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 sábado, 13 de enero de 2007  
Es cuestión de confianza

El letrero de su negocio de venta de parabrisas rezaba: “Nuestro lema es la confianza”. Y el tema de la confianza tenía que ver con que este señor, un pelado, una mañana leyó el diario (el horóscopo, para ser precisos) y se encontró que el nueve era su número para ese día. Y se la jugó. Todo al nueve. Todo era poco, pero a la cabeza se multiplicó, y con lo que levantó se puso el negocio de venta de parabrisas. De allí en adelante el tipo leyó todos los días su horóscopo en La Capital. Lo seguía como si se tratara de algo sagrado. Y parece en broma, pero no le erraba. Pasó que desde que comenzó el 2006 el tipo me venía diciendo que le iba a pasar algo grandioso. Para mí lo grandioso ya era que con un negocio de parabrisas el tipo pudiera darle laburo a los no sé cuántos hijos que tenía. Pero él, “confiado” como rezaba el cartel, seguía firme. Ahora bien, se levantó el 15 de noviembre como siempre, compró el diario y se mandó con el horóscopo. Esa mañana el matutino era contundente: indicaba con precisión que ese día iba a cambiar el rumbo de su vida. Increíble, desde las diez de la mañana el pelado estaba a la espera. Venía un cliente y lo exploraba como si se tratara de un mensajero del más allá. Su esposa lo llamó como a las 12.30 y la escuchó como nunca, colgando decepcionado a las 12.45. Las horas en plomo se convirtieron y como a las 17.20 subió a la terraza para gritarle a Dios, a pedirle que se manifieste de una vez. Cosa de mandinga, el cielo rugió. El salto que pegó el pelado fue inolvidable. Todo se ennegreció a pleno día y cayó del cielo una piedra de hielo del tamaño de un huevo de ganso directo al ojo del pelado que estaba como en trance, algo así como bailando. Cayó de bruces, se agarró, se asustó. Cayeron diez, cien, mil piedras a su alrededor. La misma cantidad, o similar, sobre su lomo. El pelado se puso a ensayar posiciones de superhéroe, creo que pensó que aquel mazazo divino le había dejado algún don. Nada. El caos fue sin igual en la ciudad. Con algo así como compasión me fui a dormir pensando en aquel pobre hombre que esperó “el” cambio aquel día. Cuando me levanté a la mañana siguiente y miré por la ventana no lo podía creer. Primero fueron quinientos, después dos mil, luego llegó la policía y finalmente fue un carnaval. El carnaval del pelado. La pedrada divina había roto algo así como todos los parabrisas de la ciudad. Aquel ridículo negocio se vio requerido de manera sin igual. Aquel hombre tuvo que adoptar once hijos más para atender a la enorme clientela y otro tanto para acarrear su nueva fortuna al Uruguay. Pero ahora no puedo seguir contando porque dentro en un rato llega el diariero, y como me dijo el pelado aquel día: “Mirá, pibe, la charla está divina, pero tengo que ir a leer el horóscopo. A ver si justo, cuando pasa algo, me lo pierdo…”.

Aníbal Buzaglo
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