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domingo,
01 de
octubre de
2006 |
Interiores: expediente
Jorge Besso
Más allá de las posibles evidencias, no es tan sencillo dirimir a qué categoría del ser pertenece el expediente, ese instrumento de la vida cotidiana que junto a su pariente pobre,el legajo, ocupa los estantes y anaqueles de oficinas y depósitos. La polisemia de la palabra es tan amplia que nuestro magno diccionario de la Real Academia le dedica más de 10 entradas para dar cuenta de los variados usos y significados del término. La materialidad seca del expediente, más su ubicación en archivos, cajones o cajas sitúa al bendito o maldito expediente dentro de la familia de los objetos en su acepción más amplia.
Sin embargo, los distintos sentidos que se ponen en juego en torno al expediente le confieren un ser un tanto especial. Si bien no es el único caso, no se debe perder de vista que el expediente tiene una letra y un espíritu que los que operan con él tienen que saber interpretar o leer para alcanzar una verdad verdadera, o una mentira disfrazada y arropada de verdad. Por lo demás, en cierto sentido el expediente tiene vida propia que en muchas ocasiones presiona a los que han sido convocados a actuar en sus distintas partes.
Además de un espíritu, también posee un cuerpo que incluso puede llegar a ser voluminoso, y los pasos de cada cual quedan registrados en los folios que, rigurosamente numerados, registran las providencias de todos los intervinientes. Salvo que alguno de éstos decida postergar su respuesta para lo cual dispone de la posibilidad de enviar el expediente al archivo por el lapso de 30 días, al final de los cuales el insistente expediente volverá a sus manos a requerir su intervención. Pero lo más importante de todo es que el expediente forma parte del corazón de la administración y de su forma más habitual: la burocracia.
Esta es una palabra de origen francés que proviene del término bureau que quiere decir escritorio, y se refiere a la organización racional de los asuntos en general, y especialmente a todos aquellos que circulan por la administración pública. El concepto de lo burocrático tiene una extensión más o menos universal, y alcanza su significado y su sentido específico con dos notas esenciales en su definición:
La excesiva influencia de alguno, o de todos, los funcionarios actuantes.
La lentitud y la ineficiencia del trámite como consecuencia del paso por los distintos escritorios intervinientes.
La burocracia como tal está sólidamente asociada a la administración pública organizada en sus distintos estados, nacionales, provinciales y municipales a los que se suman las diferentes empresas públicas. Pero sería un error pensar que en el denominado mundo privado y en las empresas no existe la burocracia, y aunque es muy posible que el mal tenga una extensión menor, lo cierto es que también en lo privado el excesivo protagonismo de algunos agentes o la simple maraña de los reglamentos o disposiciones lentifiquen muchos de los asuntos a resolver.
El resultado visible es la lentitud y muchas veces la falta de eficacia en la resolución de asuntos y problemas. Es decir que la remanida burocracia está en lo que bien podría llamarse la naturaleza social, con lo cual también se la puede buscar, y además encontrar, en la naturaleza humana que por cierto forma parte de la naturaleza social.
En cierto sentido, se podría decir que el idealizado homo sapiens no deja ser un homo burócratus, ya que en su propia organización interna el humano se muestra más bien enredado. Es verdad que hay especímenes más directos que otros, organizados en dos extremos que van desde los autopromocionados como seres frontales, en ocasiones verdaderos autitos chocadores, hasta los seres incrustados en una rumiación crónica que les impide tomar resoluciones. Pero aun así, entre estos dos extremos y respecto de los extremos mismos, circula toda la gama del interior humano de alta complejidad. De forma tal que en algún momento, quién más quién menos, cada tanto sueñe con que las cosas y los asuntos del trabajar y el disfrutar resulten más sencillos.
Sin ir más lejos, una vida tranquilamente placentera en la sencillez que otros (siempre son los otros) parecieran portar y mostrar. El asunto es que el aparato psíquico humano es un gestor interno, con horario más o menos continuo, y con una cantidad difícil de precisar de expedientes en trámite. Tiene una verdadera mesa de entrada en la "percepción" y una puerta de salida en los "actos concretos" (o virtuales) de las personas. Entre ambos polos se procesan los expedientes en vías de tramitación agrupados en las distintas carpetas y bandejas interiores: los de tramitación diaria como es el caso cotidiano de comer, amar, dormir y trabajar, cuando se dan las cuatro cosas, tanto sea con felicidad como con aburrimiento.
También están los expedientes de tramitación lenta o diferida, generalmente propósitos habitualmente enviados al archivo, y cada cierto tiempo desarchivados para ser una vez más analizados y otra vez más vueltos a enviar al archivo. En 1930 Freud decía que el hombre (el humano) aborrece el camino directo hacia las cosas. Aborrecer es un verbo fuerte y de conjugación más habitual de lo que pudiera parecer. El aborrecimiento se puede observar en los variados ascos y rechazos con relación a ciertas comidas, objetos, pieles o muy especialmente en las innumerables muestras de intolerancia de tantos seres supuestamente racionales en el deporte, el amor, en la política y en lo que sea.
Los caminos directos hacia las cosas representan muchas veces las peores reacciones que suelen tener los humanos, y las reacciones en términos generales son lo contrario a las reflexiones, en tanto y en cuanto las reacciones son ciegas, en cambio las reflexiones aportan la posibilidad de la lucidez. Lo cierto es que en esta vida, probablemente la única, tenemos un burócrata interior y varias burocracias alrededor lo que implica el riesgo cierto de encerrar nuestra existencia en un laberinto tanto interno como externo. Angustiante o aburrido. O ambas cosas en las oscilaciones bipolares. Eso sí, siempre en los mismos caminos.
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