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 domingo, 01 de octubre de 2006  
Editorial
Educación: defender el diálogo

El caso de la docente rosarina que querelló a un estudiante por calumnias e injurias ha generado notable repercusión en la ciudad y el país, y merece ser analizado por fuera del marco estrictamente coyuntural para situarlo como parámetro de la grave crisis educativa.

La ciudad se ha visto conmovida en los últimos días por el caso de la profesora de matemáticas del ex Normal Nº1 que le entabló una querella a un alumno por calumnias e injurias. El fundamento de la atípica decisión de la docente fue una carta de crítico contenido enviada por el joven a la dirección de la escuela. Las repercusiones del caso han ido mucho más allá de lo esperado inicialmente: desde las manifestaciones callejeras protagonizadas por los estudiantes, con "escrache" a la profesora incluido, hasta la potencial intervención de la institución educacional por parte del ministerio provincial del área, lo que pudo y debió haber sido una simple anécdota terminó siendo un caso que involucró a toda la sociedad y que ha disparado el debate en torno de los abismos que parecen separar, a veces, a quienes aprenden de quienes enseñan.

Y es que el principal ausente en esta tensa situación no ha sido otro que aquel que justamente debe estimularse desde la esfera docente para permitir superar las diferencias de criterio: el diálogo. Y por cierto que desde esta columna no se procura desvirtuar el concepto de autoridad, la cual debe emanar con naturalidad de quienes corresponde. Simplemente se asevera que la judicialización del tema no parece haber sido el método indicado ni la resolución pertinente para resolver las dificultades, y que el tránsito por dicho camino no hace sino poner de manifiesto la profundidad de los problemas existentes.

Es de desear que las diferencias no resulten insuperables. También, que desde todas las partes involucradas se ponga la mejor voluntad y se practique la autocrítica antes de poner en escena el cuestionamiento. Lo que está sucediendo, aunque parezca pequeño, es grave: se trata de un reflejo nítido de la crisis.

Preocupa la separación, la distancia que parece separar a los educadores de aquellos que deben absorber sus enseñanzas. Y existen, sin duda, responsabilidades mutuas, pero debe observarse que el clima social contribuye fuertemente a la mencionada desarmonía. La progresiva dilución entre los jóvenes de la cultura del esfuerzo y el trabajo, las perceptibles asimetrías generacionales entre docentes y estudiantes -universos culturales y valorativos demasiado distantes-, así como el hondo descuido con que el Estado trató a la educación pública durante décadas son cruciales eslabones de una cadena que debe cortarse ya.

El trasfondo que subyace detrás de la anécdota puntual excede con largueza los muros del ex Normal Nº1 para abarcar la íntegra geografía de la Argentina. Es hora de asumir con humildad los problemas e iniciar el arduo trabajo que toda reconstrucción implica.
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