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 domingo, 01 de octubre de 2006  
Panorama político
Algo huele mal en la política

Por Mauricio Maronna / La Capital

Los peores fantasmas volvieron a sobrevolar la política argentina.

Hace dos semanas que a un ciudadano (cuyo testimonio contribuyó para condenar al feroz torturador Miguel Etchecolatz) parece habérselo tragado la tierra. Lo único que hay alrededor de Jorge Julio López son palabras y, en la mayoría de los casos, insensatas. Además paradojas crueles, esperpénticas, irracionales.

Después de reunirse, el jueves, con el presidente Néstor Kirchner, nada más ni nada menos que Hebe de Bonafini, titular de las Madres de Plaza de Mayo, utilizó un argumento que es la mejor demostración del reino del revés: hay que investigar a la víctima, dijo la mujer que se convirtió en ícono de la defensa de los derechos humanos, tomando para sí una expresión que habitualmente llega de los peores personeros de la dictadura.

La feroz interna entre los organismos es un dato de la realidad que, aunque venía espolvoreándose desde hace años, quedó evidenciada con más contundencia que nunca en estos tiempos de cooptación K.

Los dichos de Bonafini fueron repudiados por valiosos dirigentes de ONG's que han sabido mantener distancia de las dádivas del poder central, los jueces del tribunal que condenó a Etchecolatz y unos pocos dirigentes oficialistas que se atrevieron a desafiar una lógica que trasiega los pasillos de la política.

En efecto, la mujer ha entrado más veces a la Casa Rosada para reunirse con el presidente que cualquier gobernador o dirigente del propio oficialismo. "Vaya más allá, tiene más contacto con ella que con varios de sus ministros", dijo a La Capital un ex colaborador que pasó días enteros en el corazón de Balcarce 50.

Se escribió aquí que el carpetazo contra Juan José Alvarez fue el ejercicio bautismal de una estrategia que arrojaría vahos fétidos y que, además de contracarpetazos, consistía en la utilización de los peores métodos para desacreditar al adversario.

Guste o no, el testigo López se ha transformado en el primer desaparecido en democracia. Los organismos de inteligencia deberán demostrar que sirven para algo más que para hacer tareas de voyeur, introducirse bajo las sábanas de la política, escuchar conversaciones telefónicas o pinchar mails.

Bonafini hace de la palabra una prueba de vulgaridad pero nadie puede negar que tiene buena información. ¿Que haya declarado lo que declaró tras salir de una entrevista con el presidente quiere decir que su opinión es la misma que sostiene Kirchner?

"Las Madres lo conocemos muy bien (a López). Se trata de una maniobra muy bien organizada para destruir la política de derechos humanos que está haciendo el gobierno. Era un tipo al que no quería nadie, estaba muy apartado y tenía muchos privilegios. Además de un hermano policía...". No lo dijo Joseph Paul Goebbels en sus épocas doradas, lo aseguró la señora Bonafini.

Lo peor que puede ocurrir alrededor de este caso es dejarlo librado a las internas de palacio, a las visiones conspirativas de los sectores más reaccionarios (a los que, tal vez por ignorancia, abona Bonafini) o esconderlo bajo la alfombra. Sus palabras para referirse al anciano de 77 años remiten a la peor muletilla con la que parte de la sociedad se desentendía del derrotero de los detenidos desaparecidos: "Algo habrán hecho".

No vale detenerse en las visiones sesgadas que circundan el caso, que van desde "la primera factura abultada que Kirchner tendrá que pagar" hasta la instrumentación política de una maquiavélica operación para sacar de la cancha a Felipe Solá, Aníbal Fernández o León Arslanian y dejar el camino libre a las fuerzas K en la desmadrada provincia de Buenos Aires.

El Estado deberá aclarar dónde está López y qué pasó con él.

La oposición (como en casi todos los temas urticantes) balconea la situación sin involucrarse ni exigir un rápido esclarecimiento. Su rol en el caso es patético, como patéticas son las adhesiones que recogen sus líderes electorales. Nada es casual.

