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domingo,
29 de
octubre de
2006 |
Gane quien gane en Misiones, habrá perdido la Argentina
Con pensamientos anestesiados, muchos analistas políticos evalúan que si hoy gana Carlos Rovira en Misiones habrá sido un triunfo para Néstor Kirchner y si pierde a manos del jesuita Joaquín Piña en las legislativas donde busca su reelección indefinida habrá sido una derrota del presidente. Lo que está sucediendo en Misiones, lo que esa provincia está mostrando, no puede ser un triunfo para nadie. Es una derrota para el país, que deja en evidencia como a pesar de años y años de luchas y esfuerzos para construir una Nación, no ha sido posible erradicar ciertas formas que garantizan la pobreza, la marginalidad, la derrota, el atraso.
Un lugar donde se incendian capillas, se reparte dinero como favor político, se dan créditos con fines electorales, se quiebra fervorosamente la ley que prohíbe hacer campaña a menos de 30 días de las elecciones, donde aparecen documentos sin foto que se valúan entre $100 y $150 para hacer fraude, no puede representar un triunfo para nadie. Y es preocupante que este repugnante aquelarre de atraso, de incultura, de estulticia, tenga apoyo de la Presidencia de la Nación, como quedó patentizado en el acto que compartió el titular de la Ansés, Sergio Massa, con el gobernador Carlos Rovira el miércoles a sólo 4 días de los comicios para repartir $3 millones. De no ser una dádiva electoral, esa plata bien se podría haber canalizado mañana o pasado.
La figura de Rovira que postula a su prima Viviana Rovira para la Constituyente que le permita reelegirse ad infinitum convoca de inmediato a las figuras caudillescas previas a la batalla de Caseros en 1852, fecha después de la cual la Argentina comenzó a meterse en la modernidad, alumbrando una Constitución e intentando construir instituciones firmes y duraderas. Más cerca, Rovira está próximo a la tradición de apellidos como Saadi, Rodríguez Saá, Menem, Juárez, caudillos provinciales que se enseñorean con débil institucionalidad y que utilizan de los métodos más arcaicos para manejar a su antojo el poder, aprovechándose de la pobreza, de la necesidad, de la miseria que tras largos períodos en el gobierno no ayudan a erradicar o, en el mejor de los casos, canalizan en un sistema de prebendas que les permite perpetuarse en sus cargos.
Es muy malo para la Argentina que sea un hecho como esta elección, digna de una novela del realismo mágico latinoamericano, el campo de batalla donde el presidente dirima sus diferencias con la Iglesia Católica y con la oposición, dos de sus principales objetivos de confrontación.
Sea dicho esto, que Néstor Kirchner comparte de manera casi gemelar con su odiado Carlos Menem, en el recuerdo de que el actual primer mandatario suele hablar de la “nueva política“ y de la necesidad de alumbrar un “país serio“ donde las prácticas que han sumido a la Argentina en la frustración y el fracaso sean erradicadas.
El proceso eleccionario de Misiones, salga como salga, es una derrota del país. Por el solo hecho de haberse producido, ya significa un retraso y la comprobación de que subsisten bolsones de los peores vicios políticos. Si Rovira gana será el triunfo de las prácticas más reprobables. Si pierde, esas prácticas no habrán alcanzado, pero igual quedará demostrado que son aptas para casi alzarse con un triunfo. Sólo si el pueblo en su conjunto se levantara contra ese modo de hacer política con una repulsa generalizada se podría alentar esperanzas. Y eso no sucederá. Una elección ajustada será la demostración de una sociedad peligrosamente fracturada y atrasada, capaz de digerir un menú demasiado pestilente para ser deseable.
Algo habrá empezado a cambiar el día que en la Argentina haya procesos electorales sanos, sin clientelismo, sin influencias externas a las provincias, sin humillación de los más necesitados. Por ahora, parece lejano.
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