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domingo,
12 de
noviembre de
2006 |
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Charlas en el Café del Bajo
-Hace unos días dije en esta columna que el amor no es sólo un sentimiento, sino una vocación. Es decir, el amor comienza por sentirse, pero sigue por el mantenimiento, que está íntimamente vinculado a la voluntad y a la obra. En respuesta a un lector expresé puntualmente: "El amor se siente y se hace. El amor se expande por la acción o se marchita por la falta de obra. El amor sentido no es eterno. Dios ama por sentimiento y por obra permanente".
-De manera que el amor es eterno en tanto y en cuanto uno así lo quiera.
-No aseguraría que basta la voluntad para que el amor sea para siempre, porque se puede anhelar algo pero no poder concretar el propósito por diversos motivos. Sin embargo, es evidente que quien persevera en el "verdadero amor" difícilmente al cabo del tiempo pueda cosechar odios. Un conocido psicólogo, residente en Colombia y autor de numerosos trabajos, el doctor Walter Riso, acaba de expresar precisamente que el amor es un acto de voluntad y no solamente un arrebato emocional. "Es una mezcla de emoción y pensamiento", afirmó.
-¿Comparte eso?
-Sí, absolutamente. Lo que no comparto son otras ideas de este psicólogo, quien asegura que "el amor tiene sus límites y no lo justifica todo. Entregarse en cuerpo y alma, dejando de lado a uno mismo y a las necesidades propias es el resultado de creencias distorsionadas. Cuando se da fidelidad, se espera fidelidad, y cuando se respeta, se espera respeto. Existe la idea absurda del amor como generosidad absoluta. Pero esto no es saludable si no se comparte".
-¿La generosidad absoluta es una idea absurda?
-Esto es lo que yo no comparto. Comencemos por aclarar algo: para amar a otra una persona primero debe amarse a sí misma en la medida justa y armoniosa, sin caer en la patología del narcisismo. Pero remediado el amor necesario para uno mismo, no veo que sea una distorsión la generosidad absoluta. Es cierto que cuando se da amor se desea recibir amor, pero si en cambio de amor se recibe indiferencia, no veo que la cuestión se resuelva por el cese del suministro del amor hacia la otra persona, pues entonces no se está amando, sino intercambiando. "Te doy si me das, si no me das dejo de darte". Imaginemos, por ejemplo, un Dios que de pronto le dice a la humanidad: "Bueno, a partir de mañana sino cumplen mis principios el sol no sale, el aire no corre, la lluvia no se produce, etcétera". Imaginemos si la Madre Teresa hubiera dicho: "Te ayudo, te llevo a mi hogar, te curo, pero eso sí: tenés que convertirte al catolicismo". Con todo respeto, y desde mi profunda ignorancia, me permito opinar que lo de Riso, en tal aspecto, es no tener en cuenta el modo que actúa la fuerza más poderosa que está presente en el universo y que regula todas las cosas. Sé que es difícil poner en práctica este tipo de amor elevado en un mundo altamente descarnado, competitivo y que aspira a soluciones rápidas, pero los resultados contundentes que obtiene aquel que ama, a pesar del despecho y del desprecio de quien ha dejado de amar, están testimoniados históricamente. Nótese que, en el caso de una relación de pareja, hablo de aquellos que alguna vez se han amado genuinamente y que por diversas razones en uno se agotó el sentimiento y la acción. No aludo a aquellos casos en donde se confundió amor con otra cosa, en los que jamás hubo en realidad amor. La fuerza del amor es poderosísima, aunque claro está no da resultados inmediatos. Es más fácil y rápido -ante el desgaste y la complicación- cortar una relación y buscar por otro lado. De lo que no estoy seguro -y concedo el beneficio de la duda- es sobre si esta emigración (que luego se transforma a veces en sucesivas búsquedas) resuelve el problema de fondo: el vacío existencial. Supongo que por un tiempo, y ante lo novedoso, todo puede funcionar aceptablemente, pero... ¿luego? Soy de los que creen que en la vida uno se debe enamorar muchas veces, pero hacer todo lo posible para que siempre sea de la misma persona. Sé que a veces es difícil, otras se torna imposible a pesar del anhelo de una de las partes, pero no creo que dos que se disponen a resucitar al amor sucumban en el intento. Porque también el amor dijo estas palabras: "Allí donde haya dos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos para siempre".
Candi II
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