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 domingo, 24 de septiembre de 2006  
Tiresias

Por Carlos Gamerro

–Aló, Lalo. Aquí el Tano.

–Qué hacés, Tano, tanto tiempo.

–Bien, che, bien. ¿Estás ocupado?

–Medio a full, 5 canales. Laburando un poquito por uno, como pa’ no perder la costumbre, vio, por otro chateando con Aníbal…

–¡Aníbal! ¿En qué anda ese?

–Se compró unos campos, por Chascomús me parece. Pará que le pregunto. Sí, Chascomús. Algodonales. Bueno, te sigo contando… por otro en sesión, por otro dándome un masaje… Bueno, y por este hablando con vos, claro.

–¿Y tu cuerpo?

–En casita. No sé, será psicológico capaz. Viste que se supone que los disyuntores nuevos no tienen overlapping, pero a mí eso de ponerte un masaje mientras andás a las corridas por la calle no me va, después me siento más tenso que antes. ¿Y vos?

–El cuerpito, en Miami. Canales, 2, nomás. Me estoy reponiendo del Año Nuevo. El 31 a las 12 llegué a 8. No sabés cómo quedé.

–Fané y descangayado. Pero las fiestas son así. No me dijiste qué estás haciendo por el otro canal. ¿O es codificado?

–No, para nada. Estoy cenando con Néstor. ¿Te acordás?

–Cómo no, mandale saludos. ¿Qué están comiendo?

–Néstor, empanaditas salteñas de dodo y una mousse de alcaucil. Yo, un carpaccio de huemul con quinua burgul y chutney de durián. ¿Querés probar? Te conecto.

–¿Gourmet.com?

–No. Virtualessen. A los de Gourmet el durián no les sale tan bien. Te deja un regusto de mango. Y tarda más en bajar. Viste, no soporto cuando hay delay entre textura y sabor… se nota tanto.

–¿Y qué ingerís? ¿Base?

–Sustrato. Las saborizaciones de Virtualessen van mejor con sustrato. ¿Tenés a mano?

–Sí, pero igual ahora no tengo hambre, gracias. Y con 5 canales tengo suficiente por el momento. A ver si todavía se me cuelga el sistema.

–¿Te conté lo que me pasó el otro día? Iba lo más campante por Corrientes, disfrutando de la nieve y el sol, cuando se encendió la alarma.

–¿Qué categoría?

–Cinco.

–¡Chucho! ¿Y qué hiciste?

–¿Qué querés que hiciera? Desconecté. Estaba a dos cuadras, el refugio más cercano.

–¿Qué era?

–Un piquete de analógicos.

–¿Y qué querían? ¿Lo de siempre?

–Sí, plenos derechos digitales. Te digo, Lalo, ya no se puede ni caminar por la calle. Pude verlos, un segundo, antes de tabicarme. Venían con piedras y palos. Un verdadero espanto.

–¿Te atacaron?

–No, policía había, pero ya sabés… Imaginate. Yo tenía el virtualizador puesto en estilo Neotoscano, y en invierno europeo, porque ese día me levanté con ganas de ver nieve, y tocarla, primero con guantes y después sin –es una sensación deliciosa, sobre todo en verano– y de buenas a primeras tengo que desconectar y se me viene encima la base material: los edificios como muelas cariadas, las veredas de asfalto, los árboles de alambre, el obelisco truncado… ya sé que sólo lo ven los analógicos, pero podrían arreglarlo, ¿no? Se supone que era el símbolo de la ciudad, o algo… el calor pesado y el cielo cargado de nubes, y estos muñecos que parecían salidos de una banda zombi-punk… ¿Alguna vez te pasó?

–No me hables. Hace dos semanas. Estaba con los chicos en el zoológico.

–¿Qué fue?

–Se cayó el sistema. De golpe, así. Sin preaviso. El refugio más cercano era el de Libertador. Y estábamos casi en Plaza Italia.

–¿Y?

–A ellos los tabiqué de una. Viste, lo primero que uno piensa es en los chicos. Pero yo… Tenía que ver por dónde íbamos. No sabés. Las jaulas estaban casi todas vacías, excepto las interactivas. Pero claro, de base material te meten los bichos más baratos. Donde estabas tocando un eland o un okapi te das cuenta que hay una vaca, el pudú es en verdad un cabrito y para sustentar la cebra pusieron un petiso criollo. El elefante y la jirafa son hidráulicos. Bueno, de los dinosaurios ya se sabe. Todo está lleno de papeles, de bolsas, el pasto está seco, los lagos podridos y ahogados de algas. Y por todas partes un olor a fiera que te mata… y está lleno de analógicos, también. Dándoles de comer a las vacas y a los caballos. Te juro, Tano, me dio tanta impresión que empecé a correr, y entonces vi que por el sendero venía un guarda. Ahí sí, me tabiqué y dejé que nos llevara al refugio de la mano. Con lo que ya había visto tenía suficiente.

