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domingo,
29 de
octubre de
2006 |
poesía
El árbol de palabras
Mirta Rosenberg
Mi casa era diferente. Mi tía no me crió,
mi abuela prefería a mi hermano. Más /sano
hubiera sido preferirme a mí, o más osado.
Sin embargo, todo era perfecto así,
en un sentido errado. Erré
/perfectamente
Para evitar la furia, concentrar la /mente
y su penuria en el espacio de lo elocuente.
Sería el de la poesía y bastaría,
en realidad, el puro espacio de un cuerpo
inseguro, que desmiente estar allí
/alimentado
de presente. Un lugar de ausencia se
/reclama,
de verdad, donde la llama excuse alguna
decepción: una cuestión de tiempo y de
/tensión
-no de espacio de elocuencia-, de lejía
reservada a la inclemencia del error
y del ensayo. Expuesta al fallo de la
/ciencia,
la certeza ya no es propia: medir la
/realidad
por la crudeza de la copia es desvelo
de científico que apena al corazón y,
por prolífico, resiente la sanción y no la
/llena.
La mente habrá de poner celo en lo
/indudable
y consuelo en la mentira -moriré pero
/jamás;
me estanco en lo mutable-, y eso es todo
a lo que aspira, a eso apela. A alguna
/salvación
de lo inminente en el papel en blanco
que revela lo vaciado del vacío,
y lo concentra y se ve. Si se centra
el resultado, impío, es un antro de fe.
Mi sufrimiento es uno que no te
/interesa.
Un grano de arena en el desierto
de tu pena, que es infinita. Por mi parte
creo en la marmita donde cuece
un caldo diferente, y yo sonrío.
Estoy pendiente de tu gesto, y este estío
da un calor que no parece la pasión. La
/pasión
es el dolor de la madre, esto que conviene
no creer, pero da mientes. Estés
donde estés al fin tendrás que escucharme.
No darme la razón sino el tesoro del
/sonido
y la pura vibración de la belleza
que saludo como tuya, como ésa
que no sabe estar pero se queda,
y yo retengo. No te tengo,
quiero decir que me reniegas. Renegada,
soy la nada que subsiste y en las
/cláusulas
deseadas voy debida:
me enfermas y me intoxico de tu voz
y digo no a quien nada
me requiere.
La consecuencia
Esto es un árbol. La raíz dice raíz,
rama cada rama, y en la copa
está la sala de recibo
de un mirlo que habla.
La mesa donde escribo
-una fiesta de solteras-
está hecha de madera de ese árbol
convertida por el uso y por el tiempo
en la palabra mesa.
Es porque da frutos que caen
y por el gremio perenne de sus hojas
que se renueva el árbol
y que existe la palabra árbol:
aunque a veces el bosque
lo oculte a la vista, lo contiene
el árbol en la palabra árbol.
Y no es que éste sea un poema abstracto.
Es que las palabras se repiten entre sí
por el sentido: son solteras y sociables
y de sus raíces crece un árbol.
Etérea materia
Los hijos son por lejos mi mayor
/revolución.
Dos veces orbité completa
como grávido planeta
alrededor del sol. Escribí nombres nuevos
en un renglón celeste, con inquietud,
alboroto, sedición.
Brindé por ellos con otras mujeres,
con whisky y con cerveza,
en el planeta donde brindamos las
/mujeres
por las cosas que crecen, y a pesar de ellas.
Feliz y desdichada, hice de mi revolución
una conquista, y una herida abierta
de aquellas veces que orbité completa.
La mantengo fresca para que entre en mí
cierto irreconocible aire familiar
que ahora mis hijos exhalan
con la mayor naturalidad.
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