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 sábado, 18 de noviembre de 2006  
Yo creo: "El truco de hacer pensar con ironías"

Rodolfo Bella / La Capital

Una palabra se propaga por el mundo como una plaga: Borat. Un actor cómico inglés tuvo la ideal genial de cruzar Estados Unidos de este a oeste con una cámara y la idea de dejar constancia de las expresiones espontáneas de sus entrevistados. Todos creyeron que se trataba de un documental, pero lo que se estaba gestando era un broma pesada en forma de película y que resultaría tremendamente redituable: la recaudación de "Borat" en Estados Unidos superó a "Casino Royale". El humor petardista de la cara visible del proyecto, el británico Sacha Baron Cohen, quien interpreta a una especie de espía impresentable de la sociedad estadounidense, fue más interesante para el público que el legendario James Bond. El muy gracioso se hizo pasar por un periodista de Kazajistán con declamaciones que explotan como petardos en los oídos políticamente correctos: su personaje, Borat Sagdiyev, es racista, homofóbico, misógino, vulgar, sin modales y un declarado admirador de George Bush y la guerra en Irak. En conclusión, el tipo perfecto para echar de una casa decente. O el más adecuado para animar cualquier fiesta. Como sea, el actor británico Sacha Baron Cohen logró poner patas arriba la idea de corrección política. ¿Qué molesta tanto de esta película en forma de falso documental en algunos lugares donde todavía no se vio y que además provocó una cascada de juicios de parte de los entrevistados por sentirse estafados? ¿Qué hubiese cambiado si los entrevistados supieran de qué se trataba? ¿Se hubieran moderado algunas expresiones que, descubierto el truco, pueden causar urticaria y dejar al descubierto opiniones sinceras, pero incómoda? Cuando el mundo occidental hace equilibrio para no herir más las susceptibilidades de quienes no piensan ni sienten de la misma manera, un actor parece haber demostrado su hartazgo de los tópicos políticamente correctos que después del 11 de septiembre intentan mantener en frágil equilibrio a Oriente y Occidente. Y lo hace con un personaje que proviene de Kazajistán, una ex república soviética donde un poco más de la mitad de la población es musulmana. A ambos lados del mundo saltaron las llaves térmicas. Y lo hizo con el humor más efectivo: la ironía.
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