–Che, ¿y Melisendra?

–Ella, bien. Siempre llena de proyectos. El problema es que soy yo el que los paga. Ahora quiere de nuevo cambiar el estilo de la casa.

–Bueno, no es para tanto. Te puedo pasar buenos programas, si querés. Pirateados, pero impecables. Luis XV, Imperio, Colonial senegalés, Guaraní II, Bicentenario…

–Nipón 2010.

–¡No!

–¿Te das cuenta?

–¿Vas a tener que cambiar la estructura?

–Y qué te parece. No hay programa que te transforme un sofá en un tatami. El parque mobiliario entero me baja de nivel como treinta centímetros. Tengo que tirar todo y comprar estructuras nuevas. Yo ya le había dicho que cambios virtuales, todos los que quiera, pero que a la base material no me la tocara. Pero viste cómo es. Ahora, para darse corte, hay que llamar al albañil, al herrero, al carpintero. Como en la era previrtual. Lo mismo con las cirugías. El otro día me sale con que quiere volver a las de verdad, porque las virtuales son cache. ¡Cache! Che, a todo esto, ¿qué hacés en Miami?

–Congreso de futurología. Por los diez años de Ferrari.

–¿Ferrari?

–No me digas que no te acordás, Lalo.

–Me suena, pero…

–Pará que te paso un texto.



Ferrari, Anselmo. C. y T. Tucumán, 1983 - Boston, 2023. Físico, ingeniero y doctor en Filosofía. Egresado de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en Buenos Aires en 2001, realizó estudios de matemática y filosofía en la Universidad de Oxford, obteniendo su doctorado en 2003, cuando apenas contaba con veinte años. Posteriormente pasó a desempeñarse en el área de informática del MIT, donde sus trabajos en el área de predicción meteorológica le valieron la nominación al Premio Nobel. Con el advenimiento de la virtualización y la telepatía móvil, dirigió el equipo que durante diez años se abocó al diseño del Programa Tiresias, que, ampliando y aplicando sus investigaciones sobre sistemas alejados del equilibrio, se proponía predecir el futuro a partir de la lectura y el procesamiento continuo de toda la información circulante en la red. A tal efecto y siguiendo sus instrucciones expresas fue diseñada la supercomputadora Mente de Dios, un proyecto en el que confluyeron el Pentágono, el MIT y numerosas empresas privadas. En la víspera de la presentación del Tiresias en sociedad, prevista para el 2 de enero de 2023, su creador se quitó la vida en la habitación que alojaba el módulo principal de la Mente de Dios. El sistema operativo del Tiresias había sido íntegramente borrado, y ninguno de los intentos posteriores de reconstituirlo, muchos encarados por los miembros del equipo inicial, ha dado resultado hasta hoy.



–¿Y?

–Sí, ya me acordé. Pero no sé a qué viene el homenaje. Ferrari fue un chanta, y su Tiresias, una argentinada más, pero esta vez con proyección mundial. Lo que no se entiende es cómo pudo embaucar a los yanquis durante tanto tiempo, y hacerles gastar más plata que en la última Cruzada. Igual, cuando se le acabó a soga, prefirió matarse y destruir las pruebas antes que quedar expuesto ante el mundo como un farsante y un estafador. Premio Nobel… ¡Haceme el favor! Lo único bueno de todo esto es que después de tantos años ya casi nadie se acuerda del tema. No sé, Tano… ¿Qué se les dio de repente con todo esto?

–Vos sabés que para los que estamos en esto, Ferrari fue siempre el más grande… Su suicidio fue un golpe durísimo para la ciencia de la futurología. Saber si fue un chanta, como vos decís, o un genio, es algo que nos ha obsesionado estos últimos diez años. El Tiresias… ¿Vos sabés cómo funcionaba?

–Maso. Contame.

