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 domingo, 29 de octubre de 2006  
La lógica conspirativa del integrismo islámico

Pablo Díaz De Brito / La Capital

El fanatismo religioso no funciona sin la figura de un enemigo mortal que hay que combatir con todos los medios. Términos como "guerra santa" (Yijad), "cruzada contra los impíos", etc, son las figuras retóricas que delatan este mecanismo persecutorio.

Al leer los discursos y programas del grupo palestino Hamas o del presidente iraní Ahmadineyad resulta obvio que este papel de enemigo mortal y despreciable lo tienen asignado EEUU, pero sobre todo Israel y los judíos en el fenómeno, a la vez psíquico y político, del integrismo islámico y su obsesivo antisemitismo.

El neurótico y el niño siempre echan sus culpas al Otro. Aunque resulta riesgoso trasladar sin más este fenómeno psicológico al terreno de la política y la vida social, el paralelo resulta contundente.

El discurso islamista radical siempre pone la culpa del evidente fracaso de las sociedades árabes e islámicas, sumidas en el atraso crónico pese a la sideral renta petrolera que obtienen muchas de ellas, en un enemigo exterior y en sus aliados locales, quintacolumnistas a los que hay que exterminar. Por esto Hamas, Hezbolá y el régimen iraní denuncian sin cesar una "conspiración", a la que agregan el infaltable adjetivo "sionista".

También la egipcia Hermandad Musulmana o Al Qaeda recurren una y otra vez esta acusación-excusa. Por ejemplo, muchos iraníes e iraquíes están totalmente de acuerdo en que la Mezquita Dorada de Samarra fue volada en febrero pasado por un "complot" estadounidense. Pese a la aplastante evidencia política de que a EEUU lo último que le convenía era un ataque como el de Samarra, justo cuando se definía en aquel momento el nuevo Ejecutivo de unidad nacional, cuya conformación se retrasó en gran medida por la tremenda ola de asesinatos y vendettas entre shiítas y sunitas que desató ese atentado y que a esta altura ya es una crónica guerra de religión, la que destruye cualquier perspectiva de estabilización en Irak.

El caso de Irán y sus 25 años de fallida revolución islámica es emblemático en esto de buscar culpables del propio fracaso fuera de casa. Ante la falta de logros en el frente doméstico, especialmente en lo económico y social, los mulás pusieron a Ahmadineyad en la presidencia para que maximalizara la confrontación con Israel y Occidente y erigirse, al menos discursivamente, en el gran aliado de palestinos y libaneses.

La lógica conspirativa que aplican los islamistas iraníes está a salvo de refutaciones, funciona siempre, pase lo que pase: si, por ejemplo, la gripe aviar atacara duramente a Israel, Ahmadineyad y sus voceros dirían sin dudar que se trata de un castigo de Alá a la "entidad sionista". Si la plaga, en cambio, se ensañara con Irán, con la misma certeza absoluta acusarían de la calamidad a otra "conspiración de los sionistas".

El ensayista estadounidense Paul Berman hace un convincente paralelo entre el integrismo islámico y el nazi-fascismo. Ambos, dice Berman, repiten la misma fobia por la sociedad liberal-democrática, imperdonablemente abierta, laica y crítica. Ambos hacen apología de la muerte heroica en lucha contra satánicos enemigos. Nada casualmente los dos, nazi-fascismo e integrismo islámico, toman al "judaísmo internacional" como su predilecto objeto fóbico.

También la otra gran ideología escatológica y violenta del siglo XX, el comunismo, fue marcadamente antisemita. Berman recuerda que Stalin, hacia el fin de su vida, planeaba un exterminio masivo de hebreos, culpables, claro está, de "traición". La matanza no se concretó por la providencial muerte del dictador, quien de todas formas se fue a la tumba con varios genocidios y miles de judíos asesinados en su cuenta.
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