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sábado,
18 de
noviembre de
2006 |
Historias
Palacio de Justicia: gala de progreso
El edificio se ideó para exaltar la relación entre el poder público y la sensación de desarrollo de la ciudad
Silvia Pampinella
En 1888, el empresario catalán Juan Canals propuso al gobernador de la provincia construir "un verdadero Palacio de Justicia" en Rosario para evidenciar la relación entre poder público y progreso, entre organización institucional y expansión urbana. Los argumentos de su propuesta desplegaban el imaginario del 80 respecto a un "progreso ilimitado" de la ciudad.
Si los fondos públicos no podían financiarlo, él lo haría desde la iniciativa privada. Luego, con el alquiler de oficinas a los escribanos -que quedaron obligados por ley a tener sede en el edificio-, el gobierno podría pagar el costo en un plazo de 30 años. En cuanto al solar necesario, el empresario donó una franja, y el municipio, una parte considerable de la plaza, por entonces un descampado de una manzana y media.
Canals pensaba beneficiarse de una vasta operación inmobiliaria. Había adquirido una gran cantidad de fracciones y lotes en el sector conocido como "el oeste". A cargo de la concesión del adoquinado de las calles, lo había extendido hacia el área donde él y sus socios no sólo compraban terrenos, sino que construían residencias como la del mismo Canals y la de Eloy Palacios (actualmente sede de los Tribunales Federales).
Pero con la crisis del 90 y, a raíz del escándalo de 13 millones emitidos por el Banco Provincial y puestos a su nombre por la Municipalidad sobre empréstitos europeos obtenidos en oro, el empresario terminó en bancarrota y debió entregar el edificio y otros bienes a la provincia y el municipio.
El palacio fue inaugurado en 1892, cuando aún continuaban los trabajos de construcción, como parte de una operación política para evitar el descontento con el gobierno provincial que culminaría en una revolución encabezada por los radicales.
Durante la primera década del siglo XX, la silueta del edificio con su enorme torre se recortaba como una fantasmagoría en los umbrales desmadrados de la ciudad, como un sueño aún incumplido de extensión. Poco a poco, el cercano bulevar se fue transformando en el área residencial de mayor jerarquía. Asimismo, la construcción del nuevo edificio para la jefatura política de la provincia en Rosario enfatizó el rol institucional de la plaza San Martín, tensando el crecimiento sobre calle Córdoba con grandes residencias que hoy conforman el Paseo del Siglo.
El Palacio de Justicia de Rosario puede cotejarse en calidad con los premios de concursos internacionales, no sólo con los realizados para el eje monumental de La Plata (1881), sino con los numerosos concursos para edificios judiciales, legislativos y sedes municipales en el centro de Europa durante el último cuarto del siglo XIX.
Las similitudes con las decisiones básicas tomadas para La Plata son varias: construcción en dos plantas, previsión de necesidades del futuro, emplazamiento en manzana tipo y vinculación con espacio público verde, tipología de patio central rodeado de galerías que permiten iluminación natural directa y buena ventilación, y edificio sobreelevado por un zócalo para realzar el carácter representativo. La diferencia, un despliegue de recursos para obtener el mayor decoro en las fachadas y los ingresos.
En ese sentido, el valor se concentró en la apariencia. Y la apariencia debe entenderse en dos sentidos: en el modo de aparecer como imagen urbana y en cierto desajuste entre esa imagen y el interior.
Desde una mirada exterior se podrían suponer cuerpos de construcción prolongándose también por detrás de los ingresos y cruzándose en el centro del conjunto. Había, en cambio, un extenso desarrollo en "U" (como en el Palacio Municipal de La Plata).
La supresión de una posible trama en el interior fue una solución que maximizó la extensión de la fachada desde recursos económicos escasos. Y también previó el crecimiento futuro para nuevos requerimientos surgidos de la ampliación o modificación de los procesos judiciales. A esta apariencia contribuyó también la dimensión de la torre, conformando un mojón publicitario, un elemento de focalización para visuales lejanas, como puede verificarse en el modo en que el edificio fue captado por la fotografía hasta comienzos del nuevo siglo.
La autoría merece una breve reflexión. En una biografía de H. Boyd Walker, se aseguraba: "Su mejor obra, es sin disputa, el Palacio de Justicia (que él trazó en unión con Mr. John Currie)". El paréntesis resulta enigmático respecto a las actuaciones de uno y otro. Pero quien tenía una formación y una trayectoria que ameritaban la calidad de este proyecto es, sin duda, el arquitecto John Henry Curry.
Nacionalidades y estilo
Es interesante ver que el aporte británico a la ciudad no se reduce a las construcciones utilitarias del ferrocarril y al traslado de un prototipo (la Iglesia Anglicana), sino que fueron arquitectos ingleses quienes se encargaron de los proyectos de los principales edificios públicos a fines del siglo XIX. Esos proyectos comparten dos rasgos: prima el pragmatismo en la interpretación de los programas, y la visualidad en la decisión de la forma. La mayor importancia de lo visivo sobre la técnica de composición es algo que diferenció a los ingleses de los franceses en el siglo XVIII.
La otra vertiente a considerar es la alemana, donde un proceso tardío de modernización política y económica ubicó a ese país como mediador en la reelaboración de fuentes lingüísticas más remotas (francesas o italianas). Las nuevas obras centroeuropeas eran observadas para la construcción de la imagen del Estado moderno en América.
El pragmatismo y la libertad con que se seleccionaron, hibridaron y adaptaron distintos modelos a necesidades específicas vuelve imposible el intento de clasificar el conjunto de la obra desde un estilo.
El desarrollo de las tres fachadas presenta un pórtico de sintaxis clásica en el ingreso principal; loggias en cada cuerpo central sobre Córdoba y Santa Fe con ritmos de dobles columnas y juegos de luces y sombras (similar a la organización que Perrault había inventado para la fachada del Louvre, o a las columnas corintias pareadas como las utilizaba frecuentemente Cristopher Wren en el seiscientos); sucesión ritmada de ventanas con arco de medio punto; balcones enlazados mediante molduras ondulantes; el típico resalte de los pabellones de esquina y avance o retroceso de los cuerpos según el canon compositivo imperante. Pero también fuertes alteraciones decorativas de las pilastras, motivos ornamentales cambiados de escala como los aparentes soportes de los balcones (libertad para la invención desatada por Charles Garnier en la Opera de París), control del tratamiento decorativo de la torre, techos en mansardas y continuidad de la balaustrada superior en todo el perímetro (según la amplia difusión del modo renacentista francés). Y proliferan los elementos simbólicos: los colores de la bandera provincial en la cúpula de la torre, escudos de la provincia en lugares harto visibles y esculturas representando a la justicia sobre los ingresos laterales.
En cuanto a los órdenes: corintio en el exterior, jónico en las columnas de la galería en planta baja, pero motivos naturalistas ornando las de hierro fundido en planta alta.
La operación fue una adecuada respuesta tanto a la construcción de una imagen del Estado en el momento de su consolidación como a una fuerte esperanza en el porvenir. El valor de la obra como aporte al patrimonio radica en iluminar actitudes particulares del proyecto arquitectónico en condiciones diferentes a las europeas. Cuando fue preciso responder con la más amplia libertad a requerimientos diversos, se lo hizo sin atarse a imposiciones provenientes de los centros culturales. Y se logró un excelente exponente de las posibilidades del eclecticismo.
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