–El Tiresias estaba capacitado para leer y procesar toda la información que circula en la red. Después, comparando los datos de hoy con los de ayer, los de ayer con los de anteayer, podría formular predicciones para mañana. El Tiresias podrá predecir el futuro, un día por vez. Para eso, leía la red, todo el tiempo, todo: la información internacional, los vaivenes de la bolsa, los chats telepáticos, los dreamlogs, las emisiones radiales y televisivas, los mensajes de texto, las imágenes satelitales, los libros, las revistas, los diarios, las películas, la música, cada una de las ideas, percepciones, sensaciones y sentimientos de cada uno de los habitantes digitalizados del planeta… Si el Tiresias estuviera activo en este momento, estaría procesando tu chat con tu mujer, tu masaje, tu terapia, tu trabajo, mi cena con Néstor, y esta conversación. De hecho, esta conversación, en cada una de sus palabras, ya hubiera sido anticipada por él, ayer, anteayer, hace diez años…

–¿Cómo? ¿No era que predecía un día por vez?

–Eso, al principio. Porque en el mismo acto Ferrari anunció que había dado el salto profético. Sostuvo que el Tiresias había logrado predecir un día completo del futuro lejano: diez años.

–¿Cómo?

–Es fácil. Ponele que estás en el 1º de diciembre de 2022. Y querés predecir el 2. El programa lee toda la información acumulada en la red hasta el 1º y te dice lo que va a pasar el 2. ¿No ves cómo sigue?

–Sabiendo lo que va a pasar el 2…

–El programa incorpora esa información y te puede decir lo que va a pasar el 3. Y conociendo el día 3, es capaz de predecir el 4, con el 4 el 5, y así…

–No puede funcionar. Tenés que lidiar con el efecto mariposa. El margen de error crece exponencialmente. Un error sobre los resultados de los partidos de un torneo barrial del día de mañana se convierte, al cabo de diez años, en un error sobre el resultado del Campeonato Mundial, como mínimo.

–Eso también estaba previsto. Cuando el día 2, ponele, ya pasó, el Tiresias coteja todas las predicciones que había hecho para ese día con todos los datos del día ya transcurrido, y se fija en qué la pifió. A partir de ahí genera índices de corrección. ¿Entendés? Es un programa que evalúa sus errores y aprende sobre la marcha, y ese aprendizaje compensa la tendencia al crecimiento exponencial del error. Todo esto, con una condición.

–¿Cuál?

–Que no se haga público. Que nadie lo sepa. La predicción es confiable solamente si se mantiene en secreto. Es la paradoja de Aziz. Cada predicción genera una serie de medidas o conductas evitativas que anulan esa predicción.

–¿Y ya que estamos, no podía, el amigo Tiresias, predecirlas, esas conductas?

–Justamente. Y al hacerlas públicas generaría una nueva serie de medidas evitativas, y así hasta el infinito. Los cambios de comportamiento resultantes de la divulgación de las predicciones vuelven inútiles las predicciones anteriores y resultan en nuevas predicciones que generan otra serie de respuestas evitatativas, en una progresión cada vez más acelerada y cada vez más alejada del equilibrio. Te enterás por el Tiresias de que mañana tu vecino va a matarte. Decidís entonces matarlo a él. Él se entera por el Tiresias que va a morir a tus manos y decide huir. El Tiresias predice su huida y vos decidís impedírsela. Él se entera de que no va a poder huir y compra un arma. Vos te enterás de que va a estar armado y contratás un asesino a sueldo. Él contrata a un asesino segundo que mate a tu asesino primero. Vos un asesino tercero que mate al asesino segundo del asesino primero. Y así hasta el infinito. De hecho, en cuestión de segundos el sistema entra en loop y colapsa. Imaginate todo esto proyectado a nivel global, una guerra por ejemplo, o al menos una crisis económica. El edificio entero de la civilización se caería en segundos como un mazo de naipes. Eso es lo que descubrió Ferrari. Su invento era mucho más peligroso que todas las bombas nucleares jamás creadas.

–¿Y entonces?

–Entonces lo destruyó. Borró el programa, íntegro. Pero todavía quedaba un lugar vulnerable, de donde podían sacar toda la información para reconstruirlo.

–Su cerebro. ¿Cómo hizo?

–Abrió todos los canales a la vez. Después desconectó el disyuntor.

–Ay.

–¿Feo, no?