Mauricio Macri descarga toda su adrenalina en la despedida de Alfio Basile y en la llegada de Ricardo La Volpe; Elisa Carrió, como una experta toxicóloga, advierte sobre los riesgos del paco en la sociedad de clase media (aunque ayer reaccionó y calificó de "terrorista de Estado" a Bonafini) y Roberto Lavagna... ¿Y Roberto Lavagna qué hace?

La implosión de los partidos políticos se presenta más nítida que nunca. Encapsulados, con olor a rancio y sin el más mínimo atractivo para las masas, hoy, más que nunca, han dejado de representar a la gente.

El caso de la provincia de Misiones es el ejemplo que mejor radiografía la situación: las ONG's son las que se han puesto al frente de la oposición al nefasto proyecto de reelección indefinida que impulsa el gobernador Carlos Rovira, avalado por el poder central.

La Iglesia misionera es la voz que intenta salvaguardar el último atisbo de supervivencia republicana, al punto que un obispo, Joaquín Piña, es el que encabeza la cruzada electoral. Como esos viejos señorones nostálgicos de otros tiempos, que a la hora de hacer públicas sus diatribas contra la política de Kirchner hacia las Fuerzas Armadas convierten en voceras a sus mujeres. "Animémonos y vayan", es la consigna de unos y otros.

¿Hasta cuándo se mantendrá el tono crispado como línea conductora del mensaje político? Al igual que en la fábula del escorpión y la rana, ese parece ser el estilo y el método enquistado en la humanidad del presidente. Mal no le ha ido, pero nada es eterno en política.

El jefe del Estado se subió a la tarima electoral misionera con el látigo verbal direccionado hacia la Iglesia de esa provincia. Por primera vez, desde el ámbito eclesial le respondieron pegándole debajo de la línea del cinturón. "Desconocemos si el presidente de la Nación tiene el aval moral y currículum de sufrimiento para hablar de los años de la dictadura militar", lo despachó el obispo de Posadas, Juan Rubén Martínez, abonando a las investigaciones que empiezan a salir a la luz sobre el crecimiento patrimonial de Kirchner durante los años de plomo.

Las consideraciones del prelado (más allá de dobles discursos y estrategias marketineras del presidente respecto al pasado) fueron cuanto menos impropias. Lo único que le falta al país, atrapado en un museo ya sin grandes novedades, es volver a la lucha entre Estado e Iglesia que, como un círculo de fuego, hizo zozobrar allá lejos y hace tiempo la normalidad institucional.

En un país serio, debería volver el santacruceño al discurso mesurado y el señor cura a la misa.

Sin una oposición que al menos asome como alternativa, Kirchner sigue eligiendo blancos móviles que le permiten sostener su estrategia de campaña permanente. Esta vez le tocó al periodista Joaquín Morales Solá, a quien el sureño le recordó las alabanzas a Jorge Rafael Videla en plena dictadura. Detrás de la ofensiva verbal, el columnista de La Nación recibió amenazas.

Seguramente, en pocas horas el jefe del Estado le concederá una audiencia a Morales Solá y ambos coincidirán: "Acá no ha pasado nada". Por ese inmundo desfiladero transita la política argentina.

La desaparición de López mandó al freezer las movidas preelectorales que comienzan a vertebrarse en todo el país. Detenerse en la hipótesis "del pingüino o la pingüina" como candidatos presidenciales en el 2007 o monitorear las encuestas santafesinas, que siguen dando ganador por amplio margen a Hermes Binner, resultaría frívolo a la hora del análisis político.

Todos los esfuerzos deben estar concentrados en la aparición con vida de ese hombre que, con su testimonio, contribuyó a mandar a la cárcel de por vida a uno de los más sanguinarios prototipos de la barbarie que se vivió desde 1976 hasta 1983.

La resolución de este caso oficiará de bisagra en la Argentina contemporánea, donde todo empieza a oler a podrido y la lucha por el poder no transita el camino de una democracia afiatada.

Cualquiera sea el resultado, las alternativas del episodio deberán salir a la superficie: toda situación no resuelta prepara su propia venganza y, como se cantaba en los primeros meses de la posdictadura, "no hay que esperar que un hombre muera para saber que todo corre peligro, ni que cuenten los libros lo que están tramando ahí fuera".


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Hebe de Bonafini, Néstor Kirchner y Jorge Julio López.


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