y que el mercado vinícola crece entre un 25 y un 30 % anualmente, dan ganas de salir volando para allá, palita en mano, a plantar vides y recoger su jugo.
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