–Le pasó a un primo mío. Pero fue accidente. Al cerebro se lo sacaron con sorbete por las fosas nasales. Querían ponerlo en los Elíseos pero ni para eso le daba la vida cerebral. Al final lo eutanasiaron… O sea que según tu hipótesis Ferrari en lugar de un chanta, fue un héroe. Se sacrificó para salvar a la humanidad. Pero no hay manera de estar seguros, ¿no? Nunca se supo la verdad.

–Hasta hoy.

–¿Qué pasó hoy?

–Está por pasar. ¿Te acordás que te comenté que antes de borrarse, el Tiresias predijo un día entero del futuro, exactamente diez años después, un día completo, segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora hasta cumplir 24? Un día entero con su clima, sus accidentes, el recorrido de sus autos, sus tormentas eléctricas, las erupciones de sus volcanes, el crecimiento de sus plantas, la vida y muerte de sus animales y seres humanos, sus revueltas, demostraciones, atentados terroristas, piquetes y batallas, sus periódicos y revistas y programas de televisión, las percepciones, sentimientos, pensamientos, conversaciones y recuerdos de sus habitantes digitalizados… Lo analógico por aproximación estadística, claro, pero lo digitalizado con precisión minuciosa, hasta en sus mínimos detalles… El Tiresias se borró un 1º de enero de 2023. Y el día que predijo era el 2 de enero de 2033. O sea…

–Hoy.

–Exacto. La información estaba encriptada de tal manera que ante cualquier intento de penetrar el sistema se borraría íntegra. Cuando den las 12, y el día haya terminado, y las predicciones ya no puedan afectar el futuro, el Tiresias va a empezar a largar los datos. Entonces… dentro de exactamente cuatro minutos, vamos a saber si Ferrari era un genio o un farsante. Por eso te llamé, para ver si querías participar. Cada uno de los que estamos conectados tenemos el buscador ya preseteado en lo que nos interesa. Yo lo puse en sucesos mundiales, sabores, imágenes visuales y diálogos. Néstor en sabores, también –por eso la cena: política local, no puede con su genio, el diputado– fluctuaciones de la bolsa, resultados deportivos y nuevas tecnologías. Entonces, ¿querés conectarte? ¿Qué te mando?

–Diálogos. No voy a hacer a tiempo para cerrar todos los canales, y cualquier otra cosa va a ser muy pesada. Mandanos nuestra charla, que la tengo bien fresquita. Así me río un rato.

–No le tenés mucha fe, parece.

–¿Y qué querés? ¿Diez años? ¿Predecir lo que estuvimos hablando recién, hace diez años? Capaz que ni siquiera existe esta charla, en ese futuro de Ferrari.

–O que somos distintos. Otros. O que nos peleamos y ya no nos hablamos.

–Eso no, Tano. Amigos vamos a ser siempre. Para saber eso no hacen falta profecías.

–Dale que faltan diez segundos. Ya estamos, eh… 9… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2… 1…



–Hola, Lalo. Habla el Tano.

–¡Tano! Qué hacés, tanto tiempo.

–Ahí, tirando. ¿Qué hacías?

–Medio a full, 4 canales. Laburando un poquito por uno, como pa’ no perder la costumbre, vio, por otro chateando con Aníbal…

–¡Aníbal! ¿En qué anda ese?

–Se compró unos campitos, por Chascomús me parece. Pará que le pregunto. Chascomús, sí. Cafetales. Bueno, ¿qué te decía? Ah, los canales… por el 3° dándome un masaje y por el 4° en sesión. Bueno, y por este hablando con vos, es obvio.

–¿Y tu cuerpito?

–En el ergonométrico, tirado. Un masaje es un masaje. ¿Y vos?

–En Miami. Canales, 3, nomás. Me estoy recuperando de las fiestas. El 31 a las 12 llegué a 9. Mejor ni te cuento cómo quedé.

–Fané y descangayado.

–Hoy.

–Exacto. La información estaba encriptada de tal manera que ante cualquier intento de penetrar el sistema se borraría íntegra. Cuando den las 12, y el día haya terminado, y las predicciones ya no puedan afectar el futuro, el Tiresias va a empezar a largar los datos. Entonces… dentro de exactamente cuatro minutos, vamos a saber si Ferrari era un genio o un farsante. Por eso te llamé, para ver si querías participar. Cada uno de los que estamos conectados tenemos el buscador ya preseteado en lo que nos interesa. Yo lo puse en sucesos mundiales, sabores, imágenes visuales y diálogos. Néstor en sabores, también –por eso la cena: política local, no puede con su genio, el diputado– fluctuaciones de la bolsa, resultados deportivos y nuevas tecnologías. Entonces, ¿querés conectarte? ¿Qué te mando?

–Diálogos. No voy a hacer a tiempo para cerrar todos los canales, y cualquier otra cosa va a ser muy pesada. Mandanos nuestra charla, que la tengo bien fresquita. Así me río un rato.

–No le tenés mucha fe, parece.

–¿Y qué querés? ¿Diez años? ¿Predecir lo que estuvimos hablando recién, hace diez años? Capaz que ni siquiera existe esta charla, en ese futuro de Ferrari.

–O que somos distintos. Otros. O que nos peleamos y ya no nos hablamos.

–Eso no, Tano. Amigos vamos a ser siempre. Para saber eso no hacen falta profecías.

–Dale que faltan diez segundos. Ya estamos, eh… 9… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2… 1…



–Hola, Lalo. Habla el Tano.

–¡Tano! Qué hacés, tanto tiempo.

–Ahí, tirando. ¿Qué hacías?

–Medio a full, 4 canales. Laburando un poquito por uno, como pa’ no perder la costumbre, vio, por otro chateando con Aníbal…

–¡Aníbal! ¿En qué anda ese?

–Se compró unos campitos, por Chascomús me parece. Pará que le pregunto. Chascomús, sí. Cafetales. Bueno, ¿qué te decía? Ah, los canales… por el 3° dándome un masaje y por el 4° en sesión. Bueno, y por este hablando con vos, es obvio.

–¿Y tu cuerpito?

–En el ergonométrico, tirado. Un masaje es un masaje. ¿Y vos?

–En Miami. Canales, 3, nomás. Me estoy recuperando de las fiestas. El 31 a las 12 llegué a 9. Mejor ni te cuento cómo quedé.

–Fané y descangayado.

–Hoy.

–Exacto. La información estaba encriptada de tal manera que ante cualquier intento de penetrar el sistema se borraría íntegra. Cuando den las 12, y el día haya terminado, y las predicciones ya no puedan afectar el futuro, el Tiresias va a empezar a largar los datos. Entonces… dentro de exactamente cuatro minutos, vamos a saber si Ferrari era un genio o un farsante. Por eso te llamé, para ver si querías participar. Cada uno de los que estamos conectados tenemos el buscador ya preseteado en lo que nos interesa. Yo lo puse en sucesos mundiales, sabores, imágenes visuales y diálogos. Néstor en sabores, también –por eso la cena: política local, no puede con su genio, el diputado– fluctuaciones de la bolsa, resultados deportivos y nuevas tecnologías. Entonces, ¿querés conectarte? ¿Qué te mando?

–Diálogos. No voy a hacer a tiempo para cerrar todos los canales, y cualquier otra cosa va a ser muy pesada. Mandanos nuestra charla, que la tengo bien fresquita. Así me río un rato.

–No le tenés mucha fe, parece.

–¿Y qué querés? ¿Diez años? ¿Predecir lo que estuvimos hablando recién, hace diez años? Capaz que ni siquiera existe esta charla, en ese futuro de Ferrari.

–O que somos distintos. Otros. O que nos peleamos y ya no nos hablamos.

–Eso no, Tano. Amigos vamos a ser siempre. Para saber eso no hacen falta profecías.

–Dale que faltan diez segundos. Ya estamos, eh… 9… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2… 1…



–Hola, Lalo. Habla el Tano.

–¡Tano! Qué hacés, tanto tiempo.

–Ahí, tirando. ¿Qué hacías?

–Medio a full, 4 canales. Laburando un poquito por uno, como pa’ no perder la costumbre, vio, por otro chateando con Aníbal…

–¡Aníbal! ¿En qué anda ese?

–Se compró unos campitos, por Chascomús me parece. Pará que le pregunto. Chascomús, sí. Cafetales. Bueno, ¿qué te decía? Ah, los canales… por el 3° dándome un masaje y por el 4° en sesión. Bueno, y por este hablando con vos, es obvio.

–¿Y tu cuerpito?

–En el ergonométrico, tirado. Un masaje es un masaje. ¿Y vos?

–En Miami. Canales, 3, nomás. Me estoy recuperando de las fiestas. El 31 a las 12 llegué a 9. Mejor ni te cuento cómo quedé.

–Fané y descangayado.



Este cuento fue publicado en "Buenos Aires 2033" (Norma)


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Corresponsal. El autor de la nota recorrió una tienda virtual en Second LIfe.

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